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Opinión

Por Pilar Rahola. El espejo de Stendhal: Ucrania en el caleidoscopio

Putin se ha atrevido a perpetrar la acción bélica más preocupante desde la Segunda Guerra Mundial y, con ella, no sólo ha puesto contra las cuerdas todo el mundo occidental, sino que ha forzado un definitivo cambio de orden mundial

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Artículo publicado por Pilar Rahola en ElNacional.cat

Agencia AJN.- La primera consideración que hay que hacer, a la hora de analizar la grave situación geopolítica que estamos viviendo, es que el principio de la navaja de Ockham, según el cual la explicación sencilla tiende a ser la correcta, resulta inservible. Al contrario, el único modo de arrojar algo de luz sobre todo lo que pasa es adentrarse en una enrevesada madeja de complejidad. Ninguna mirada maniquea, ni ninguna explicación simplista nos ayudará a entender cómo hemos llegado hasta el punto de hablar del botón nuclear. La invasión rusa de Ucrania ha dinamitado todos los parámetros que hasta ahora (y de forma precaria) sostenían el orden mundial, y de nada sirven las palabras bienintencionadas, ni los razonamientos sentimentales, ni los tópicos de todo a cien para llenar tertulias improvisadas. Lo que ha pasado viene de lejos y echa raíces en una larga cadena de circunstancias, decisiones y errores que han inflamado el polvorín hasta hacerlo explotar.

Sin embargo, algunos hechos son indiscutibles y no pueden ser sometidos a debate, más allá de los motivos execrables que los provoquen. Primero, Rusia es el agresor, sin ambigüedades ni paliativos, y, en consecuencia, el responsable criminal de las muertes, la destrucción, la inestabilidad y la tragedia que tal agresión producirá. Y, segundo, cualquier defensa de la agresión rusa (explícita o ambigua) sólo puede sostenerse sobre la locura ideológica, la perversidad estratégica o los intereses espurios, desde los Maduros y los ejes bolivarianos, hasta los Ásads sirios, pasando por los sinuosos cálculos chinos. Antes, pues, de abrir el baúl de las cosas del pasado, hay que denunciar tanto la ambigüedad cómplice de unos, como el apoyo criminal a Rusia de los otros. Con un añadido que me parece necesario: saber en qué lado del mundo nos situamos. Porque la línea divisoria es muy rotunda entre los valores de libertad que sustentan las democracias liberales (a pesar de sus miserias), y las estructuras de dominio autoritario que sustentan las autarquías del mundo.

A partir de aquí, hay que recordar algunos hechos sustanciales que explican (aunque no justifican) el punto de no retorno al cual hemos llegado. Y este es un viaje que obliga a escuchar algunos de los argumentos de Rusia, porque Rusia no tiene la razón, pero acumula algunas razones. Es decir, y en formato de preguntas: ¿la UE y los Estados Unidos y, mutatis mutandis, la OTAN han sido responsables de la escalada de tensión que ha acabado agotando la paciencia de la inteligencia rusa? ¿Han menospreciado y humillado a Rusia en las últimas décadas, sobre todo desde los noventa, con la caída del comunismo? ¿Era necesaria la ampliación de la OTAN, no sólo a los países del Este, sino planteárselo también a las ex repúblicas soviéticas, especialmente Georgia y Ucrania? ¿Por qué no se hizo caso a personajes de tanto renombre como el mismo Kissinger, que propiciaban la finlandización de Ucrania, es decir, el mantenimiento de la soberanía ucraniana pero con un estatus de neutralidad entre bloques? Y así, una larga sucesión de preguntas impertinentes que, ahora, en pleno incendio bélico, recuperan protagonismo y permiten entender el relato que se ha instalado en la inteligencia rusa desde hace tres décadas: la convicción de que se trata a Rusia como si fuera un país acabado e irrelevante, y que se le quiere aislar y debilitar para siempre.

El diplomático Eugeni Bragolat, durante diez años embajador de España en China, pero previamente embajador de Rusia en los noventa, lo decía en términos explícitos: «A Rusia la han tratado muy mal», y añadía que los rusos habían hecho desaparecer el Pacto de Varsovia, gratis et amore, y en cambio la OTAN no ha parado de crecer (cinco ampliaciones hacia el Este en pocos años, siempre acercándose a las líneas fronterizas rusas). Es decir, el lema del bautizo de la OTAN en 1949, que había nacido para dejar «dentro» a los Estados Unidos, «fuera» a la URSS y «debajo» a Alemania, no sólo no desaparecía después de la guerra fría, sino que se reforzaba.

Putin se ha atrevido a perpetrar la acción bélica más preocupante desde la Segunda Guerra Mundial y, con ella, no sólo ha puesto contra las cuerdas todo el mundo occidental, sino que ha forzado un definitivo cambio de orden mundial

Esta preocupación estratégica, que ha ido consolidándose en el interior de la inteligencia rusa, a medida que crecía la OTAN, conecta con un agravio previo que está muy presente en el subconsciente (y el consciente) ruso: la poca generosidad con que la historia ha tratado el papel ruso en la Segunda Guerra Mundial. Es un hecho indiscutible que la Segunda Guerra Mundial la ganaron fundamentalmente Rusia y los Estados Unidos. Los datos son inapelables: de cada cinco soldados del Tercer Reich muertos, cuatro lo hicieron en el frente ruso, y el número de víctimas rusas superó los 27 millones de muertes.

Todo ello ha ido creando un cóctel inflamable alimentado por varios agentes explosivos. El primero, el renacimiento de un fuerte sentimiento imperial ruso, a caballo entre aquello que Tolstói llamaba «la gran alma rusa» y la convicción de Dostoyevski que lo que necesitaba Rusia era más Rusia, y no más Occidente. El segundo, la preocupación entre la intelligentsia rusa que la amenaza a sus intereses estratégicos es real y va en aumento. Y la tercera, la aparición de un zar 2.0, alimentado en las fuentes del KGB, que presentaba todos los atributos característicos necesarios para una decisión tan brutal: un macho alfa mesiánico, desalmado, autoritario y capaz de tomar decisiones de alto riesgo. Más que un Hitler, la mezcla delirante entre un Stalin y un Napoleón. Pero a pesar de la letanía que se repite en los micrófonos, famélicos de alguna explicación psicológica, ni Putin está loco, ni está aislado. Es un estratega desalmado, violento y descarnado, pero inteligente. Y, lo que es peor, conoce muy bien nuestras debilidades.

Unas debilidades que se pueden resumir en tres evidencias: la lenta derrota del mundo unipolar nacido de la caída del comunismo, con el sheriff americano al frente; la incapacidad endémica de la Unión Europea para actuar en defensa de sus intereses geoestratégicos; y la sutil, pero peligrosa, estrategia china, firmemente decidida a debilitar tanto la OTAN como el papel predominante de Occidente.

Si Putin ha podido llegar hasta donde ha llegado es porque ha sabido leer estos tres paradigmas. Por una parte, los Estados Unidos han ido dejando su papel de liderazgo unipolar, con Obama marchándose de Siria y Libia, y Biden yéndose de Afganistán. El sheriff se ha cansado y, como es bien sabido, el vacío no existe en geopolítica, alguien siempre lo llena. Por otra parte, la Unión Europea no ha sido capaz de reaccionar ante ninguna de las acciones bélicas de Putin, todas ellas bastante agresivas y clarificadoras: miró hacia otro lado cuando Rusia entró a fuego y sangre en Chechenia, donde perpetró todo tipo de brutalidades; permitió, con impotencia pública y bien publicitada, la anexión de Crimea, laboratorio fundamental de la invasión actual; y se mostró indiferente con el papel decisivo de Rusia en la guerra en Siria, donde, por cierto, probó armamento nuevo, que ahora le resultará la mar de útil. No olvidemos que los grandes ganadores de la guerra en Siria fueron Rusia, Irán y Turquía, ninguno de ellos occidental.

Finalmente, China, el tercer elemento y el más decisivo y, probablemente, la gran ganadora de todo: ha reforzado las alianzas con Rusia (el aumento de la relación económica tras la anexión de Crimea ya era una señal bastante preocupante); ve cómo la OTAN se sitúa contra las cuerdas; se presenta como un mediador eficaz; y ve cómo, sin moverse de la silla, se debilita Occidente. Putin lo ha sumado todo: los agravios históricos, el renacimiento imperialista, los errores de la OTAN, las debilidades occidentales y la sólida amistad china, siempre sinuosa, pero precisa. Una vez con todo, se ha atrevido a perpetrar la acción bélica más preocupante desde la Segunda Guerra Mundial y, con ella, no sólo ha puesto contra las cuerdas todo el mundo occidental, sino que ha forzado un definitivo cambio de orden mundial.

Es muy difícil saber cómo se desarrollarán los acontecimientos a partir de ahora. Probablemente, estamos en estos momentos en una guerra de tiempo: Rusia necesita ir deprisa para ocupar Kiev y, con la capital, doblegar Ucrania, antes de que las medidas económicas hagan quebrar el país; y la OTAN y la UE necesitan que Ucrania resista, para que Putin no pueda aguantar. Es una partida de ajedrez endemoniada y letal de imposible previsión, porque es inimaginable que Rusia gane, tanto como es inimaginable que Rusia pierda. En todo caso, sea lo que sea, nada será igual a partir de ahora. Sólo una cosa es cierta: un mundo donde la Rusia de Putin o la China de Xi Jinping sean los grandes agentes del nuevo orden internacional, y dominen y fuercen la agenda mundial, es un horizonte indeseable.

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Opinión

Irán observa las protestas en Israel y quiere creer en una guerra civil

De la propia narrativa iraní se desprende hasta qué punto el régimen se centra en seguir a los medios de comunicación israelíes para tratar de entender lo que ocurre dentro del país

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Ebrahim Raisi

Agencia AJN.- Durante las últimas semanas, Irán estuvo observando de cerca las protestas en Israel, como se desprende de los informes de los propios medios de comunicación del régimen y de su opinión sobre las protestas, así como de las declaraciones emitidas por funcionarios.

En general, el régimen se interesó por la posible influencia de las protestas en la situación de seguridad; Irán quiere creer que Israel está al borde de una guerra civil. Sin embargo, la República Islámica también sabe, al ver que las protestas se detienen por ahora, que la sociedad israelí es mucho más fuerte de lo que la propaganda iraní muestra.

Según una serie de artículos publicados esta semana por los medios de comunicación pro-régimen iraní, la narrativa se dividió entre los que informaron con precisión de una congelación de la legislación sobre la reforma judicial, y los que aún esperaban que la división condujera a una guerra civil.

La propaganda fue desenfrenada, describiendo las protestas como un intento del primer ministro Netanyahu de «usurpar» el poder para seguir gobernando sobre «tierra palestina», según los informes. Para Irán, el objetivo final es siempre el mismo: le interesa la destrucción de Israel, por lo que lo ve todo desde esa perspectiva y en función de cómo podría configurar sus propias políticas.

Los grupos proxy y aliados iraníes, como Hezbollah, siguen la misma línea. El líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, expresó que las disputas en Israel forman parte de la «semilla del fin del régimen de ocupación», un mensaje y un tono típicos entre las filas de Irán; el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC) transmite una narrativa a sus medios de comunicación y a sus aliados, y simplemente la repite.

Especialmente durante las protestas, el régimen iraní trató de mostrarse cauto a la hora de enfrentarse a Israel, algo que se aprecia en la lentitud con la que afirmó haber realizado nuevas pruebas de misiles o iniciado nuevos ejercicios navales.

Al parecer, no aumentó los envíos de armas a Siria o Irak. Aunque sí cambió su enfoque para enfrentarse a las fuerzas estadounidenses en el este de Siria, no emprendió ninguna acción concreta en el frente israelí.

Esto puede indicar que la República Islámica piensa que las protestas no deben llevar a una escalada con Irán y sus proxies porque esto podría llevar -paradójicamente- a la unidad israelí frente a una amenaza existencial aún mayor. Ahora, con la congelación de la legislación, el régimen de Irán tendrá que recalcular su respuesta.

Irán se fija en los medios israelíes

De la propia narrativa iraní se desprende claramente hasta qué punto el régimen se centra en seguir a los medios de comunicación israelíes para tratar de entender lo que ocurre dentro del país: en ocasiones cita a los principales periódicos israelíes y vuelve a informar sobre ellos.

Esto puede interpretarse como un intento del régimen de crear un bucle de retroalimentación para su propio sesgo de confirmación. Cada disputa doméstica en Israel es vista de alguna manera como una gran victoria para Irán porque muestra que Israel está atrapado en un caos interno que resultará en su implosión.

Sin embargo, Israel no implosiona y el régimen de Irán se equivoca constantemente al decir que es el fin. Esta tendencia a esperar que la fricción interna debilite a Israel muestra lo hueca que se volvió la propia propaganda iraní sobre cualquier confrontación real contra Israel. Incluso mientras sigue apoyando a sus grupos interpuestos contra Israel, incluso en Cisjordania y Gaza, ya vio fracasar la mayoría de sus intentos.

 

 

Artículo publicado en inglés por el periodista Seth Frantzman en The Jerusalem Post.

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Análisis: El gobierno de Netanyahu no está cerca de colapsar, el despido del ministro de Defensa lo demuestra

Agencia AJN.- Al remover a Gallant tan rápidamente, Netanyahu está enviando un fuerte mensaje a aquellos dentro de su propio partido que podrían querer ayudar a frenar el plan de reforma judicial.

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Gallant Netanyahu

Agencia AJN.- La decisión del primer ministro Benjamín Netanyahu de despedir al ministro de Defensa Yoav Gallant no sorprende a quienes lo escucharon hablar mientras estaba en Londres.

De hecho, no debería sorprender a nadie que haya estado siguiendo el dramático impulso del gobierno para acelerar la legislación de reforma judicial durante los últimos tres meses.

Los expertos financieros han advertido que es un desastre económico. Los líderes occidentales han expresado su preocupación y los altos mandos militares han dicho que la agitación en el ejército es una amenaza para la seguridad.

Los cientos de miles de manifestantes contra el plan no han hecho mella, a medida que crece la claridad de que los medios más efectivos para detener la reforma judicial vendrán desde adentro, principalmente del Likud.

Al remover a Gallant tan rápidamente, Netanyahu está enviando un fuerte mensaje a aquellos dentro de su propio partido que podrían querer ayudar a frenar el plan de reforma judicial, que él cree que fortalecerá la democracia israelí y que sus oponentes temen que la transforme en una dictadura.

Junto a esos dos campos fuertemente divididos, hay un tercero, que cree, como lo hizo Gallant, que el proceso en sí mismo se ha convertido en una amenaza para la seguridad.

Seamos claros, Gallant es un fuerte político de derecha, que pertenece a ese campo político, del tipo que debería tener la libertad de expresar sus puntos de vista sobre seguridad y votar según su conciencia.

Para que Netanyahu dé este paso, solo tres meses después de su mandato, también tendría que estar dispuesto a permitir que su estrategia con Irán se vea afectada, dado que los aliados que recién comenzaban a trabajar con Gallant en una estrategia militar conjunta, ahora tendrían que empezar de nuevo con otro ministro de Defensa.

Si Netanyahu quisiera subrayar cuán importante es para él el tema de la reforma judicial, no podría haber elegido un movimiento simbólico más fuerte.

Netanyahu se ha mantenido firme frente a la presión interna y externa.
Hubo un momento hace menos de tres días, cuando la agitación que rodeaba el proceso de reforma casi pareció abrumar a Netanyahu.

En Londres se podían escuchar los cánticos de los manifestantes, ondeando banderas israelíes y sosteniendo carteles que advertían que Netanyahu estaba transformando a Israel de una democracia a una dictadura.

Netanyahu inicialmente parecía solemne, con la cabeza gacha como si le pesara el ruido exterior. Luego levantó la cabeza y esbozó una sonrisa al ver al primer ministro británico, Rishi Sunak, abrir la puerta de Downing Street y salir para saludarlo.

Esos segundos casi parecían ilustrar una imagen de un líder israelí aislado, tan sumido en la agitación que lo siguió hasta Londres. Las persistentes protestas de un pequeño grupo de activistas en su mayoría israelíes que a menudo gritaban en hebreo palabras como “¡democracia!” y “¡vergüenza!”, lo persiguió durante todo el viaje, subrayando la imagen.

Incluso cuando se fue, rodearon su transporte a ambos lados de la pequeña calle fuera del hotel Savoy.

Netanyahu, sin embargo, a menudo ha sido un líder israelí dispuesto a mantenerse firme frente a la enorme presión nacional e internacional.

No hace falta mirar más allá de la decisión de Netanyahu en 2015 de instar al Congreso a no apoyar el acuerdo con Irán del presidente estadounidense, Barack Obama.

Una posición solitaria para Netanyahu no significa una posición débil. Cuando se sentó a hablar con los periodistas en el hotel Savoy después de su conversación con el primer ministro británico, no pareció alterado por la turbulencia que lo rodeaba.

Para él, el problema era el creciente fenómeno de los reservistas de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) que han amenazado con dejar de servir en el ejército para protestar contra el plan de reforma judicial.

Gallant estaba tan preocupado de que tal negativa representara una amenaza para la seguridad que arriesgó su puesto como ministro de Defensa, por el que trabajó toda su vida, para instar a Netanyahu a suspender el proceso legislativo.

Netanyahu dijo a los periodistas que el fenómeno es una “amenaza a la seguridad” que, explicó, era la razón por la cual el alto nivel militar debe mantenerse firme y no puede ceder ante él. Tales amenazas no convencieron a Netanyahu de querer detener el proceso de reforma. Por el contrario, consideró que tal negativa de las FDI no puede convertirse en una herramienta política estándar para influir en la política del gobierno.

“El Estado no puede existir sin el ejército. No vas a tener un Estado. Es muy simple. Aquí se han cruzado todas las líneas rojas”, enfatizó.

Netanyahu habló como un hombre seguro de su camino y seguro de que el plan de reforma, una vez aprobado, probaría que su afirmación de que fortalecería al Estado era correcta.

Explicó que pausar el proceso de reforma no terminaría con las protestas que cree que continuarían a pesar de todo.

Netanyahu no está huyendo, está a la ofensiva. No tiene intención de retroceder.

Su decisión de despedir a Gallant lo demuestra.

Por Tovah Lazaroff – Fuente: Jerusalem Post

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