Opinión
Opinión: ¿Puede Netanyahu perder ante Bennett?
Agencia AJN.- Aunque el debate electoral ha estado dominado por los partidos Yesh Atid y Azul y Blanco, el rival más probable de Netanyahu, según las encuestas, sería el jefe del Partido Yamina, Naftali Bennett.
Agencia AJN.- Por Tovah Lazaroff, para The Jerusalem Post.
“Bibi, vete a casa”, corearon los manifestantes en todo Israel el sábado por la noche. Sus voces enojadas continuarán el lunes por la última moción de censura de la Knesset presentada por el director de Yesh Atid, Yair Lapid.
Las protestas semanales y las votaciones de la Knesset están alimentadas por la furia pública con el supuesto fracaso del primer ministro Benjamín Netanyahu para manejar la pandemia de COVID-19. Junto con una votación presupuestaria pendiente de diciembre, con su potencial para derrocar al gobierno, la atmósfera general parece anunciar nuevas elecciones.
Aunque el debate electoral ha estado dominado por los partidos Yesh Atid y Azul y Blanco, el rival más probable de Netanyahu, según las encuestas, sería el jefe del Partido Yamina, Naftali Bennett.
Estuvo a corta distancia de Netanyahu la semana pasada, cuando una encuesta del Canal 12 mostró que la diferencia entre los dos hombres era de solo tres legisladores.
El partido Likud de Netanyahu había caído de 36 en las elecciones de marzo de 2020 a 26; Bennett había pasado de cinco a un asombroso 23.
Bennett y Netanyahu han luchado durante mucho tiempo por el liderazgo de la derecha israelí, pero rara vez parecía una verdadera competencia.
Netanyahu se ha destacado por presentarse a sí mismo como un líder de amplia base. Bennett se ha visto como una pálida sombra en comparación, en el mejor de los casos con una audiencia exclusivamente partidista limitada a cuestiones relacionadas con el conflicto israelí-palestino.
Pero el breve éxito percibido de Bennett en el manejo de la pandemia de COVID-19 la primavera pasada mientras era ministro de Defensa lo catapultó repentinamente al centro de atención como un político con un atractivo potencialmente amplio.
La negativa de Netanyahu a nombrarlo ministro de Salud, y la posterior decisión de Bennett de no ingresar al gobierno, le ha dado un púlpito desde el cual criticar continuamente a Netanyahu en asuntos relacionados con el COVID-19, sin asumir ninguna responsabilidad por el caos en el tratamiento de la pandemia por parte de Netanyahu.
Lo ha catalogado por primera vez como un político que podría liderar el país.
SE PODRÍA argumentar que Bennett se ha visto a sí mismo como un hombre que podría convertirse en primer ministro.
Sin embargo, dado su comienzo político como director general del Consejo de Yesha, parecía una especie de quimera imaginar que podía lanzarse en paracaídas desde las colinas de Judea y Samaria hacia el cargo de primer ministro.
Aun así, Bennett salió por la puerta con un estruendo. Inicialmente elegido como el caballo oscuro de las elecciones de 2013, Bennett se tambaleó como el nuevo príncipe político a favor de Yair Lapid de Yesh Atid, llegando con 12 puntos en comparación con los 19 de Lapid.
Esa elección fue un mínimo histórico para Netanyahu, cuyo Partido Likud obtuvo 18 escaños y fue rescatado por su decisión de postularse conjuntamente con el Partido Yisrael Beytenu de Avigdor Liberman.
Cuando uno quiere saber qué tan bajo en las encuestas puede llegar Netanyahu y aún así ganar, no necesita mirar más allá de esas elecciones.
La fuerza de Netanyahu no proviene de su capacidad para encabezar la lista electoral, algo que ha hecho solo dos veces desde las elecciones de 2009, sino de su capacidad para dominar un sistema electoral congelado.
Al menos en la última década, no ha habido suficientes votantes israelíes judíos centristas y de izquierda para formar un gobierno, sin los partidos árabes y / o los partidos haredi (ultraortodoxos), los cuales han sido ecuaciones imposibles, hasta ahora.
Esta barrera casi siempre asegura que cualquier gobierno formado estaría dominado por la derecha, y la derecha está dominada por Netanyahu.
Parte de eso se debe al currículum diplomático increíblemente largo de Netanyahu, sus habilidades de oratoria, sus profundas relaciones con los líderes mundiales y su capacidad percibida para mantenerse firme.
También ha ganado al encabezar un partido con una plataforma de derecha centrista que puede atraer tanto a votantes seculares como religiosos. Netanyahu se ha destacado en particular en la diplomacia camaleónica que le ha permitido tanto congelar la construcción de asentamientos como hablar de la condición de Estado palestino y, por otro lado, apoyar la anexión de Cisjordania.
Bennett, por el contrario, ha dirigido partidos de derecha que eran menos flexibles y más dogmáticos. Los resultados de 2013 nunca se repitieron. Su apoyo inicial descarado a la anexión de asentamientos ha enmarcado el debate dentro del Likud, pero nunca le ha ganado realmente una base electoral sólida.
Bennett tropezó con ocho mandatos en 2015; en las elecciones de marzo de 2019, su partido ni siquiera pasó el umbral. Las elecciones posteriores le dieron un nuevo impulso y en marzo de 2020 terminó con cinco mandatos.
Hasta la pandemia, se veía mejor a Bennett como un político que enmarcaba el debate de derecha, y luego como el que lo dirigía. Su apoyo a las actividades de anexión y asentamiento mantuvo a Netanyahu en el fuego, pero nunca hizo que el electorado de derecha se inclinara por completo en su dirección.
Pero, ¿puede la pandemia darle a Bennett el cargo de primer ministro?
Posiblemente, si las elecciones se celebraran mañana. Pero en el mejor de los casos, los resultados actuales fortalecen su capacidad para dar forma al debate. También pueden influir en la estrategia electoral de Netanyahu.
Pero para cuando Israel se dirija a las urnas, es posible que la pandemia de COVID-19 ya haya terminado y la aparente facilidad de Bennett con la enfermedad puede jugar un papel secundario en su agenda, por lo demás partidista, a menos que encuentre otros temas para nacionalizar su partido.
Mientras Netanyahu ocupe el segundo lugar, otras partes esperarán, prefiriendo la plataforma del Partido Likud encabezada por Netanyahu a una dirigida por Bennett. Los políticos del Likud pueden murmurar contra Netanyahu, pero es poco probable que lo derroquen.
Para que Bennett tome la derecha, Netanyahu debe quedar tercero, no segundo. Solo entonces, los políticos del Likud podrían comenzar a derrocar a Netanyahu, y solo en ese escenario podría el Likud jugar un papel secundario frente a Yamina.
Opinión
The New York Times | El nuevo negacionismo de la violación
Agencia AJN.- (Por Bret Stephens – The New York Times -NYT-) «El 7 de octubre, Hamás invadió Israel y se filmó cometiendo decenas de atrocidades contra los derechos humanos. Algunas de las imágenes fueron capturadas más tarde por el ejército israelí y proyectadas a cientos de periodistas, entre los que estaba yo’’. El ‘‘sadismo puro y depredador», como lo describió el escritor de Atlantic Graeme Wood, no tiene fondo.
Sin embargo, Hamás niega que sus hombres agredieran sexualmente a israelíes y califica las acusaciones de «mentiras y calumnias contra los palestinos y su resistencia». Y los ‘‘aliados’’ de Hamás en Occidente, la mayoría de ellos autodenominados progresistas, repiten como loros ese negacionismo ante las pruebas contundentes y profundamente investigadas de violaciones generalizadas, documentadas más recientemente en un informe de Naciones Unidas publicado este lunes.
La pregunta interesante es, ¿por qué? ¿Por qué se niegan a creer que Hamás, que masacraba niños en sus camas, tomaba ancianas como rehenes e incineraba familias en sus casas, sea capaz de eso?
Llegaré a eso punto en breve, pero antes vale la pena analizar las formas que adopta este negacionismo. Un método consiste en reconocer, como decía un artículo reciente, que «es posible que se produjeran agresiones sexuales el 7 de octubre», pero nadie demostró realmente que formaran parte de un patrón organizado. Otro consiste en plantear dudas sobre diversos detalles de las historias para sugerir que si hay un solo error, o un testigo cuyo testimonio es incoherente, todo el relato debe ser también falso y deshonesto. Una tercera es tratar cualquier cosa que diga un israelí como intrínsecamente sospechosa.
Y, por último, está la cuestión de que apenas hay testigos de las agresiones. ¿Dónde están las mujeres supuestamente violadas? ¿Por qué no hablan?
La respuesta a esta última pregunta es la más sombría: En su inmensa mayoría, las mujeres que podrían haber hablado están muertas, por la sencilla razón de que cualquier israelí que se acercara lo suficiente a un terrorista como para ser violada estaba lo suficientemente cerca como para ser asesinada. En cuanto a la credibilidad de los testigos israelíes, ¿quién más, aparte de los primeros intervinientes que se encontraron con las víctimas de primera mano, debería ser entrevistado y citado por cualquiera que investigue esto? En los tribunales misóginos de Irán, el testimonio legal de una mujer vale la mitad que el de un hombre. En los rincones de la izquierda que odian a Israel, el valor de los testigos israelíes parece ser aún menor.
Pero son los dos primeros tipos de negacionismo los que en cierto modo resultan más chocantes, porque también son los más hipócritas.
¿No fueron los progresistas quienes, durante la saga de Brett Kavanaugh, subrayaron que las discrepancias ocasionales en la memoria de sucesos traumáticos son absolutamente normales? ¿Y desde cuándo los progresistas insisten en que la carga de la prueba para demostrar un patrón de agresión sexual recae en las víctimas, la mayoría de cuyas voces fueron, en este caso, silenciadas para siempre?
Que rápido pasa la extrema izquierda de «creer a las mujeres» a «creer a Hamás» cuando cambia la identidad de la víctima. Si, Dios no lo quiera, una banda de Proud Boys descendiera sobre Los Ángeles para llevar a cabo el tipo de atrocidades que Hamás llevó a cabo en las comunidades israelíes, estoy bastante seguro de que nadie en la izquierda dedicaría ningún tipo de energía a intentar descubrir quién fue violado, y mucho menos cómo o cuándo.
Es en este clima ideológico cuando nos llega el informe de la ONU. En cierto modo es un hito, aunque sólo sea porque la ONU nunca simpatiza con el Estado judío y fue escandalosamente lenta incluso en darse cuenta de las primeras pruebas de agresiones sexuales. Para cualquiera que mantenga una mente razonablemente abierta pero siga teniendo dudas, el informe señala, entre otros detalles, «al menos dos incidentes de violación de cadáveres de mujeres», «cuerpos encontrados desnudos y/o atados, y en un caso amordazados», e «información clara y convincente de que se produjeron actos de violencia sexual, incluidas violaciones, torturas sexualizadas y tratos crueles, inhumanos y degradantes contra algunas mujeres y niños» durante su estancia como rehenes».
Eso debería ser más que suficiente, pero no lo será. Un amplio y creciente rincón de Occidente se niega a aceptar que la guerra de Israel en Gaza sea una respuesta al mal, o que los israelíes puedan ser víctimas de algún modo. Perturba la narrativa de la guerra en Gaza como un caso de fuertes contra débiles, los colonos y colonialistas israelíes contra víctimas justas e indígenas.
Los críticos honestos de las políticas de Israel pueden plantear serias objeciones al mismo tiempo que reconocen con franqueza las horribles circunstancias que pusieron en marcha esas políticas. Lo que vemos en cambio son críticas deshonestas, que cuestionan deshonestamente esas circunstancias para poder apuntar a la existencia del propio Israel.
La gente seria debería saber en qué consistía la antigua versión del negacionismo antisemita: un flujo constante de minucias fácticas, inversiones lógicas, argumentos falsos presentados de manera sutil, retóricas destinadas a ofuscar y negar el mayor crimen de la historia. También deberían entender el objetivo: al negar las atrocidades del pasado, allanaron el camino para las siguientes. Los actuales negacionistas de las violaciones no son mejores que sus antepasados.
Opinión
Hamás construyó túneles bajo la casa de mi familia en Gaza. Ahora está en ruinas
Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, normalizó la violencia y la militarización en Gaza, eliminando las posibilidades de un Estado palestino, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana por los sucesivos gobiernos israelíes que se opusieron.
Agencia AJN.- (Por Jehad Al-Saftawi – TIME) Pasaron siete años desde que me escapé de mi asediada ciudad de Gaza y vine a Estados Unidos. El Día de Acción de Gracias, mi madre me envió una foto de un árbol caído de cuatro metros en el sur de la Franja, donde mi familia se refugió estas últimas semanas. Diez de mis familiares están de pie sobre la calle, rodeando el árbol, y uno de ellos está cortando sus ramas. Es imposible conseguir gas para cocinar y este árbol es ahora la leña que les permitirá preparar su próxima comida.
Desde los atroces ataques de Hamás a Israel del 7 de octubre -que dejaron unos 1.200 muertos, la mayor matanza masiva de judíos en un solo día desde el Holocausto-, los sistemas que abastecen de alimentos, agua y medicinas a Gaza están en urgente declive mientras Israel lleva a cabo su continuo bombardeo de la Franja como respuesta. Desde entonces murieron al menos 27.000 palestinos, miles de ellos al parecer combatientes de Hamás, y unos 1,7 millones de los 2,3 millones de habitantes de Gaza se vieron desplazados, junto con decenas de miles de israelíes por el continuo lanzamiento de cohetes de Hezbollah en el sur de Líbano. Gran parte de la Franja quedó reducida a escombros. Pero la sensación de desorden y emergencia que reina hoy en el enclave costero se remonta mucho más atrás en el tiempo.
Desde la violenta toma de Gaza de Hamás en 2007, las concurridas y hermosas calles que yo conocía están dominadas por el caos terrorista. Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, Hamás normalizó la violencia y la militarización en todos los aspectos de la vida pública y privada de la Franja. En el proceso, eliminaron las posibilidades de un Estado palestino próspero junto a Israel, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana en medio de sucesivos gobiernos israelíes que trabajaban en contra de ello.
Vivimos en departamento de la familia de mi padre Imad y ahorramos dinero durante casi 18 años hasta que pudimos construir nuestra propia casa en el norte de Gaza. La primera señal de que Hamás estaba construyendo túneles bajo nuestra casa llegó en julio de 2013, mientras se realizaba la construcción. El que pronto sería nuestro nuevo vecino, Um Yazid Salha, se contactó con mi madre Saadia para preguntarle por qué mi hermano Hamza y yo siempre veníamos a la obra después de medianoche.
La obra, de dos plantas, estaba rodeada por un muro y dos puertas. Pero nosotros estábamos todas las noches en el departamento de la familia de mi padre, donde se cierra la puerta con llave a las 10 de la noche. «Nadie entra ni sale después de las 10», le dijo mi madre a Um Yazid.
Al día siguiente fui a la obra con mi madre y Hamza. Tras mirar rápidamente, no encontramos nada raro. Pero cuando examinamos la obra con mayor atención, encontramos varias losas de hormigón abajo de la escalera interior, cada una de unos 2,5 metros de largo. También encontramos una zona con tierra recién removida a la derecha de nuestra casa y del muro que la rodeaba.
Mi hermano Hamza y yo cavamos en esa tierra mientras nuestra madre miraba. Pronto nos encontramos con una puerta de metal cerrada con un candado. No teníamos ni idea de lo que era ni de por qué estaba allí. Hamza y yo volvimos a cubrir rápidamente la zona con tierra y fuimos directamente a la casa de nuestro vecino.
Antes de nuestra visita, Um Yazid nos contó que algunas noches miraba por las ventanas de su edificio de cuatro plantas hacia el muro que rodeaba nuestra casa y veía la llegada de una camioneta. La gente salía del vehículo y colgaba una lona para ocultar lo que estaban haciendo. Um Yazid escuchaba ruidos de carga y descarga y sentía vibraciones de excavación procedentes del terreno vacío que había detrás de nuestra casa. Sospechaba que alguien estaba cavando un túnel.
Al día siguiente de inspeccionar la casa, Um Yazid llamó para decirnos que los hombres habían regresado por la noche. Mi madre no quería que fuera, pero me vestí y fui solo a la casa inacabada. Cuando llegué a la puerta de hierro de la casa, empecé a escuchar el movimiento de las personas que estaban adentro. Toqué la puerta y una persona enmascarada abrió y me pidió que retrocediera un poco. Luego la cerró y me preguntó quién era yo. Desafiante, le dije que era el dueño de la casa. «¿Quién es usted?», le pregunté.
Encontrarnos con hombres enmascarados es algo a lo que estamos acostumbrados en diferentes aspectos de la vida de Gaza. Discutimos. Le dije que mi tío, que era miembro de Hamás y fiscal en su gobierno, les impediría construir un túnel. El hombre de la máscara insistió en que seguirían como querían. Me dijo que no debía tener miedo y que sólo sería una pequeña habitación cerrada que permanecería enterrada bajo tierra. Nadie podría entrar ni salir. Además, me dijo que sólo en el caso de una invasión terrestre israelí en esta zona y el desplazamiento de los residentes se utilizarían estas habitaciones para suministrar armas.
«No queremos vivir encima de un depósito de armas», le dije, justo antes de que me obligara a retirarme.
Las obras continuaron y Um Yazid siguió informándonos de la actividad nocturna. Hamza y yo, que la visitábamos cada pocas semanas, siempre encontrábamos la misma puerta. Nunca estábamos seguros de lo que podíamos hacer o de lo que realmente ocurría detrás de ella. Nuestro tío nos aseguraba que no teníamos nada que temer.
En febrero de 2014 me casé y dejé la casa de mi familia. Ese mismo año, mi madre, Hamza, y mis dos hermanas pequeñas se mudaron a la casa recién terminada. Antes de que lo hicieran, Hamza y yo volvimos a cavar y esta vez no encontramos más que un metro de arena y luego una gran losa de cemento. La cubrimos, creyendo que por fin habían cerrado la «habitación» por insistencia de nuestro tío.
En los años transcurridos desde entonces, mi familia o sus vecinos escuchaban ruidos o movimientos de vez en cuando. A veces se preguntaban si realmente había túneles, si estaban activos. Mi familia tenía demasiado miedo para hablar de esto con alguien, así que era nuestro secreto. Era vergonzoso, aunque sabíamos que nos oponíamos profundamente a lo que Hamás hubiera hecho al otro lado de aquella losa de cemento.
Cuando algo no se dice durante tanto tiempo, empieza a parecer imposible que la verdad llegue a saberse. Siempre esperé que llegara un momento en el que a mi familia y a otras personas como nosotros se les permitiera hablar de esos túneles, de la peligrosa vida que Hamás impuso a los gazatíes. Ahora que estoy decidido a hablar abiertamente de ello, no sé si ni siquiera importa.
Mi familia fue evacuada al sur poco después del 7 de octubre. Meses después, recibimos fotos de nuestra casa y nuestro barrio, ambos en ruinas. Quizá nunca sepa si la casa fue destruida por los ataques israelíes o por los combates entre Hamás e Israel. Pero el resultado es el mismo. Nuestra casa, y demasiadas de nuestra comunidad, fueron arrasadas junto a una historia y unos recuerdos de valor incalculable.
Y este es el legado de Hamás. Empezaron a destruir la casa de mi familia en 2013 cuando construyeron túneles bajo ella. Siguieron amenazando nuestra seguridad durante una década: siempre supimos que podríamos tener que desalojarla en cualquier momento. Siempre temimos la violencia. Los gazatíes merecen un verdadero gobierno palestino que apoye los intereses de sus ciudadanos, no terroristas que lleven a cabo sus propios planes. Hamás no está luchando contra Israel. Están destruyendo Gaza.
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