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Historias

André Citroën, el hombre de origen judío fundador de la marca que lleva su nombre

André Gustave Citroën nació en París el 5 de febrero de 1878, hijo de Lévie Citroën, diamantista judío neerlandés, emigrado a París en 1873 y de Masza Amelia Kleinman, judía polaca originaria de Varsovia. Fue el fundador de la marca que todavía hoy lleva su apellido y que le debe la impronta de genialidad y de innovación que desde siempre la distingue.

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Agencia AJN.- André Gustave Citroën nació en París el 5 de febrero de 1878, hijo de Lévie Citroën, diamantista judío neerlandés, emigrado a París en 1873 y de Masza Amelia Kleinman, judía polaca originaria de Varsovia. Fue el fundador de la marca que todavía hoy lleva su apellido y que le debe la impronta de genialidad y de innovación que desde siempre la distingue.

André-Gustave Citroën, el menor de cinco hermanos, nació en una familia cosmopolita y apasionada por los negocios. A André-Gustave no le interesaba el negocio familiar, que llevaban sus otros hermanos; él era un chico emprendedor fascinado por todo lo moderno y tecnológico, por lo que pudo estudiar en la École Polytechnique de París, donde se graduó en ingeniería.

En 1900, durante un viaje a Polonia, tuvo la oportunidad de visitar empresas especializadas en mecánica de precisión y evaluar las tecnologías en uso. Fue en esta ocasión cuando descubrió en una empresa de la remota campiña polaca algo que iba a tener un profundo efecto en su vida: un nuevo tipo de engranaje, con dientes en forma de cúspide, (capaz de multiplicar o reducir enormemente la fuerza y el movimiento de máquinas incluso muy grandes). Inmediatamente compró una patente con la idea de desarrollarla y utilizarla a escala mundial.

El primer negocio de Citroën en 1902 fue la Acería André Citroën, que producía materiales para la construcción y los astilleros, así como «ruedas dentadas de doble hélice», los engranajes de la patente polaca, cuya forma de «V» dio lugar al símbolo, que ha pasado a la historia, de las dos puntas de flecha que apuntan naturalmente hacia el futuro, es decir, hacia arriba (el «doble chevron»). La entrada de André Citroën en el mundo del automóvil se produjo en 1908, cuando asumió la dirección de una famosa empresa automovilística, la de los hermanos Mors, especializada en coches de lujo y de carreras.

Gracias a las conexiones de la cosmopolita familia Citroën, André pudo encontrar un financiero para cubrir las enormes deudas de la empresa: un rico joyero de origen armenio al que le gustaban los coches de carreras. Una vez recuperada la situación bancaria, llegó el momento de concentrarse en la producción, poniendo en práctica todas las nuevas ideas sobre las cadenas de montaje y la producción industrial que había introducido el taylorismo. En 1908, Mors pasó de producir unas pocas docenas de coches al mes a pequeña escala a 646 coches al mes a escala industrial en 1910. Aunque los Mors nunca serían el producto democrático y accesible para todos al que André siempre había aspirado, tuvieron un éxito excepcional de público y ventas hasta que la Primera Guerra Mundial decretó su declive. El genial André no dejó de soñar, y en 1919, en el Quai de Javel de París, la fábrica de automóviles André Citroën produjo el Citroën Tipo A 10 CV, un coche de producción en serie, ya no de lujo o de competición, sino económico, sólido, fácil de reparar y, si no para todos, asequible para muchos.

El Tipo A fue el primer coche europeo producido en serie, el primer coche francés con volante a la izquierda, diseñado para ser conducido por cualquier persona. Se vendía completo, con capota, rueda de repuesto, faros eléctricos y arranque, todo ello por sólo 7.950 francos (un precio muy bajo para la época). Equipado con un motor de 4 cilindros de 1.327 cmü, podía alcanzar una velocidad de 65 kilómetros por hora. Enseguida estuvo disponible en diferentes versiones y presentaba colores vivos como el azul y el amarillo en un paisaje de coches predominantemente negros: la marca Double Chevron acababa de empezar a cambiar la forma de concebir y producir los coches. En 1919 se fabricaron 2.810 coches (berlinas y furgonetas de tipo A). En 1925, la producción anual de toda la gama alcanzaría los 61.487 vehículos. André Citroën tenía una visión ilustrada de la producción industrial con un enfoque extremadamente innovador para la época.

Con el objetivo de hacer el taylorismo más «humano» reduciendo los efectos alienantes de la cadena de montaje, dotó a los trabajadores de Javel de instalaciones y facilidades increíblemente avanzadas para la época. El pensamiento de André se resume en esta frase: «yo quería que consiguiéramos generar en Javel sonrisas en todas partes, en todos los departamentos, en todos los eslabones de la cadena. […] Esta cadena, imprescindible en nuestro siglo, no podemos romperla, pero tenemos el deber de eliminarla a base de sonrisas».

André Citroen tenía una visión iluminada de la producción industrial con un enfoque extremadamente innovador para la época.

Con el intento de convertir en más “humano” el taylorismo redujo los efectos alienantes de la cadena de montaje, puso a disposición de los operarios de Javel estructuras y servicios increíblemente adelantados para su tiempo.

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Kristallnacht. Para el sobreviviente Pedro Schmoller, «lo acontecido debe quedar grabado en la memoria de la humanidad»

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Agencia AJN/Itongadol.- Se cumple hoy un nuevo aniversario de la «Noche de los Cristales Rotos» y recordamos el diálogo mantenido en 2013 con Pedro Schmoller, sobreviviente del pogrom denominado «Kristallnacht», quien aseguró: «Agradezco su interés y su espacio. Con mis 93 años encima, es bueno saber que mis recuerdos no desaparecerán cuando no esté más presente en este mundo, y solo así, a través de la memoria mantendrán su vida por algún tiempo más».

La Kristallnacht dio inicio al Holocausto, diez meses antes de la Segunda Guerra Mundial. Schmoller contó en 2013 que él y su familia lograron salvarse de aquella trágica noche gracias a la secretaria de su padre que les ofreció refugio en su casa. «Nos escondimos en el pequeño departamento de la secretaria de mi padre, que era de fe protestante. Ella arriesgó su vida al darnos albergue ya que convivir con judíos era castigado con la pena de muerte», contó.

«Nos quedamos allí unos días hasta que volvió una relativa calma», relató y agregó: «Permanecimos encerrados en un ambiente muy chico, y en constante tensión. Llegué a fumar hasta 60 cigarrillos por día. Desde ese entonces no probé cigarrillo», añadió a modo de quiebre con su pasado oscuro. «Solo un mes y medio después pudimos escapar con destino Argentina», agregó.

El sobreviviente recordó que en su infancia vivió en «Berlín en un barrio de clase media alta y que actualmente sigue existiendo, Charlottenburg». «Recuerdo que en la planta baja de la casa de departamentos donde vivíamos había una librería que pertenecía a una familia judía, la misma fue totalmente destruida por una horda organizada. En la Kristallnacht, solo en Berlín, fueron incendiados una veintena de templos, y seguramente una centena en todo el país, junto con unos centenares de rollos de la Torá. En el caso de nuestro templo, el Friedenstempel, había más de 10 rollos, cada una con sus hermosos adornos artesanales», recordó.

Siempre en diálogo con la Agencia AJN, Schmoller expresó su deseo de contar una historia gratificante ante tanto horror, «se trata del arribo al templo NCI Emanu El de un rollo de la Torá, el mismo fue reconstruido y salvado en algún lugar de Europa». «Resulta que en uno de mis viajes a Londres, por casualidad me enteré de que existía un Comité de Reconstrucción de Torot (plural de Torá), donde escribas profesionales se dedicaban a reescribir las partes dañadas, para que puedan ser nuevamente usadas y enviados a países del tercer mundo a nuevos templos que carecían de rollos, o donde había pocos». Schmoller contó que «para solventar los gastos del Comité, buscaron donantes por sumas-no tan pequeñas- que tenían el privilegio de elegir el lugar, donde las Torot podían ser nuevamente usadas». Fue así que «juntando los ahorros de mi padre, mi hermano y los míos, pudimos donar la suma necesaria, y así llegó, por vía diplomática, una Torá a la Embajada de Israel en Argentina, y de allí partió al templo de Emanu El». «En un solemne servicio religioso, llevado por mi padre, y franqueado por mi hermano y por mí, la Torá fue introducida a su nuevo destino y hoy sigue estando en el templo de la calle Arcos, en la Ciudad de Buenos Aires».

En su relato, Schmoller no quiso dejar de mencionar a su padre quien, como muchos otros judíos alemanes, combatió durante la Primera Guerra Mundial en el ejército alemán y pese a haber sido condecorado con la Cruz de Hierro, años más tarde sería considerado un enemigo por el mismo país que le había reconocido su valor en el combate.

Respecto al negacionismo del Holocausto, Schmoller opinó: «Sólo un malvado, lleno de odio y resentimiento puede ignorar o negar lo ocurrido. Existen un sinfín de pruebas, fotos, películas y testimonios de sobrevivientes que no dejan duda alguna». Tras contar que en una visita a Berlín pudo ubicar la tumba de su bisabuelo en un cementerio, Schmoller expresó: «Los que niegan a la Shoá (Holocausto) son unos necios mentirosos. Es gente llena de un odio enfermizo». «Lo acontecido debe quedar grabado en la memoria de la humanidad, para que nunca vuelva a acontecer», dijo con un fuerte acento alemán.

Consultado sobre el genocida fallecido, Erich Priebke, el sobreviviente opinó que «debe dejarse de hablar de él». «Que no quede recuerdo alguno de sus hazañas criminales. Que quede totalmente olvidado. Que haya un total silencio. Como si nunca hubiera existido», puntualizó.

En la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, hordas nazis llevaron a cabo, con la anuencia de las autoridades alemanas y austríacas y ante la total inacción policial, el pogrom denominado “Kristallnacht”. Sobre esos días, Schmoller reflexionó: «Cada año hay menos gente que lo haya vivenciado en forma consciente».

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Por Mario Sinay. El Tranvía del Gueto de Varsovia fue completamente restaurado para convertirse en un objeto central del nuevo Museo

Montados con una estrella de David sobre la cabina del conductor en lugar de la línea de la ruta, la vista de estos vagones rodando por las calles llenas de gente se convirtió en uno de los recuerdos perdurables del Gueto.

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Agencia AJN.- “Trato de imaginar a las personas por las que este tranvía habría pasado alguna vez en el gueto y simplemente no puedo. Todos los días, este tranvía fue testigo de un enorme sufrimiento y una inmensa tragedia”.

Reconocido como el único de su tipo en el mundo, el tranvía de antes de la guerra que alguna vez recorrió el Gueto de Varsovia ha sido completamente restaurado y actuará como uno de los elementos centrales del futuro Museo del Gueto de Varsovia.

Se cree que el tranvía, data de 1907, construido en Alemania, se construyó originalmente en un momento en que Varsovia dependía de los tranvías tirados por caballos.

La introducción de este tranvía en la ciudad se produciría después de que Varsovia electrificara su transporte público.

Sin embargo, fue el tiempo de guerra lo que finalmente elevaría la importancia de este modelo de tranvía Tipo A.

Aunque la población judía de Varsovia se encontró encerrada en el Gueto en noviembre de 1940, la inmensidad del área exigía que fuera atendida por sus propias líneas de tranvía.

Montados con una estrella de David sobre la cabina del conductor en lugar de la línea de la ruta, la vista de estos vagones rodando por las calles llenas de gente se convirtió en uno de los recuerdos perdurables del Gueto.

Partiendo desde la plaza Muranowska, sus paradas programadas cubrían Muranowska, Dzika, Dzielna, Karmelicka, Leszno, Żelazna y Chłodna.

Sin embargo, la brutalidad de la represión del Levantamiento del Ghetto, junto con su posterior destrucción metódica, significó que pocos de estos vehículos sobrevivieran; de hecho, solo se sabe que uno ha sobrevivido hasta el día de hoy.

Indiscutible en su valor histórico, los historiadores creen que la última vez que este tranvía habría funcionado habría sido en julio de 1942; lo más probable, habría sido utilizado para transportar judíos a la Umschlagplatz mientras esperaban la deportación a las cámaras de gas de Treblinka.

Después de la guerra, los historiadores han teorizado que se utilizó para almacenar materiales necesarios para la reparación de tranvías. En años posteriores, quedó simplemente abandonado en medio de una maleza enmarañada.

Ahora que recibe una segunda vida, el trabajo de restauración se llevó a cabo por primera vez el año pasado. El proyecto, que involucró a 100 personas y costó 250.000 Zlotys, se llevó a cabo siguiendo una documentación de diseño que data de más de un siglo.

Además, los ingenieros que trabajaron en el chasis utilizaron las mismas técnicas que habrían estado disponibles para los trabajadores en ese período.

Llevado a cabo en la planta de reparación T3 de Varsovia, el óxido se eliminó minuciosamente mientras que los elementos faltantes se reemplazaron utilizando exactamente el mismo tipo de materiales que se habrían utilizado anteriormente.

Además, el tranvía se pintó de rojo y se adornó con una bocina de Varsovia en su exterior.

Financiado por el Ayuntamiento de Varsovia y la autoridad local de tranvías, el tranvía se colocará frente al Museo del Gueto de Varsovia una vez que se inaugure.

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