Seguinos en las redes

Opinión

Entre la desidia y la crítica: ¿Qué está pasando en Israel con la comunidad ultraortodoxa?

Agencia AJN.- Mientras amplios sectores de la ultraortodoxia se burlan de las restricciones de cierre para contener la pandemia, algunos llaman a sus pares a ser responsables, y piden al resto de los israelíes que entiendan que comparten su frustración.

Publicada

el

Virus Outbreak-Israel-Ultra-Orthodox

Agencia AJN (Por Haviv Rettig Gur, para The Times of Israel).- Este lunes, miles de ultraortodoxos marcharon en la ciudad de Ashdod para enterrar al rabino de la comunidad de Pittsburg, el rabino Mordechai Leifer, quien falleció a los 64 años.

Leifer había dirigido durante tres décadas una pequeña comunidad jasídica en el barrio Kiryat Pittsburg, en la ciudad del sur de Israel, que está entre las zonas consideradas “rojas” por el Ministerio de Salud, debido a sus altas tasas de contagio.

El rabino, demasiado joven en las jerarquías rabínicas jasídicas para ser bien conocido fuera de Ashdod, pero sin embargo un amado líder espiritual y compositor local, murió el domingo por complicaciones del COVID-19 después de contraer la enfermedad en agosto.

Pero nada de eso – ni la muerte del rabino, ni la propagación desenfrenada del virus que llevó al actual cierre nacional, ni siquiera el hecho de que el virus se estaba propagando especialmente rápido a través de la comunidad ultraortodoxa de Ashdod – impidió que miles de religiosos se amontonaran para su funeral, ignorando las restricciones del coronavirus y violando la ley en el proceso.

Muchos de esos “haredim”, como se los conoce en Israel, ni siquiera eran sus seguidores, y algunos – de nuevo en contravención de la ley – habían viajado desde otras ciudades para participar. Un rabino visitante, de la dinastía Sadigura, aprovechó el viaje para visitar el seminario local de su movimiento, publicando fotografías de la visita que mostraban la misma indiferencia ante las medidas de distanciamiento social, incluso en el corazón de una ciudad afectada por el virus.

EjkLhkqX0AAXNLv

Los asistentes al funeral en Ashdod, amotinados alrededor de la ceremonia e ignorando los llamados de la policía.

Durante el funeral, un puñado de policías hizo todo lo posible por mantener a raya a la multitud, pero sólo consiguió que los congregantes formaran un círculo muy unido, fuera del alcance de los oficiales que estaban junto a la tumba. Cuando el funeral concluyó, algunos se resistieron a los esfuerzos de la policía para dispersar a la multitud e incluso comenzaron a amotinarse.

El evento, las violaciones, la extraña y casual indiferencia por las reglas del virus incluso en el funeral de un querido rabino abatido por ese mismo virus, parecen estar a la orden del día en partes significativas de la comunidad ultraortodoxa. No hay siquiera un día que no ofrezca otro ejemplo de desprecio por las restricciones del virus por parte de algún grupo u otro del sector más observante de la religión judía.

Nadie se sorprendió, entonces, cuando el zar del coronavirus del gobierno, Ronni Gamzu, le dijo al “gabinete del coronavirus”, como lo hizo el lunes, que los índices de morbilidad entre los ultraortodoxos son cuatro veces mayores que los de la población general, o que, siendo apenas el 12% de la población de Israel, los “haredim” son responsables del 40% de los nuevos casos que se detectan.

Las expresiones de resentimiento por el comportamiento de los ultraortodoxos están muy extendidas entre el sector secular, como era de esperarse. Incluso aquellos que se esfuerzan por explicar con simpatía las brechas culturales que impulsan la resistencia de la comunidad al distanciamiento social – la centralidad de la oración y el ritual comunitario, las familias numerosas hacinadas en pequeños apartamentos en esa población empobrecida, el sistema de educación religiosa basado en formas tradicionales de estudio textual individual – se quedan atónitos ante las violaciones desenfrenadas.

Pero hay otro grupo preocupado y frustrado por el comportamiento de los ultraortodoxos: los propios miembros de la comunidad, cuyo reconocimiento de los fracasos de su población para hacer frente a la pandemia, y la frustración y desesperación que los acompañan, dominan ahora sus medios de comunicación y su política. Las acusaciones de traición se suceden a través de los debates internos de la comunidad.

Enojo con los “moysrim”

A principios de esta semana, un analista político ultraortodoxo tenía una explicación para la creciente ira entre los israelíes seculares por el incumplimiento generalizado de las restricciones del coronavirus. «Seamos claros. Los periodistas que documentan exhaustivamente las reuniones masivas son los que causan la incitación al odio contra el público ortodoxo», escribió en Twitter Ishay Cohen, analista político de Kikar Hashabat, un importante medio de comunicación religioso.

«Todos deberían actuar de acuerdo con los dictados de sus rabinos, incluso si no entendemos su camino. Pero no hay ningún mandamiento para publicar videos de ‘jasidim’ reuniéndose en contravención de las restricciones. Eso es sólo para incitar al repudio de los seculares», dijo, refiriéndose a las sectas jasídicas que abiertamente, y bajo las instrucciones de sus rabinos, desobedecen las reglas de distanciamiento social.

.

La policía intenta alejar a los ultraortodoxos durante el funeral del rabino Leisher en Ashdod.

En otras palabras, una cosa es que su rabino le diga que está bien desobedecer las directrices, pero otra muy distinta es que se muestre la violación a todo el país.

Uno de los usuarios de Twitter que respondió a la frustración de Cohen fue Dudi Zilbershlag, uno de los operadores políticos más conocidos de la comunidad ultraortodoxa israelí, un exitoso ex estratega político de Benjamin Netanyahu, Ehud Barak y Ehud Olmert, fundador de medios de comunicación religiosos, y una voz importante en los asuntos de la ortodoxia en el panorama mediático más amplio de Israel.

«Cuestiono la nobleza de sus intenciones», dijo Zilbershlag sobre los autores de los videos que muestran las violaciones de las reglas a redes sociales. «Esta es su manera de salir y hacer daño, y el daño es terrible», acusó.

“Moysrim” es una connotación negativa para llamar a los informantes, proveniente de como se identificaba a quienes delatarían a sus compañeros judíos ante un comisario zarista antisemita. El término se oye ahora en el lenguaje ortodoxo en referencia a aquellos que notifican a la policía de Israel sobre grandes reuniones, y para aquellos que, en su afán de difundir el mensaje de su rabino en cada acto, terminan extendiendo una creciente ira por el incumplimiento de las reglas de su comunidad.

La acusación de Zilbershlag, entonces, es asombrosa. Cohen está enojado con ciertos sectores jasídicos, no sólo por romper las reglas, sino por hacer alarde de ese hecho en las redes y, por lo tanto, alimentar el resentimiento contra ellos. La respuesta de Zilbershlag, en cambio, es que lo están haciendo a propósito. Es decir, que hay miembros de la comunidad que generan intencionadamente el odio hacia ellos mismos por parte del resto de la población israelí.

.

No hay escapatoria

Durante la epidemia de cólera que azotó su ciudad de Vilna en 1848, el rabino Israel Salanter dijo a sus seguidores que se les permitía comer en pequeñas porciones durante el ayuno de Iom Kipur si temían que la estricta observancia del ayuno los debilitara y los hiciera más susceptibles a la enfermedad.

Según un relato posterior de la decisión de su hijo Yitzhak Lipkin, el gran sabio lituano se preocupaba no sólo por la salud de su comunidad sino también por su reputación. Temía que un ayuno que debilitara a sus seguidores durante una epidemia llevara a los no judíos a decir «que es por la fe de Israel por lo que se trajeron la enfermedad a sí mismos».

La ultraortodoxia es un fenómeno extraño. No es un juicio subjetivo desde fuera, es una de las partes elementales del propósito consciente de la comunidad: ser extraño. Los rabinos explican que se visten de forma diferente a la comunidad que los rodea, no sólo porque sus antepasados lo hicieron, o por alguna restricción específica de la ley religiosa, sino también simplemente para sobresalir, para ser representantes visibles y portadores de una tradición que, como ellos, está separada de la vida cotidiana y de las vicisitudes de la historia que tiene lugar a su alrededor.

Los sociólogos que estudian la sociedad “haredi” hablan de la vestimenta única y otras formas de extrañeza deliberada como estrategias para afirmar y fortalecer la cohesión del grupo. Las barreras de apariencia y cultura entre ellos y el mundo exterior sirven para señalar la lealtad a los que están dentro del círculo.

En los estudios, los ultraortodoxos informan de altos niveles de satisfacción y felicidad en la vida, en gran medida debido al sentido de solidaridad inculcado por esta distinción deliberada.

.

Ultraortodoxos rezando eñ «Tashlish» previo a Iom Kipur en el Río Hayarkón, de Tel Aviv.

En definitiva, los ultraortodoxos no son inconscientes de cómo se presentan al mundo exterior, sino que esa conciencia es central en su cultura.

También explica por qué un analista como Zilbershlag puede acusar a algunos reporteros de provocar deliberadamente un sentimiento anti-ortodoxo en el resto de la sociedad israelí. Hay quienes creen que las barreras deberían ser más altas.

Desgraciadamente, dicen prominentes periodistas ortodoxos, tales estrategias tienden a funcionar.

«Es fácil vernos», lamentó Yossi Elituv, editor de Mishpacha, el semanario “haredi” más leído, en una entrevista con el Canal 12 el lunes. «Vamos de negro, tenemos nuestros sombreros de copa». Los medios de comunicación, acusó, a menudo muestran a ultraortodoxos cuando cubren las historias de coronavirus sin otra razón que las imágenes convincentes producidas por su distintivo vestuario.

Y eso tiene un costo. «Cuando tienes un gobierno que no funciona, que enfrenta a los israelíes entre sí, y cuando periodistas quieren contar una historia sobre un país entero que se ha derrumbado en los últimos siete meses, sobre un liderazgo que huyó a sus propias luchas privadas, dejando al resto de la nación desangrándose… Entonces de repente encuentras a los ‘haredim’», explica Elituv, argumentando que se los señala como chivos expiatorios.

Su mera visibilidad, cree Elituv, los convierte en un conveniente sustituto para un colapso más amplio, y eso ha llevado a una respuesta predecible de los mismos ultraortodoxos: «En los últimos siete meses, la confianza de los ciudadanos ‘haredim’ en cualquier cosa más allá de su comunidad se ha derrumbado».

.

Aryeh Erlich, una personalidad mediática ultraortodoxa que presenta un programa de entrevistas en Radio Israel, cuenta una historia similar. «Los Haredim son una comunidad muy distintiva, pintada en una paleta muy identificable. Se les puede localizar fácilmente en una sinagoga, fotografiarles con sus shtreimels y sombreros de copa, grabar los tishes [comidas de celebración en la mesa del rabino]… No son sólo israelíes normales que ignoran las restricciones en la playa o en el parque, porque eso no es una historia, es sólo un ciudadano desobedeciendo, en cambio con los ultraortodoxos se trata de una comunidad entera», dijo.

Y los ultraortodoxos están frustrados. «El debilitamiento de la adherencia a las reglas es una respuesta humana natural a casi ocho meses de asfixia. Recuerden que en la Pascua no se abrió ni una sola sinagoga, ni un solo tish, nada. Pero el tiempo pasa, la situación se reevalúa, la naturaleza humana tiende a minimizarla, y el resultado es una relajación generalizada», dijo Erlich.

Un ansioso agotamiento se ha apoderado de amplias franjas de la comunidad israelí ultraortodoxa, que se siente singularmente amenazada por la pandemia y el encierro. Los periodistas y líderes no saben cómo hacer que sus comunidades respeten las restricciones establecidas por el gobierno, incluso cuando el virus recorre un camino mortal a través de sus vecindarios, talando a miembros de la familia y a queridos rabinos.

Saben, aguda y visceralmente, lo mal que se ven ante los demás. Y no tienen ni la menor idea de qué hacer al respecto.

Opinión

The New York Times | El nuevo negacionismo de la violación

Publicado

el

Por

nyt
Leo Correa/Associated Press

Agencia AJN.- (Por Bret Stephens – The New York Times -NYT-) «El 7 de octubre, Hamás invadió Israel y se filmó cometiendo decenas de atrocidades contra los derechos humanos. Algunas de las imágenes fueron capturadas más tarde por el ejército israelí y proyectadas a cientos de periodistas, entre los que estaba yo’’. El ‘‘sadismo puro y depredador», como lo describió el escritor de Atlantic Graeme Wood, no tiene fondo.

Sin embargo, Hamás niega que sus hombres agredieran sexualmente a israelíes y califica las acusaciones de «mentiras y calumnias contra los palestinos y su resistencia». Y los ‘‘aliados’’ de Hamás en Occidente, la mayoría de ellos autodenominados progresistas, repiten como loros ese negacionismo ante las pruebas contundentes y profundamente investigadas de violaciones generalizadas, documentadas más recientemente en un informe de Naciones Unidas publicado este lunes.

La pregunta interesante es, ¿por qué? ¿Por qué se niegan a creer que Hamás, que masacraba niños en sus camas, tomaba ancianas como rehenes e incineraba familias en sus casas, sea capaz de eso?

Llegaré a eso punto en breve, pero antes vale la pena analizar las formas que adopta este negacionismo. Un método consiste en reconocer, como decía un artículo reciente, que «es posible que se produjeran agresiones sexuales el 7 de octubre», pero nadie demostró realmente que formaran parte de un patrón organizado. Otro consiste en plantear dudas sobre diversos detalles de las historias para sugerir que si hay un solo error, o un testigo cuyo testimonio es incoherente, todo el relato debe ser también falso y deshonesto. Una tercera es tratar cualquier cosa que diga un israelí como intrínsecamente sospechosa.

Y, por último, está la cuestión de que apenas hay testigos de las agresiones. ¿Dónde están las mujeres supuestamente violadas? ¿Por qué no hablan?

La respuesta a esta última pregunta es la más sombría: En su inmensa mayoría, las mujeres que podrían haber hablado están muertas, por la sencilla razón de que cualquier israelí que se acercara lo suficiente a un terrorista como para ser violada estaba lo suficientemente cerca como para ser asesinada. En cuanto a la credibilidad de los testigos israelíes, ¿quién más, aparte de los primeros intervinientes que se encontraron con las víctimas de primera mano, debería ser entrevistado y citado por cualquiera que investigue esto? En los tribunales misóginos de Irán, el testimonio legal de una mujer vale la mitad que el de un hombre. En los rincones de la izquierda que odian a Israel, el valor de los testigos israelíes parece ser aún menor.

Pero son los dos primeros tipos de negacionismo los que en cierto modo resultan más chocantes, porque también son los más hipócritas.

¿No fueron los progresistas quienes, durante la saga de Brett Kavanaugh, subrayaron que las discrepancias ocasionales en la memoria de sucesos traumáticos son absolutamente normales? ¿Y desde cuándo los progresistas insisten en que la carga de la prueba para demostrar un patrón de agresión sexual recae en las víctimas, la mayoría de cuyas voces fueron, en este caso, silenciadas para siempre?

Que rápido pasa la extrema izquierda de «creer a las mujeres» a «creer a Hamás» cuando cambia la identidad de la víctima. Si, Dios no lo quiera, una banda de Proud Boys descendiera sobre Los Ángeles para llevar a cabo el tipo de atrocidades que Hamás llevó a cabo en las comunidades israelíes, estoy bastante seguro de que nadie en la izquierda dedicaría ningún tipo de energía a intentar descubrir quién fue violado, y mucho menos cómo o cuándo.

Es en este clima ideológico cuando nos llega el informe de la ONU. En cierto modo es un hito, aunque sólo sea porque la ONU nunca simpatiza con el Estado judío y fue escandalosamente lenta incluso en darse cuenta de las primeras pruebas de agresiones sexuales. Para cualquiera que mantenga una mente razonablemente abierta pero siga teniendo dudas, el informe señala, entre otros detalles, «al menos dos incidentes de violación de cadáveres de mujeres», «cuerpos encontrados desnudos y/o atados, y en un caso amordazados», e «información clara y convincente de que se produjeron actos de violencia sexual, incluidas violaciones, torturas sexualizadas y tratos crueles, inhumanos y degradantes contra algunas mujeres y niños» durante su estancia como rehenes».

Eso debería ser más que suficiente, pero no lo será. Un amplio y creciente rincón de Occidente se niega a aceptar que la guerra de Israel en Gaza sea una respuesta al mal, o que los israelíes puedan ser víctimas de algún modo. Perturba la narrativa de la guerra en Gaza como un caso de fuertes contra débiles, los colonos y colonialistas israelíes contra víctimas justas e indígenas.

Los críticos honestos de las políticas de Israel pueden plantear serias objeciones al mismo tiempo que reconocen con franqueza las horribles circunstancias que pusieron en marcha esas políticas. Lo que vemos en cambio son críticas deshonestas, que cuestionan deshonestamente esas circunstancias para poder apuntar a la existencia del propio Israel.

La gente seria debería saber en qué consistía la antigua versión del negacionismo antisemita: un flujo constante de minucias fácticas, inversiones lógicas, argumentos falsos presentados de manera sutil, retóricas destinadas a ofuscar y negar el mayor crimen de la historia. También deberían entender el objetivo: al negar las atrocidades del pasado, allanaron el camino para las siguientes. Los actuales negacionistas de las violaciones no son mejores que sus antepasados.

Seguir leyendo

Opinión

Hamás construyó túneles bajo la casa de mi familia en Gaza. Ahora está en ruinas

Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, normalizó la violencia y la militarización en Gaza, eliminando las posibilidades de un Estado palestino, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana por los sucesivos gobiernos israelíes que se opusieron.

Publicado

el

Por

time
Soldados salen el 7 de enero de 2024 de un túnel que Hamás habría utilizado el 7 de octubre para atacar Israel a través del paso fronterizo de Erez, en el norte de Gaza. Noam Galai-Getty Images

Agencia AJN.- (Por Jehad Al-Saftawi – TIME) Pasaron siete años desde que me escapé de mi asediada ciudad de Gaza y vine a Estados Unidos. El Día de Acción de Gracias, mi madre me envió una foto de un árbol caído de cuatro metros en el sur de la Franja, donde mi familia se refugió estas últimas semanas. Diez de mis familiares están de pie sobre la calle, rodeando el árbol, y uno de ellos está cortando sus ramas. Es imposible conseguir gas para cocinar y este árbol es ahora la leña que les permitirá preparar su próxima comida.

Desde los atroces ataques de Hamás a Israel del 7 de octubre -que dejaron unos 1.200 muertos, la mayor matanza masiva de judíos en un solo día desde el Holocausto-, los sistemas que abastecen de alimentos, agua y medicinas a Gaza están en urgente declive mientras Israel lleva a cabo su continuo bombardeo de la Franja como respuesta. Desde entonces murieron al menos 27.000 palestinos, miles de ellos al parecer combatientes de Hamás, y unos 1,7 millones de los 2,3 millones de habitantes de Gaza se vieron desplazados, junto con decenas de miles de israelíes por el continuo lanzamiento de cohetes de Hezbollah en el sur de Líbano. Gran parte de la Franja quedó reducida a escombros. Pero la sensación de desorden y emergencia que reina hoy en el enclave costero se remonta mucho más atrás en el tiempo.

Desde la violenta toma de Gaza de Hamás en 2007, las concurridas y hermosas calles que yo conocía están dominadas por el caos terrorista. Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, Hamás normalizó la violencia y la militarización en todos los aspectos de la vida pública y privada de la Franja. En el proceso, eliminaron las posibilidades de un Estado palestino próspero junto a Israel, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana en medio de sucesivos gobiernos israelíes que trabajaban en contra de ello.

Vivimos en departamento de la familia de mi padre Imad y ahorramos dinero durante casi 18 años hasta que pudimos construir nuestra propia casa en el norte de Gaza. La primera señal de que Hamás estaba construyendo túneles bajo nuestra casa llegó en julio de 2013, mientras se realizaba la construcción. El que pronto sería nuestro nuevo vecino, Um Yazid Salha, se contactó con mi madre Saadia para preguntarle por qué mi hermano Hamza y yo siempre veníamos a la obra después de medianoche.

La obra, de dos plantas, estaba rodeada por un muro y dos puertas. Pero nosotros estábamos todas las noches en el departamento de la familia de mi padre, donde se cierra la puerta con llave a las 10 de la noche. «Nadie entra ni sale después de las 10», le dijo mi madre a Um Yazid.

Al día siguiente fui a la obra con mi madre y Hamza. Tras mirar rápidamente, no encontramos nada raro. Pero cuando examinamos la obra con mayor atención, encontramos varias losas de hormigón abajo de la escalera interior, cada una de unos 2,5 metros de largo. También encontramos una zona con tierra recién removida a la derecha de nuestra casa y del muro que la rodeaba.

Mi hermano Hamza y yo cavamos en esa tierra mientras nuestra madre miraba. Pronto nos encontramos con una puerta de metal cerrada con un candado. No teníamos ni idea de lo que era ni de por qué estaba allí. Hamza y yo volvimos a cubrir rápidamente la zona con tierra y fuimos directamente a la casa de nuestro vecino.

Antes de nuestra visita, Um Yazid nos contó que algunas noches miraba por las ventanas de su edificio de cuatro plantas hacia el muro que rodeaba nuestra casa y veía la llegada de una camioneta. La gente salía del vehículo y colgaba una lona para ocultar lo que estaban haciendo. Um Yazid escuchaba ruidos de carga y descarga y sentía vibraciones de excavación procedentes del terreno vacío que había detrás de nuestra casa. Sospechaba que alguien estaba cavando un túnel.

Al día siguiente de inspeccionar la casa, Um Yazid llamó para decirnos que los hombres habían regresado por la noche. Mi madre no quería que fuera, pero me vestí y fui solo a la casa inacabada. Cuando llegué a la puerta de hierro de la casa, empecé a escuchar el movimiento de las personas que estaban adentro. Toqué la puerta y una persona enmascarada abrió y me pidió que retrocediera un poco. Luego la cerró y me preguntó quién era yo. Desafiante, le dije que era el dueño de la casa. «¿Quién es usted?», le pregunté.

Encontrarnos con hombres enmascarados es algo a lo que estamos acostumbrados en diferentes aspectos de la vida de Gaza. Discutimos. Le dije que mi tío, que era miembro de Hamás y fiscal en su gobierno, les impediría construir un túnel. El hombre de la máscara insistió en que seguirían como querían. Me dijo que no debía tener miedo y que sólo sería una pequeña habitación cerrada que permanecería enterrada bajo tierra. Nadie podría entrar ni salir. Además, me dijo que sólo en el caso de una invasión terrestre israelí en esta zona y el desplazamiento de los residentes se utilizarían estas habitaciones para suministrar armas.

«No queremos vivir encima de un depósito de armas», le dije, justo antes de que me obligara a retirarme.

Las obras continuaron y Um Yazid siguió informándonos de la actividad nocturna. Hamza y yo, que la visitábamos cada pocas semanas, siempre encontrábamos la misma puerta. Nunca estábamos seguros de lo que podíamos hacer o de lo que realmente ocurría detrás de ella. Nuestro tío nos aseguraba que no teníamos nada que temer.

En febrero de 2014 me casé y dejé la casa de mi familia. Ese mismo año, mi madre, Hamza, y mis dos hermanas pequeñas se mudaron a la casa recién terminada. Antes de que lo hicieran, Hamza y yo volvimos a cavar y esta vez no encontramos más que un metro de arena y luego una gran losa de cemento. La cubrimos, creyendo que por fin habían cerrado la «habitación» por insistencia de nuestro tío.

En los años transcurridos desde entonces, mi familia o sus vecinos escuchaban ruidos o movimientos de vez en cuando. A veces se preguntaban si realmente había túneles, si estaban activos. Mi familia tenía demasiado miedo para hablar de esto con alguien, así que era nuestro secreto. Era vergonzoso, aunque sabíamos que nos oponíamos profundamente a lo que Hamás hubiera hecho al otro lado de aquella losa de cemento.

Cuando algo no se dice durante tanto tiempo, empieza a parecer imposible que la verdad llegue a saberse. Siempre esperé que llegara un momento en el que a mi familia y a otras personas como nosotros se les permitiera hablar de esos túneles, de la peligrosa vida que Hamás impuso a los gazatíes. Ahora que estoy decidido a hablar abiertamente de ello, no sé si ni siquiera importa.

Mi familia fue evacuada al sur poco después del 7 de octubre. Meses después, recibimos fotos de nuestra casa y nuestro barrio, ambos en ruinas. Quizá nunca sepa si la casa fue destruida por los ataques israelíes o por los combates entre Hamás e Israel. Pero el resultado es el mismo. Nuestra casa, y demasiadas de nuestra comunidad, fueron arrasadas junto a una historia y unos recuerdos de valor incalculable.

Y este es el legado de Hamás. Empezaron a destruir la casa de mi familia en 2013 cuando construyeron túneles bajo ella. Siguieron amenazando nuestra seguridad durante una década: siempre supimos que podríamos tener que desalojarla en cualquier momento. Siempre temimos la violencia. Los gazatíes merecen un verdadero gobierno palestino que apoye los intereses de sus ciudadanos, no terroristas que lleven a cabo sus propios planes. Hamás no está luchando contra Israel. Están destruyendo Gaza.

Seguir leyendo

Más leídas

WhatsApp Suscribite al Whatsapp!