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Opinión

Recordando a aquellos que tuvieron el coraje de preocuparse. Por *Abraham H. Foxman

«Los rescatistas pavimentaron el camino para nosotros para que entendamos cómo la humanidad puede jugar un rol, como lo hizo tristemente por una limitada cantidad de tiempo durante el Holocausto, para tomar una acción y evitar que vuelvan a haber actos de odio y genocidio.»

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Agencia AJN.- Es oportuno que las Naciones Unidas, como parte de la conmemoración internacional del Holocausto el 27 de enero, esté dando tributo este año no solo a los millones de inocentes que murieron en las cámaras de gas nazi, sino también a aquellos que hicieron sacrificios extraordinarios para esconder y proteger a cientos de miles de judíos y otros de una muerte asegurada en manos del pogromo genocida de Hitler.

Estoy hablando, por supuesto, de los rescatistas aquellos individuos que tomaron la decisión calculada de albergar judíos y otros buscados por los nazis por ningún otro crimen que ser miembros de una minoría profundamente odiada. Las hazañas heroicas de los salvadores son usualmente olvidadas debido a la gran tragedia de la Shoa.

Hace 14 años un grupo de estudiantes en la zona rural Witwell, Tennessee, se embarcó en un importante proyecto escolar en un esfuerzo por abarcar la enormidad del Holocausto. Lo hicieron recolectando sujetapapeles.

Durante un período de varios meses, los estudiantes recolectaron seis millones de clips, uno por cada una de las víctimas judías del Holocausto. Fue una tarea monumental y requirió de horas de largo tedio ya que los sujetapapeles fueron recolectados y contados. Pero al final del día los estudiantes tuvieron éxito y llegaron a llenar una gran parte de un vagón de ferrocarril con ellos.

Deseo que haya un esfuerzo similar para que haya conciencia sobre los rescatistas, aquellos individuos corajudos que se salieron de su camino para salvar y proteger vidas judías.

Aparte de la “Lista de Schlinder“ de Steven Spielberg, la cual en 1993 elevó enormemente la conciencia pública sobre un rescatista en particular, las historias sobre los gentiles justos que se pararon para hacer una elección profunda y que alteró muchas vidas ha sido olvidado en la historia.

Tal vez lo que es más destacable de los rescatadores es que sus variadas etnias y contextos religiosos desafían nuestras nociones preconcebidas sobre quién podría arriesgar su propia vida para salvar judíos.
Además de su voluntad por ayudar a otros, ellos no parecen tener mucho en común. Cruzaron líneas de género, étnicas, religiosas y socio económicas. Eran católicos, cristianos ortodoxos, evangelistas, bautistas, luteranos y también musulmanes. Eran granjeros, médicos, diplomáticos, transeúntes y reyes. Simplemente eran personas de fe.

Mi insistencia está en el testimonio de aquellos que tuvieron el coraje de preocuparse. Cuando era un niño en la Polonia ocupada por los nazis fui llevado por una mujer católica polaca que había sido mi niñera. Ella me salvó al esconder mi verdadera identidad de los nazis. Ella proveyó alimento, albergue y un refugio seguro y me crió por cuatro años hasta que se terminó la guerra y mis padres volvieron a reclamarme. Ella incluso me bautizó. Y sin embargo, a pesar de que estoy eternamente agradecido por su sacrificio, todavía es difícil para mí entender porqué ella atravesó tales caminos para mantenerme escondido. ¿Qué fue lo que le dio a esta mujer pobre, analfabeta y sin educación el coraje moral para salvar una vida?

Otros atravesaron caminos aún más extraordinarios para proteger a sus vecinos y amigos judíos.

Consideremos la casi insondable historia de Khaled Abdelwahhab, desenterrada recientemente por el historiador y escritor Robert Satloff.

En 1942, los alemanes llegaron a Mahdia, un pueblo en la costa este de Túnez, donde el Sr. Abdelwahhab vivía con su familia. Allí los alemanes armaron una casa donde capturaban niñas judías y las violaban sexualmente. Dos jovencitas judías locales, que no pudieron manejar el trauma de su experiencia, se suicidaron, y las noticias de su destino se esparcieron como fuego a través del pueblo horrorizado.

Abdelwahhab descubrió esto e hizo lo que pudo para proteger a las niñas al distraer a los alemanes con licor y otras ocupaciones. Más tarde, luego de enterarse de que una familia judía se estaba escondiendo en una fábrica de aceite de oliva, él les advirtió que estaban corriendo un gran peligro y trasladó a toda la familia y a todos sus parientes a la granja de su familia que se encontraba a 20 millas al occidente. Él les dio comida y refugio, y cada día, por cuatro meses, los visitaba, les proveía y les hacía sentir seguros.
Abdelwahhab arriesgó su vida por otros frente al mayor mal de la humanidad. Esta es una historia que no se escucha todos los días: un árabe salvando judíos.

Otra historia menos conocida es la del Dr. Feng Shan Ho, un diplomático chino que emitió miles de visas a refugiados judíos durante la Segunda Guerra Mundial. El Dr. Ho estuvo entre el pequeño número de rescatistas diplomáticos que tomó medidas extraordinarias y un gran riesgo personal para hacer lo correcto.

Hoy fue cónsul general chino en Viena de 1938 a 1940. A pesar de que sus superiores le ordenaron terminar sus actividades, él facilitó la emigración segura de miles de judíos en 1938 y 1939 al entregar visas al puerto chino de la ciudad de Shangai.

Uno podría pensar que años después Ho sería considerado un héroe nacional por sus acciones. Al contrario, el Dr. Ho fue víctima de una campaña de los nacionalistas chinos en Taiwán, quienes buscaron desacreditarlo, fue eventualmente sometido a juicio político y se le negó una pensión por sus 40 años en el servicio diplomático. Murió antes de que el mundo pudiese conocer lo que había hecho.

En noviembre la Liga Antidifamación honró a título póstumo al Dr. Ho con el Premio Coraje para Preocuparse Jan Karski y también hemos honrado de un modo similar a Abdelwahhab por sus acciones.
Los rescatistas pavimentaron el camino para nosotros para que entendamos cómo la humanidad puede jugar un rol, como lo hizo tristemente por una limitada cantidad de tiempo durante el Holocausto, para tomar una acción y evitar que vuelvan a haber actos de odio y genocidio.

*Abraham H. Foxman, sobreviviente del Holocausto, es el ex director nacional de la Liga Antidifamación – ADL.

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The New York Times | El nuevo negacionismo de la violación

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Leo Correa/Associated Press

Agencia AJN.- (Por Bret Stephens – The New York Times -NYT-) «El 7 de octubre, Hamás invadió Israel y se filmó cometiendo decenas de atrocidades contra los derechos humanos. Algunas de las imágenes fueron capturadas más tarde por el ejército israelí y proyectadas a cientos de periodistas, entre los que estaba yo’’. El ‘‘sadismo puro y depredador», como lo describió el escritor de Atlantic Graeme Wood, no tiene fondo.

Sin embargo, Hamás niega que sus hombres agredieran sexualmente a israelíes y califica las acusaciones de «mentiras y calumnias contra los palestinos y su resistencia». Y los ‘‘aliados’’ de Hamás en Occidente, la mayoría de ellos autodenominados progresistas, repiten como loros ese negacionismo ante las pruebas contundentes y profundamente investigadas de violaciones generalizadas, documentadas más recientemente en un informe de Naciones Unidas publicado este lunes.

La pregunta interesante es, ¿por qué? ¿Por qué se niegan a creer que Hamás, que masacraba niños en sus camas, tomaba ancianas como rehenes e incineraba familias en sus casas, sea capaz de eso?

Llegaré a eso punto en breve, pero antes vale la pena analizar las formas que adopta este negacionismo. Un método consiste en reconocer, como decía un artículo reciente, que «es posible que se produjeran agresiones sexuales el 7 de octubre», pero nadie demostró realmente que formaran parte de un patrón organizado. Otro consiste en plantear dudas sobre diversos detalles de las historias para sugerir que si hay un solo error, o un testigo cuyo testimonio es incoherente, todo el relato debe ser también falso y deshonesto. Una tercera es tratar cualquier cosa que diga un israelí como intrínsecamente sospechosa.

Y, por último, está la cuestión de que apenas hay testigos de las agresiones. ¿Dónde están las mujeres supuestamente violadas? ¿Por qué no hablan?

La respuesta a esta última pregunta es la más sombría: En su inmensa mayoría, las mujeres que podrían haber hablado están muertas, por la sencilla razón de que cualquier israelí que se acercara lo suficiente a un terrorista como para ser violada estaba lo suficientemente cerca como para ser asesinada. En cuanto a la credibilidad de los testigos israelíes, ¿quién más, aparte de los primeros intervinientes que se encontraron con las víctimas de primera mano, debería ser entrevistado y citado por cualquiera que investigue esto? En los tribunales misóginos de Irán, el testimonio legal de una mujer vale la mitad que el de un hombre. En los rincones de la izquierda que odian a Israel, el valor de los testigos israelíes parece ser aún menor.

Pero son los dos primeros tipos de negacionismo los que en cierto modo resultan más chocantes, porque también son los más hipócritas.

¿No fueron los progresistas quienes, durante la saga de Brett Kavanaugh, subrayaron que las discrepancias ocasionales en la memoria de sucesos traumáticos son absolutamente normales? ¿Y desde cuándo los progresistas insisten en que la carga de la prueba para demostrar un patrón de agresión sexual recae en las víctimas, la mayoría de cuyas voces fueron, en este caso, silenciadas para siempre?

Que rápido pasa la extrema izquierda de «creer a las mujeres» a «creer a Hamás» cuando cambia la identidad de la víctima. Si, Dios no lo quiera, una banda de Proud Boys descendiera sobre Los Ángeles para llevar a cabo el tipo de atrocidades que Hamás llevó a cabo en las comunidades israelíes, estoy bastante seguro de que nadie en la izquierda dedicaría ningún tipo de energía a intentar descubrir quién fue violado, y mucho menos cómo o cuándo.

Es en este clima ideológico cuando nos llega el informe de la ONU. En cierto modo es un hito, aunque sólo sea porque la ONU nunca simpatiza con el Estado judío y fue escandalosamente lenta incluso en darse cuenta de las primeras pruebas de agresiones sexuales. Para cualquiera que mantenga una mente razonablemente abierta pero siga teniendo dudas, el informe señala, entre otros detalles, «al menos dos incidentes de violación de cadáveres de mujeres», «cuerpos encontrados desnudos y/o atados, y en un caso amordazados», e «información clara y convincente de que se produjeron actos de violencia sexual, incluidas violaciones, torturas sexualizadas y tratos crueles, inhumanos y degradantes contra algunas mujeres y niños» durante su estancia como rehenes».

Eso debería ser más que suficiente, pero no lo será. Un amplio y creciente rincón de Occidente se niega a aceptar que la guerra de Israel en Gaza sea una respuesta al mal, o que los israelíes puedan ser víctimas de algún modo. Perturba la narrativa de la guerra en Gaza como un caso de fuertes contra débiles, los colonos y colonialistas israelíes contra víctimas justas e indígenas.

Los críticos honestos de las políticas de Israel pueden plantear serias objeciones al mismo tiempo que reconocen con franqueza las horribles circunstancias que pusieron en marcha esas políticas. Lo que vemos en cambio son críticas deshonestas, que cuestionan deshonestamente esas circunstancias para poder apuntar a la existencia del propio Israel.

La gente seria debería saber en qué consistía la antigua versión del negacionismo antisemita: un flujo constante de minucias fácticas, inversiones lógicas, argumentos falsos presentados de manera sutil, retóricas destinadas a ofuscar y negar el mayor crimen de la historia. También deberían entender el objetivo: al negar las atrocidades del pasado, allanaron el camino para las siguientes. Los actuales negacionistas de las violaciones no son mejores que sus antepasados.

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Hamás construyó túneles bajo la casa de mi familia en Gaza. Ahora está en ruinas

Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, normalizó la violencia y la militarización en Gaza, eliminando las posibilidades de un Estado palestino, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana por los sucesivos gobiernos israelíes que se opusieron.

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Soldados salen el 7 de enero de 2024 de un túnel que Hamás habría utilizado el 7 de octubre para atacar Israel a través del paso fronterizo de Erez, en el norte de Gaza. Noam Galai-Getty Images

Agencia AJN.- (Por Jehad Al-Saftawi – TIME) Pasaron siete años desde que me escapé de mi asediada ciudad de Gaza y vine a Estados Unidos. El Día de Acción de Gracias, mi madre me envió una foto de un árbol caído de cuatro metros en el sur de la Franja, donde mi familia se refugió estas últimas semanas. Diez de mis familiares están de pie sobre la calle, rodeando el árbol, y uno de ellos está cortando sus ramas. Es imposible conseguir gas para cocinar y este árbol es ahora la leña que les permitirá preparar su próxima comida.

Desde los atroces ataques de Hamás a Israel del 7 de octubre -que dejaron unos 1.200 muertos, la mayor matanza masiva de judíos en un solo día desde el Holocausto-, los sistemas que abastecen de alimentos, agua y medicinas a Gaza están en urgente declive mientras Israel lleva a cabo su continuo bombardeo de la Franja como respuesta. Desde entonces murieron al menos 27.000 palestinos, miles de ellos al parecer combatientes de Hamás, y unos 1,7 millones de los 2,3 millones de habitantes de Gaza se vieron desplazados, junto con decenas de miles de israelíes por el continuo lanzamiento de cohetes de Hezbollah en el sur de Líbano. Gran parte de la Franja quedó reducida a escombros. Pero la sensación de desorden y emergencia que reina hoy en el enclave costero se remonta mucho más atrás en el tiempo.

Desde la violenta toma de Gaza de Hamás en 2007, las concurridas y hermosas calles que yo conocía están dominadas por el caos terrorista. Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, Hamás normalizó la violencia y la militarización en todos los aspectos de la vida pública y privada de la Franja. En el proceso, eliminaron las posibilidades de un Estado palestino próspero junto a Israel, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana en medio de sucesivos gobiernos israelíes que trabajaban en contra de ello.

Vivimos en departamento de la familia de mi padre Imad y ahorramos dinero durante casi 18 años hasta que pudimos construir nuestra propia casa en el norte de Gaza. La primera señal de que Hamás estaba construyendo túneles bajo nuestra casa llegó en julio de 2013, mientras se realizaba la construcción. El que pronto sería nuestro nuevo vecino, Um Yazid Salha, se contactó con mi madre Saadia para preguntarle por qué mi hermano Hamza y yo siempre veníamos a la obra después de medianoche.

La obra, de dos plantas, estaba rodeada por un muro y dos puertas. Pero nosotros estábamos todas las noches en el departamento de la familia de mi padre, donde se cierra la puerta con llave a las 10 de la noche. «Nadie entra ni sale después de las 10», le dijo mi madre a Um Yazid.

Al día siguiente fui a la obra con mi madre y Hamza. Tras mirar rápidamente, no encontramos nada raro. Pero cuando examinamos la obra con mayor atención, encontramos varias losas de hormigón abajo de la escalera interior, cada una de unos 2,5 metros de largo. También encontramos una zona con tierra recién removida a la derecha de nuestra casa y del muro que la rodeaba.

Mi hermano Hamza y yo cavamos en esa tierra mientras nuestra madre miraba. Pronto nos encontramos con una puerta de metal cerrada con un candado. No teníamos ni idea de lo que era ni de por qué estaba allí. Hamza y yo volvimos a cubrir rápidamente la zona con tierra y fuimos directamente a la casa de nuestro vecino.

Antes de nuestra visita, Um Yazid nos contó que algunas noches miraba por las ventanas de su edificio de cuatro plantas hacia el muro que rodeaba nuestra casa y veía la llegada de una camioneta. La gente salía del vehículo y colgaba una lona para ocultar lo que estaban haciendo. Um Yazid escuchaba ruidos de carga y descarga y sentía vibraciones de excavación procedentes del terreno vacío que había detrás de nuestra casa. Sospechaba que alguien estaba cavando un túnel.

Al día siguiente de inspeccionar la casa, Um Yazid llamó para decirnos que los hombres habían regresado por la noche. Mi madre no quería que fuera, pero me vestí y fui solo a la casa inacabada. Cuando llegué a la puerta de hierro de la casa, empecé a escuchar el movimiento de las personas que estaban adentro. Toqué la puerta y una persona enmascarada abrió y me pidió que retrocediera un poco. Luego la cerró y me preguntó quién era yo. Desafiante, le dije que era el dueño de la casa. «¿Quién es usted?», le pregunté.

Encontrarnos con hombres enmascarados es algo a lo que estamos acostumbrados en diferentes aspectos de la vida de Gaza. Discutimos. Le dije que mi tío, que era miembro de Hamás y fiscal en su gobierno, les impediría construir un túnel. El hombre de la máscara insistió en que seguirían como querían. Me dijo que no debía tener miedo y que sólo sería una pequeña habitación cerrada que permanecería enterrada bajo tierra. Nadie podría entrar ni salir. Además, me dijo que sólo en el caso de una invasión terrestre israelí en esta zona y el desplazamiento de los residentes se utilizarían estas habitaciones para suministrar armas.

«No queremos vivir encima de un depósito de armas», le dije, justo antes de que me obligara a retirarme.

Las obras continuaron y Um Yazid siguió informándonos de la actividad nocturna. Hamza y yo, que la visitábamos cada pocas semanas, siempre encontrábamos la misma puerta. Nunca estábamos seguros de lo que podíamos hacer o de lo que realmente ocurría detrás de ella. Nuestro tío nos aseguraba que no teníamos nada que temer.

En febrero de 2014 me casé y dejé la casa de mi familia. Ese mismo año, mi madre, Hamza, y mis dos hermanas pequeñas se mudaron a la casa recién terminada. Antes de que lo hicieran, Hamza y yo volvimos a cavar y esta vez no encontramos más que un metro de arena y luego una gran losa de cemento. La cubrimos, creyendo que por fin habían cerrado la «habitación» por insistencia de nuestro tío.

En los años transcurridos desde entonces, mi familia o sus vecinos escuchaban ruidos o movimientos de vez en cuando. A veces se preguntaban si realmente había túneles, si estaban activos. Mi familia tenía demasiado miedo para hablar de esto con alguien, así que era nuestro secreto. Era vergonzoso, aunque sabíamos que nos oponíamos profundamente a lo que Hamás hubiera hecho al otro lado de aquella losa de cemento.

Cuando algo no se dice durante tanto tiempo, empieza a parecer imposible que la verdad llegue a saberse. Siempre esperé que llegara un momento en el que a mi familia y a otras personas como nosotros se les permitiera hablar de esos túneles, de la peligrosa vida que Hamás impuso a los gazatíes. Ahora que estoy decidido a hablar abiertamente de ello, no sé si ni siquiera importa.

Mi familia fue evacuada al sur poco después del 7 de octubre. Meses después, recibimos fotos de nuestra casa y nuestro barrio, ambos en ruinas. Quizá nunca sepa si la casa fue destruida por los ataques israelíes o por los combates entre Hamás e Israel. Pero el resultado es el mismo. Nuestra casa, y demasiadas de nuestra comunidad, fueron arrasadas junto a una historia y unos recuerdos de valor incalculable.

Y este es el legado de Hamás. Empezaron a destruir la casa de mi familia en 2013 cuando construyeron túneles bajo ella. Siguieron amenazando nuestra seguridad durante una década: siempre supimos que podríamos tener que desalojarla en cualquier momento. Siempre temimos la violencia. Los gazatíes merecen un verdadero gobierno palestino que apoye los intereses de sus ciudadanos, no terroristas que lleven a cabo sus propios planes. Hamás no está luchando contra Israel. Están destruyendo Gaza.

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