Opinión
Entre la desidia y la crítica: ¿Qué está pasando en Israel con la comunidad ultraortodoxa?
Agencia AJN.- Mientras amplios sectores de la ultraortodoxia se burlan de las restricciones de cierre para contener la pandemia, algunos llaman a sus pares a ser responsables, y piden al resto de los israelíes que entiendan que comparten su frustración.

Agencia AJN (Por Haviv Rettig Gur, para The Times of Israel).- Este lunes, miles de ultraortodoxos marcharon en la ciudad de Ashdod para enterrar al rabino de la comunidad de Pittsburg, el rabino Mordechai Leifer, quien falleció a los 64 años.
Leifer había dirigido durante tres décadas una pequeña comunidad jasídica en el barrio Kiryat Pittsburg, en la ciudad del sur de Israel, que está entre las zonas consideradas “rojas” por el Ministerio de Salud, debido a sus altas tasas de contagio.
El rabino, demasiado joven en las jerarquías rabínicas jasídicas para ser bien conocido fuera de Ashdod, pero sin embargo un amado líder espiritual y compositor local, murió el domingo por complicaciones del COVID-19 después de contraer la enfermedad en agosto.
Pero nada de eso – ni la muerte del rabino, ni la propagación desenfrenada del virus que llevó al actual cierre nacional, ni siquiera el hecho de que el virus se estaba propagando especialmente rápido a través de la comunidad ultraortodoxa de Ashdod – impidió que miles de religiosos se amontonaran para su funeral, ignorando las restricciones del coronavirus y violando la ley en el proceso.
Muchos de esos “haredim”, como se los conoce en Israel, ni siquiera eran sus seguidores, y algunos – de nuevo en contravención de la ley – habían viajado desde otras ciudades para participar. Un rabino visitante, de la dinastía Sadigura, aprovechó el viaje para visitar el seminario local de su movimiento, publicando fotografías de la visita que mostraban la misma indiferencia ante las medidas de distanciamiento social, incluso en el corazón de una ciudad afectada por el virus.

Los asistentes al funeral en Ashdod, amotinados alrededor de la ceremonia e ignorando los llamados de la policía.
Durante el funeral, un puñado de policías hizo todo lo posible por mantener a raya a la multitud, pero sólo consiguió que los congregantes formaran un círculo muy unido, fuera del alcance de los oficiales que estaban junto a la tumba. Cuando el funeral concluyó, algunos se resistieron a los esfuerzos de la policía para dispersar a la multitud e incluso comenzaron a amotinarse.
El evento, las violaciones, la extraña y casual indiferencia por las reglas del virus incluso en el funeral de un querido rabino abatido por ese mismo virus, parecen estar a la orden del día en partes significativas de la comunidad ultraortodoxa. No hay siquiera un día que no ofrezca otro ejemplo de desprecio por las restricciones del virus por parte de algún grupo u otro del sector más observante de la religión judía.
ישר לספרים: הרבי מסאדיגורה שהגיע לאשדוד להלווית דודו הרבי מפיטסבורג זצ"ל הגיע לביקור פתע בבית המדרש של החסידות בעיר ושקע בלימוד בספרי הקודש pic.twitter.com/REMF8lJsiT
— משה ויסברג (@moshe_nayes) October 5, 2020
Nadie se sorprendió, entonces, cuando el zar del coronavirus del gobierno, Ronni Gamzu, le dijo al “gabinete del coronavirus”, como lo hizo el lunes, que los índices de morbilidad entre los ultraortodoxos son cuatro veces mayores que los de la población general, o que, siendo apenas el 12% de la población de Israel, los “haredim” son responsables del 40% de los nuevos casos que se detectan.
Las expresiones de resentimiento por el comportamiento de los ultraortodoxos están muy extendidas entre el sector secular, como era de esperarse. Incluso aquellos que se esfuerzan por explicar con simpatía las brechas culturales que impulsan la resistencia de la comunidad al distanciamiento social – la centralidad de la oración y el ritual comunitario, las familias numerosas hacinadas en pequeños apartamentos en esa población empobrecida, el sistema de educación religiosa basado en formas tradicionales de estudio textual individual – se quedan atónitos ante las violaciones desenfrenadas.
Pero hay otro grupo preocupado y frustrado por el comportamiento de los ultraortodoxos: los propios miembros de la comunidad, cuyo reconocimiento de los fracasos de su población para hacer frente a la pandemia, y la frustración y desesperación que los acompañan, dominan ahora sus medios de comunicación y su política. Las acusaciones de traición se suceden a través de los debates internos de la comunidad.
Enojo con los “moysrim”
A principios de esta semana, un analista político ultraortodoxo tenía una explicación para la creciente ira entre los israelíes seculares por el incumplimiento generalizado de las restricciones del coronavirus. «Seamos claros. Los periodistas que documentan exhaustivamente las reuniones masivas son los que causan la incitación al odio contra el público ortodoxo», escribió en Twitter Ishay Cohen, analista político de Kikar Hashabat, un importante medio de comunicación religioso.
«Todos deberían actuar de acuerdo con los dictados de sus rabinos, incluso si no entendemos su camino. Pero no hay ningún mandamiento para publicar videos de ‘jasidim’ reuniéndose en contravención de las restricciones. Eso es sólo para incitar al repudio de los seculares», dijo, refiriéndose a las sectas jasídicas que abiertamente, y bajo las instrucciones de sus rabinos, desobedecen las reglas de distanciamiento social.

La policía intenta alejar a los ultraortodoxos durante el funeral del rabino Leisher en Ashdod.
En otras palabras, una cosa es que su rabino le diga que está bien desobedecer las directrices, pero otra muy distinta es que se muestre la violación a todo el país.
Uno de los usuarios de Twitter que respondió a la frustración de Cohen fue Dudi Zilbershlag, uno de los operadores políticos más conocidos de la comunidad ultraortodoxa israelí, un exitoso ex estratega político de Benjamin Netanyahu, Ehud Barak y Ehud Olmert, fundador de medios de comunicación religiosos, y una voz importante en los asuntos de la ortodoxia en el panorama mediático más amplio de Israel.
«Cuestiono la nobleza de sus intenciones», dijo Zilbershlag sobre los autores de los videos que muestran las violaciones de las reglas a redes sociales. «Esta es su manera de salir y hacer daño, y el daño es terrible», acusó.
“Moysrim” es una connotación negativa para llamar a los informantes, proveniente de como se identificaba a quienes delatarían a sus compañeros judíos ante un comisario zarista antisemita. El término se oye ahora en el lenguaje ortodoxo en referencia a aquellos que notifican a la policía de Israel sobre grandes reuniones, y para aquellos que, en su afán de difundir el mensaje de su rabino en cada acto, terminan extendiendo una creciente ira por el incumplimiento de las reglas de su comunidad.
La acusación de Zilbershlag, entonces, es asombrosa. Cohen está enojado con ciertos sectores jasídicos, no sólo por romper las reglas, sino por hacer alarde de ese hecho en las redes y, por lo tanto, alimentar el resentimiento contra ellos. La respuesta de Zilbershlag, en cambio, es que lo están haciendo a propósito. Es decir, que hay miembros de la comunidad que generan intencionadamente el odio hacia ellos mismos por parte del resto de la población israelí.
No hay escapatoria
Durante la epidemia de cólera que azotó su ciudad de Vilna en 1848, el rabino Israel Salanter dijo a sus seguidores que se les permitía comer en pequeñas porciones durante el ayuno de Iom Kipur si temían que la estricta observancia del ayuno los debilitara y los hiciera más susceptibles a la enfermedad.
Según un relato posterior de la decisión de su hijo Yitzhak Lipkin, el gran sabio lituano se preocupaba no sólo por la salud de su comunidad sino también por su reputación. Temía que un ayuno que debilitara a sus seguidores durante una epidemia llevara a los no judíos a decir «que es por la fe de Israel por lo que se trajeron la enfermedad a sí mismos».
La ultraortodoxia es un fenómeno extraño. No es un juicio subjetivo desde fuera, es una de las partes elementales del propósito consciente de la comunidad: ser extraño. Los rabinos explican que se visten de forma diferente a la comunidad que los rodea, no sólo porque sus antepasados lo hicieron, o por alguna restricción específica de la ley religiosa, sino también simplemente para sobresalir, para ser representantes visibles y portadores de una tradición que, como ellos, está separada de la vida cotidiana y de las vicisitudes de la historia que tiene lugar a su alrededor.
Los sociólogos que estudian la sociedad “haredi” hablan de la vestimenta única y otras formas de extrañeza deliberada como estrategias para afirmar y fortalecer la cohesión del grupo. Las barreras de apariencia y cultura entre ellos y el mundo exterior sirven para señalar la lealtad a los que están dentro del círculo.
En los estudios, los ultraortodoxos informan de altos niveles de satisfacción y felicidad en la vida, en gran medida debido al sentido de solidaridad inculcado por esta distinción deliberada.

Ultraortodoxos rezando eñ «Tashlish» previo a Iom Kipur en el Río Hayarkón, de Tel Aviv.
En definitiva, los ultraortodoxos no son inconscientes de cómo se presentan al mundo exterior, sino que esa conciencia es central en su cultura.
También explica por qué un analista como Zilbershlag puede acusar a algunos reporteros de provocar deliberadamente un sentimiento anti-ortodoxo en el resto de la sociedad israelí. Hay quienes creen que las barreras deberían ser más altas.
Desgraciadamente, dicen prominentes periodistas ortodoxos, tales estrategias tienden a funcionar.
«Es fácil vernos», lamentó Yossi Elituv, editor de Mishpacha, el semanario “haredi” más leído, en una entrevista con el Canal 12 el lunes. «Vamos de negro, tenemos nuestros sombreros de copa». Los medios de comunicación, acusó, a menudo muestran a ultraortodoxos cuando cubren las historias de coronavirus sin otra razón que las imágenes convincentes producidas por su distintivo vestuario.
Y eso tiene un costo. «Cuando tienes un gobierno que no funciona, que enfrenta a los israelíes entre sí, y cuando periodistas quieren contar una historia sobre un país entero que se ha derrumbado en los últimos siete meses, sobre un liderazgo que huyó a sus propias luchas privadas, dejando al resto de la nación desangrándose… Entonces de repente encuentras a los ‘haredim’», explica Elituv, argumentando que se los señala como chivos expiatorios.
Su mera visibilidad, cree Elituv, los convierte en un conveniente sustituto para un colapso más amplio, y eso ha llevado a una respuesta predecible de los mismos ultraortodoxos: «En los últimos siete meses, la confianza de los ciudadanos ‘haredim’ en cualquier cosa más allá de su comunidad se ha derrumbado».
Aryeh Erlich, una personalidad mediática ultraortodoxa que presenta un programa de entrevistas en Radio Israel, cuenta una historia similar. «Los Haredim son una comunidad muy distintiva, pintada en una paleta muy identificable. Se les puede localizar fácilmente en una sinagoga, fotografiarles con sus shtreimels y sombreros de copa, grabar los tishes [comidas de celebración en la mesa del rabino]… No son sólo israelíes normales que ignoran las restricciones en la playa o en el parque, porque eso no es una historia, es sólo un ciudadano desobedeciendo, en cambio con los ultraortodoxos se trata de una comunidad entera», dijo.
Y los ultraortodoxos están frustrados. «El debilitamiento de la adherencia a las reglas es una respuesta humana natural a casi ocho meses de asfixia. Recuerden que en la Pascua no se abrió ni una sola sinagoga, ni un solo tish, nada. Pero el tiempo pasa, la situación se reevalúa, la naturaleza humana tiende a minimizarla, y el resultado es una relajación generalizada», dijo Erlich.
Un ansioso agotamiento se ha apoderado de amplias franjas de la comunidad israelí ultraortodoxa, que se siente singularmente amenazada por la pandemia y el encierro. Los periodistas y líderes no saben cómo hacer que sus comunidades respeten las restricciones establecidas por el gobierno, incluso cuando el virus recorre un camino mortal a través de sus vecindarios, talando a miembros de la familia y a queridos rabinos.
Saben, aguda y visceralmente, lo mal que se ven ante los demás. Y no tienen ni la menor idea de qué hacer al respecto.
Opinión
Análisis: Mientras Israel lucha contra Irán, ¿dónde están los aliados terroristas de Teherán en su momento de necesidad?
Teherán desarrolló una red terrorista regional para aislarse de la guerra, pero ahora que está bajo ataque, Hezbollah y otros se sienten demasiado débiles o demasiado intimidados para unirse a la batalla.

Por Nurit Yohanan
Cuando Israel anunció la Operación «León Ascendente» en la madrugada del viernes, marcó la primera vez en más de 50 años que el país declaraba la guerra contra un Estado soberano, en lugar de contra una organización terrorista que opera desde territorio extranjero, Cisjordania o Gaza. Un número considerable de estas organizaciones a las que Israel se ha enfrentado a lo largo de los años fueron y son apoyadas, financiadas o incluso controladas directamente por Irán, el país que ahora se encuentra en la mira de Israel.
Desde la Revolución iraní, el régimen de Teherán ha invertido importantes esfuerzos en difundir su ideología entre las poblaciones chiítas de Medio Oriente, a la vez que ha construido una red de organizaciones terroristas en toda la región, incluyendo grupos suníes.
La Fuerza Quds, una unidad especial del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, se ha centrado en las últimas décadas en apoyar a estas organizaciones mediante ayuda financiera, el suministro de armas y municiones, e incluso entrenamiento, a veces realizado en territorio iraní.
Para Irán, la red terrorista era tanto una proyección de poder como un escudo: los grupos hostigaban continuamente a los dos mayores enemigos de la República Islámica, Estados Unidos e Israel, mientras que este se mantenía aislado de las represalias. Y la existencia de una liga de ejércitos de apoyo, listos para defenderse en caso de guerra, ayudó a disuadir cualquier idea occidental de invasión o cambio de régimen.
Después del 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó un ataque devastador contra Israel, desencadenando la guerra en Gaza, la amplitud del arsenal iraní quedó en evidencia, con grupos respaldados por Teherán, desde el Líbano hasta Yemen, atacando a Israel en lo que el entonces ministro de defensa israelí, Yoav Gallant, denominó una guerra de siete frentes.
Pero ahora que el poder de fuego de Israel se dirige contra el propio Irán, esos aliados desaparecen repentinamente. Algunos, como Hezbollah, se han visto gravemente debilitados por Israel debido a los intentos de respaldar a Hamás. Otros parecen haber sido convencidos por sus países anfitriones para mantenerse al margen de la lucha.
Irán se encuentra ahora en una posición sumamente inusual e incluso peligrosa, obligado a depender principalmente de su propio poder militar en territorio iraní. Hasta ahora, esto ha consistido principalmente en sucesivas rondas de misiles balísticos disparados por la fuerza aérea del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, que han causado gran destrucción, pero han hecho poco por debilitar la potencia de fuego de Israel.
Mientras tanto, Irán ha visto cómo su territorio se ha convertido en un campo de batalla al intentar hacer frente a los ataques israelíes desde Teherán hasta Tabriz, lo que representa una vulnerabilidad estratégica para un país que prefiere dejar que sus aliados hagan el trabajo sucio en territorio extranjero.
Hezbollah, en la cuerda floja
El apoyo de Irán a grupos terroristas en el extranjero se estima en miles de millones de dólares anuales provenientes de las arcas estatales. Esta ayuda ha continuado en los últimos años a pesar de la grave situación económica de Irán, que incluye una devaluación sostenida de la moneda y escasez de energía.
Una buena parte de ese dinero ha ido a parar al grupo terrorista libanés Hezbollah, el principal cliente de Irán.
Sin embargo, tras sufrir grandes pérdidas y una creciente oposición en el Líbano, ahora se encuentra gravemente debilitado y reacio a enfrentarse a Israel.
Hezbollah, fundado en 1983 con el respaldo de Irán, ha sido durante las últimas dos décadas la principal herramienta militar de Irán contra Israel, armado con misiles de largo alcance e incluso armas guiadas de precisión.
Sin embargo, desde que Israel comenzó a atacar dentro de Irán el viernes, lo único que ha lanzado Hezbollah han sido palabras. Esta moderación es aparentemente una consecuencia directa de su guerra con Israel, durante la cual el grupo lanzó ataques casi diarios contra Israel desde octubre de 2023 hasta que acordó un alto el fuego en noviembre de 2024.
En los últimos seis meses de la guerra, y en particular a partir de septiembre, el grupo sufrió importantes reveses militares. Casi todo su alto mando fue eliminado por Israel, incluyendo al líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah.
Justo antes, los ataques israelíes con buscapersonas y walkie-talkies explosivos causaron daños físicos y psicológicos generalizados entre las fuerzas terrestres del grupo. Unas 4.000 personas resultaron heridas en la operación encubierta, según informes libaneses, la gran mayoría de ellas miembros de Hezbollah.
El otrora formidable arsenal de misiles del grupo parece haberse agotado o destruido en gran medida, y Siria ya no es una ruta conveniente para el contrabando.
En octubre de 2024, las Fuerzas de Defensa de Israel estimaron que Hezbollah conservaba menos del 30 por ciento de su potencia de fuego anterior a la guerra.
Incluso después de la firma del alto el fuego, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han continuado sus operaciones regularmente en el Líbano, atacando a operativos de Hezbollah, principalmente en el sur del país. Israel ha atacado edificios en el distrito de Dahiyeh, en Beirut, en dos ocasiones, donde se encuentran plantas de fabricación y almacenamiento de drones, según las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).
Como resultado, Hezbollah se encuentra significativamente debilitado y su capacidad para representar una amenaza para Israel es mucho menor. La organización también se enfrenta a una creciente presión política interna, mientras el país aún se recupera de los fuertes ataques israelíes dirigidos a poner fin a los ataques de Hezbollah.
En los últimos seis meses, dos de los tres principales puestos de liderazgo del Líbano han sido ocupados por figuras consideradas «anti-Hezbollah», entre ellas el primer ministro Nawaf Salam y el presidente Joseph Aoun. Ambos han declarado su intención de desarmar a Hezbollah y afirman que la decisión de ir a la guerra debe recaer en el Estado.
En un discurso reciente con motivo de los primeros 100 días de su gobierno, Salam señaló que el Ejército libanés había desmantelado más de 500 depósitos de armas en el sur del país. Si bien no especificó a quién pertenecían, se cree que eran de Hezbollah
El viernes, horas después del inicio de la operación israelí, Hezbollah emitió un extenso comunicado condenando enérgicamente los ataques israelíes contra Irán, afirmando que Israel “solo entiende el lenguaje de la muerte, el fuego y la destrucción”.
El comunicado no mencionó si respondería ni cuándo, pero un funcionario de Hezbollah declaró a Reuters ese mismo día que el grupo no tomaría represalias por los ataques en Irán.
Las milicias iraquíes ceden ante la presión
Desde la invasión estadounidense de Irak en 2003, Irán ha reforzado las milicias proiraníes y chiítas en el país para profundizar su influencia. Estos grupos atacaron principalmente a Estados Unidos, pero también apuntaron sus armas contra Israel después del 7 de octubre.
La creciente presión interna y externa ha paralizado estas operaciones.
Desde 2014, las milicias en Irak han operado bajo una organización paraguas conocida como las Fuerzas de Movilización Popular, disparando misiles contra las tropas estadounidenses estacionadas en la región y combatiendo al grupo terrorista Estado Islámico cuando esta organización yihadista tomó el control de partes de Irak.
Sin embargo, desde el 7 de octubre, las milicias también han participado en la guerra regional en múltiples frentes contra Israel, aparentemente con el respaldo de Irán. A lo largo de 2023 y 2024, lanzaron drones hacia Israel, principalmente contra los Altos del Golán y, en una ocasión, contra Eilat, al tiempo que atacaban bases estadounidenses en Irak. En octubre de 2024, dos soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel murieron en un ataque con drones lanzado por milicias proiraníes en el norte de los Altos del Golán.
Sin embargo, incluso antes del segundo alto el fuego entre Israel y Hamás en diciembre de 2024, las milicias proiraníes de Irak acordaron detener los ataques contra Estados Unidos e Israel.
Fuente: Times of Israel
Opinión
Israel-Irán: Democracia bajo fuego, dictadura al desnudo

Por Ariel B. Goldgewicht
¿Qué sucede cuando una democracia liberal enfrenta a una dictadura fundamentalista?
No estamos ante una guerra convencional, sino ante un choque de civilizaciones: entre quienes santifican la vida y quienes anhelan la muerte. La guerra entre Israel y el régimen iraní ‘ denominada ´León Ascendente´, no empezó esta semana, pero ahora ha alcanzado un nivel nuevo, un punto de no retorno.
Desde la Revolución Islámica de 1979, Irán ha declarado abiertamente su hostilidad hacia Israel. Durante décadas, ha dirigido esta guerra por medio de terceros (Proxy) el eje chiita: Hezbollah en Líbano, Hamás en Gaza, los hutíes en Yemen, milicias en Siria e Irak, entre otros. Irán ha sido el gran arquitecto del terrorismo moderno en el Medio Oriente, financiado con las inconmensurables riquezas de su petróleo. Su régimen de dictadura absoluta, liderado por los ayatolás, ha sido cómplice de atentados desde Buenos Aires hasta Beirut, dejando una estela de sangre y caos.
Hoy, sin embargo, algo ha cambiado. Por primera vez en la historia, Israel ha atacado directamente a Teherán. ¿Por qué ahora?
La respuesta está en una conjunción de factores. La caída de Hamás y la Yihad Islámica en Gaza, el debilitamiento de Hezbollah en el norte, la caída del régimen de Assad en Siria, el retroceso de los hutíes en Yemen: todos son frentes que el régimen iraní consideraba parte de su estrategia regional de expansión y dominación. Y todos han sido golpeados con fuerza por Israel en los últimos meses.
A esto se suma la presión internacional, el estancamiento ruso en Ucrania —que limita el apoyo logístico de Moscú a Teherán—, y el regreso de una política exterior estadounidense menos indulgente con Irán. La reciente advertencia del Presidente Trump, que impuso un plazo de 60 días para frenar el programa nuclear iraní, coincidió con el momento en que Israel decidió actuar: al día 61, los ataques comenzaron.
Israel no está reaccionando por impulsos ni venganza. Está respondiendo a una amenaza existencial. Porque si el 7 de octubre vimos de lo que es capaz un grupo terrorista armado con cohetes y fusiles, imaginemos lo que podría ocurrir si Irán —un régimen que ejecuta homosexuales, encarcela mujeres por no cubrirse la cabeza, y asesina opositores sin juicio— accediera a armas nucleares. Esa es la línea roja.
En estas horas, Israel vive bajo amenaza constante. El espacio aéreo cerrado, el sistema educativo paralizado, cientos de miles de ciudadanos atrapados fuera del país o confinados en refugios. El Domo de Hierro protege, pero no es infalible. Con un 95% de efectividad, basta una pequeña brecha para que un misil balístico impacte y cause destrucción. Ya lo hemos visto: muertos, heridos y un país en vilo. Pero, imagínese ¿y si esos misiles llevarán cabezas nucleares?
A pesar de todo, Israel no responde con barbarie. Tiene superioridad militar absoluta sobre los cielos de Irán, pero no ataca civiles. Ataca centrifugadoras nucleares, bases militares, centros de comando. Mientras el régimen iraní lanza misiles sobre poblaciones israelíes, Israel busca evitar víctimas inocentes. Porque los ciudadanos iraníes no son enemigos: son rehenes de una teocracia que lleva décadas reprimiéndolos. En esta guerra buscamos aniquilar el proyecto nuclear, pero los ciudadanos civiles inocentes de irán tiene otras esperanzas de este conflicto. Ellos esperan libertad.
En Irán, hoy se cuentan chistes oscuros: “Nadie sabe dónde está el ayatolá!!, excepto Israel”. Y no es sólo humor negro: es símbolo de un régimen que tiembla. La resistencia israelí no busca cambiar el régimen, ni interferir en la autodeterminación de los pueblos. Su único objetivo es impedir que un régimen fundamentalista con aspiraciones mesiánicas tenga capacidad nuclear.
Durante más de dos décadas, Irán ha invertido en cuatro pilares esenciales:
1. Desarrollo nuclear
2. Expansión militar y terrorista del eje chiita
3. Represión social interna —especialmente contra mujeres—
4. Hostilidad contra Israel
Muy poco en salud pública, ni educación, ni infraestructura. Un Estado que produce petróleo como si fuera agua, pero cuyas ciudades sufren apagones diarios, escasez de agua potable y servicios básicos. Toda su riqueza, volcada a la represión y la destrucción con el objetivo principal de consolidar su poder a la fuerza.
Lo que vemos hoy es el colapso de esa estrategia. Un castillo de naipes que se derrumba desde dentro. Como el viejo proverbio del efecto mariposa, la ola de terror del 7 de octubre encendió una cadena de reacciones que ha llevado a la desestabilización de todos los brazos armados de Irán en la región. Aún falta mucho para el final, y el sufrimiento no ha terminado, pero cuando caiga el telón, el mundo podría ser un lugar más seguro. Especialmente para los pueblos que hoy viven oprimidos por dictaduras fundamentalistas.
En pleno siglo XXI, no hay lugar para los extremismos. La historia ha demostrado —y está claro— que cuando las democracias se unen, pueden frenar incluso a las peores amenazas. Que no haya que esperar otro 7 de octubre para despertar. El momento de elegir entre luz y oscuridad, entre libertad y opresión, es ahora.
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