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Opinión. El electorado israelí negó a Netanyahu la victoria, pero sólo sus rivales pueden definir su destino

Agencia AJN.- El primer ministro tenía muchas ventajas esta vez, pero los votantes, desencantados, le negaron una victoria clara. ¿Cómo sucedió esto, cuando el éxito de su campaña de vacunación fue sólo el más irresistible de toda una serie de factores que obran tan claramente a su favor, tan apreciados por el electorado israelí? Para una parte del público, a pesar de todos sus atributos, Netanyahu se presenta como una amenaza potencial para la democracia israelí, y como un líder en el que no se puede confiar. Todavía no está perdido, pero sólo sus rivales pueden sacarlo del cargo tras doce años.

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Agencia AJN.- Las elecciones del 23 de marzo, las cuartas en menos de dos años, estaban al alcance de la mano de nuestro primer ministro, inteligente, enérgico y con una gran experiencia.

En tres ocasiones consecutivas no ha podido vencer el desafío de sus rivales a su mandato récord como primer ministro, que comenzó en 2009. Tres veces tuvo que poner en práctica todas sus considerables habilidades políticas para burlar a su principal contrincante, Benny Gantz, y consiguió aferrarse al poder por poco, la última vez el pasado mes de mayo, al atraer a Gantz a su coalición con una promesa que nunca tuvo intención de cumplir de cederle el cargo de primer ministro.

Pero los políticos excepcionales, al igual que los grandes generales, crean su propia suerte, y a medida que se acercaba el día de los comicios, parecía que la batalla de Netanyahu contra el COVID-19 se había desarrollado con una sincronización perfecta para asegurar que, esta vez, saldría victorioso.

Su nueva y seguramente invencible proeza era que había conseguido vacunar a Israel en gran medida, siendo líder en el mundo. Mientras Trump optaba por la negación y dejaba a Biden para que se pusiera al día, Europa dudaba y discutía, y gran parte del Tercer Mundo estaba desesperadamente mal equipado para hacer algo, Netanyahu persuadió implacablemente, como sólo él puede hacerlo, a los principales fabricantes de vacunas del mundo de que Israel -con su dinámica cultura social y sus súper eficientes prestadoras de salud- era el campo de pruebas perfecto para sus vacunas.

«Francamente impresionado» por la «obsesión» de Netanyahu, el director general de Pfizer, Albert Bourla, se dejó convencer; las inoculaciones llegaron por millones; la mayor parte del público se apresuró a abrazar el milagro de la protección contra el COVID-19; y el virus retrocedió. Todos los índices de gravedad, los barómetros de la enfermedad, empezaron a girar a favor de Israel y de Netanyahu. Los índices de contagio descendieron, incluso cuando la economía se reabrió. En la misma víspera de las elecciones, el número de pacientes graves de COVID-19 en Israel cayó por debajo de 500 por primera vez en meses.

El primer ministro había hecho su magia. El virus estaba bajo control. Las elecciones estaban ahí para que las ganara.

Todas las ventajas eran del primer ministro. Pero no ganó.

Benjamin Netanyahu

Netanyahu recibe las vacunas de Pfizer en su llegada al país.

Tampoco ha perdido. No todavía, en todo caso. Todavía podría doblegar los números finales, al igual que doblegó la difusión de COVID-19, a su formidable voluntad. Mientras haya un camino por el que pueda conservar la presidencia -por improbable que parezca, por ideológicamente impensable- nadie debería dudar ni un segundo de que lo seguirá.

Pero, ¿el triunfo arrollador que tenía todas las razones para anticipar? No, el electorado israelí se lo negó.

¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que esto ocurra, cuando el éxito de su campaña de vacunación era sólo el más irresistible de toda una serie de factores que trabajaban tan claramente a su favor, tan claramente apreciados por el electorado israelí?

¿Cómo no triunfó, cuando había firmado no menos de cuatro acuerdos regionales de normalización, aplaudidos abrumadoramente por el público, en los meses anteriores a estas elecciones? ¿Cuando el Mossad, bajo su dirección, ha logrado éxitos tan extraordinarios en la batalla contra el programa de armas nucleares de Irán? ¿Cuando la economía israelí bajo su supervisión ha demostrado ser tan robusta e innovadora, y es una apuesta tan creíble para recuperarse relativamente rápido de la devastación causada por el COVID-19? ¿Cuando es una presencia tan elocuente en la escena mundial? ¿Cuando ha mantenido a Israel tan relativamente estable durante tanto tiempo en el cambiante y hostil Medio Oriente?

Todo eso, y mucho más.

Al llegar a estas elecciones, Netanyahu se vio reforzado no sólo por las ventajas de ser el titular del cargo, cada una de cuyas acciones recibe una inmensa atención y cobertura por parte de los medios de comunicación, sino también por el hecho de que podía entrar legítimamente en las salas de estar de la nación a voluntad, para poner al día al público sobre la batalla contra el COVID, y utilizar ese acceso para promover implícita y explícitamente sus objetivos políticos.

PRIME MINISTER BENJAMIN NETANYAHU

El primer ministro Netanyahu junto al ministro de Salud Yuli Edelstein con la vacunada número 5 millones en Israel.

Le ayudó el hecho de que sus rivales políticos estuvieran tan divididos y fueran mutuamente antagónicos. Mientras que el campo anti-Netanyahu se amplió esta vez, para incluir los desafíos directos de los políticos de línea dura Naftali Bennett y Gideon Sa’ar, junto con su ya familiar némesis de la derecha Avigdor Liberman, todos ellos se presentaron por separado contra él, ninguno de ellos conservando seguidores sustanciales, ninguno de ellos ganando finalmente representación en la Knesset más allá de las cifras individuales.

El único partido anti-Netanyahu que llegó a los dos dígitos, el centrista Yesh Atid de Yair Lapid, era en sí mismo sólo la mitad de la fuerza que solía ser cuando, durante tres elecciones, formaba parte del Azul y Blanco liderado por Gantz. Lapid y Gantz habían estado amargamente enfrentados desde que Gantz se unió a Netanyahu en el gobierno la primavera pasada; Netanyahu había dividido y conquistado así el desafío más creíble a su liderazgo. Y al superar tan singularmente al políticamente ingenuo Gantz, había reafirmado su dominio y reforzado la noción de que incluso un aspirante endurecido por cuatro décadas en las FDI, que culminaron con un mandato como jefe de Estado Mayor, estaba mal equipado para el mundo despiadado, contundente y cínico de la política nacional e internacional.

A pesar de que Netanyahu afirma sin cesar que los medios de comunicación hebreos están casi universalmente empeñados en sacarlo de su cargo, todas las principales cadenas de televisión y radio de Israel le concedieron mucho más tiempo para entrevistas de campaña que a cualquiera de sus rivales. En la Radio del Ejército, su animador Jacob Bardugo, identificado erróneamente como el «comentarista político» de la emisora, disponía de más de una hora de prime time cada noche entre semana para ensalzar sus virtudes y denigrar a sus oponentes.

Netanyahu dirigía una red de medios sociales más grande y mucho más sofisticada que la de sus rivales, y podía recurrir a una infraestructura de captación de votos con más experiencia que la de sus contrincantes, con la posible excepción de Yesh Atid.

En esta campaña, también cortejó al electorado árabe de Israel como nunca antes, insistiendo en que había sido malinterpretado cuando advirtió a sus partidarios, el día de las elecciones de 2015, que los árabes se dirigían a los colegios electorales «en masa», y diciendo ahora que su única preocupación era que esos árabes estaban votando a los partidos políticos árabes no sionistas cuando deberían haber votado a su Likud. Instaló un candidato árabe, Nail Zoabi, en la lista del Likud, y prometió a Zoabi un cargo ministerial en la próxima coalición.

Por el contrario, en el otro lado del espectro político, Meretz, el partido Azul y Blanco de Gantz, el partido islámico conservador Ra’am, e incluso el revitalizado partido Laborista de Merav Michaeli, aunque con encuestas incómodamente cercanas al umbral, insistieron en presentarse por separado, evitando las posibilidades de fusión, cuando era evidente que las perspectivas de victoria de Netanyahu se verían enormemente impulsadas si uno o más de ellos no llegaban a la Knesset.

Y, sin embargo, a pesar de todas estas ventajas, de las políticas inteligentes y de las estrategias tácticas, Netanyahu no consiguió una victoria decisiva. La alianza del sionismo religioso, los kahanistas y otros, entraron en la Knesset, pero también lo hicieron todos los partidos mencionados del otro lado del espectro. Mientras tanto, el Likud perdió mucho terreno, pasando de 36 a 30 escaños y perdiendo 285.000 votos.

De manera reveladora, la distribución parlamentaria general parece reflejar la conclusión de los encuestadores, en varios sondeos preelectorales, de que algo más de la mitad del electorado israelí simplemente no quiere que Netanyahu siga siendo primer ministro.

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Yair Lapid (izq.) y Benny Gantz (der.)

Lo que haga falta para ganar

¿Por qué es así?

O para plantear la pregunta de otra forma más matizada y precisa: ¿Por qué muchos israelíes que aprecian lo mucho que ha hecho Netanyahu para mantener la seguridad de este país; que lo consideran más agudo y capaz que la mayoría, si no todos, sus rivales; y que se preocupan más que un poco por el bienestar de Israel en su ausencia, decidieron sin embargo votar en su contra?

No hay una respuesta única, sino más bien una serie de factores que contribuyeron a esa ligera mayoría del electorado que votó a favor de los partidos que indicaban o insinuaban que querían desbancar al político más exitoso de la historia de Israel.

Para algunos, la principal reivindicación común de sus desunidos rivales resonó claramente: que Netanyahu ha llegado a considerar sus propios intereses y los de la nación como inseparables, y que, por tanto, está dispuesto a utilizar casi cualquier medio -incluida la incorporación de radicales cuya presencia en la Knesset mancha a Israel- para mantenerse en el cargo.

Esto, a su vez, ha suscitado crecientes temores por nuestra democracia bajo su liderazgo, y concretamente la preocupación de que, si fuera reelegido con un apoyo suficientemente dócil, rediseñaría la separación de poderes para adaptarla a sus necesidades.

Netanyahu ha pasado los últimos tres años intensificando su ataque a la policía y a la fiscalía del Estado por investigar y luego acusarle de cargos de corrupción que, según él, son inventados. Él y sus leales han atacado implacablemente al Fiscal General Avichai Mandelblit por liderar ostensiblemente un sofisticado intento de golpe político – y no importa el hecho de que Mandelblit es una persona nombrada por Netanyahu, al igual que el antiguo jefe de policía Roni Alsheich, que supervisó la investigación.

Es posible que la opinión pública no esté ni remotamente convencida de la culpabilidad de Netanyahu. Los cargos -que se centran en parte en las acusaciones de haber recibido regalos ilícitos y, en mayor medida, en sus presuntos esfuerzos por acorralar a los medios de comunicación hebreos y diseñar beneficios financieros para los barones de los medios de comunicación a cambio de una cobertura favorable- no son ciertamente blancos y negros, en términos de los expertos legales, para el caso. El juicio no entrará en su fase probatoria hasta el 5 de abril, por lo que no hay consenso público sobre el rumbo que podría tomar. Pero los ataques del primer ministro a sus acusadores del Estado han agudizado el temor de que intente situarse por encima de la ley.

A medida que Netanyahu ha tratado de librarse de sus dificultades legales, ha comenzado a defender enérgicamente una «reforma» radical del equilibrio entre el ejecutivo y el legislativo, por un lado, y el poder judicial, por otro. Si esta fuera una causa que él hubiera promovido centralmente antes de verse envuelto en acusaciones de corrupción, podría haber tenido más eco en todo el espectro político; incluso algunos juristas liberales creen que el Tribunal Supremo se ha vuelto excesivamente activista e intervencionista. Pero aunque Netanyahu insiste en que no está impulsando la reforma judicial principalmente para escabullirse de su juicio, sus leales indican lo contrario.

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Netanyahu llegando a la audiencia por el juicio de corrupción que enfrenta el pasado 8 de febrero.

Los miembros del Likud y de Otzma Yehudit dijeron al electorado en el período previo a la jornada electoral que, de hecho, tienen la intención de iniciar una legislación, con efecto retroactivo, que impida el enjuiciamiento de un primer ministro en funciones. Cuando Netanyahu insistió en numerosas entrevistas en que no promovería ni se basaría en ninguna legislación de este tipo, gran parte del público – opositores y partidarios – probablemente no le creyó. Después de todo, se trata del primer ministro que prometió repetidamente, cuando atrajo a Gantz a su efímera coalición el año pasado, que cumpliría un acuerdo de «rotación» para convertir a Gantz en primer ministro en noviembre de 2021, y luego, para sorpresa de casi nadie en el país, con la evidente excepción del propio Gantz, renegó del acuerdo y provocó estas últimas elecciones.

Por lo tanto, al menos para una parte del público votante, Netanyahu, a pesar de todos sus atributos, se presenta como una amenaza potencial para la democracia israelí, y como un líder en el que no se puede confiar – atributos difícilmente ganadores de votos para una buena parte del electorado.

Pero ambos, y todo el electorado israelí, saben que, una vez reinstaurado con seguridad como primer ministro, Netanyahu buscará explotar cualquier resquicio que haya conseguido insertar en sus acuerdos para incumplir las condiciones de la coalición que no sean realmente de su agrado. Habiendo presenciado el despido de Gantz, es probable que ninguno de sus rivales ideológicamente compatibles acepte un acuerdo de rotación en el que Netanyahu vaya primero.

Por lo tanto, su legado de promesas incumplidas, combinado con su burlona campaña dirigida a Sa’ar y Bennett, aceleró la caída del apoyo que le impidió la victoria absoluta y redujo sus posibles caminos hacia la reelección, ahora que los votos están en juego.

Cuando hasta los halcones son «izquierdistas»

A lo largo de los años, Netanyahu también ha ido alienando gradualmente a sectores más amplios de la opinión pública, sembrando e inflamando la división y la fricción interna.

Cuando Liberman se negó a unirse a su coalición después de la primera de nuestras cuatro elecciones rápidas, el líder del Yisrael Beytenu, de derecha, que vive en un asentamiento y ha propuesto la idea de redibujar las fronteras de Israel para excluir ciertas zonas densamente pobladas de árabes, fue declarado sumariamente por Netanyahu como «izquierdista», la palabra clave del primer ministro para el mal. De hecho, todos los que complican el poder de Netanyahu son designados habitualmente como miembros de la izquierda -Sa’ar, Bennett, Liberman, la fiscalía, la policía, los medios de comunicación, etc.- para ser vilipendiados y resistidos.

Mientras que ellos son el enemigo de izquierda, débil y antipatriota cuando se oponen a la anexión de Cisjordania y tratan de establecer alianzas con políticos árabes, él es el líder del campo de la derecha, nacionalista y patriótico, incluso cuando suspende la anexión en aras de un tratado de paz y corteja a los votantes árabes.

En estas elecciones, evidentemente, una proporción menor del público votante era susceptible de este argumento.

Netanyahu, el hombre que lideró la oposición política a Itzjak Rabin en los meses previos al asesinato del primer ministro laborista por un extremista judío en 1995, se ha alejado de las acusaciones incendiarias contra sus oponentes. Sin embargo, su hijo Yair no deja de publicar material incendiario en las redes sociales, y algunos extremistas de sus partidarios han atacado a manifestantes en las manifestaciones contra Netanyahu y han atacado actos de campaña de Sa’ar. En los últimos días de la campaña, Netanyahu dijo que se oponía a la violencia, pero no pudo resistir el cínico giro de condenar los ataques «incluso» contra rivales «irrelevantes» como Sa’ar.

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Gideon Sa’ar, del partido Nueva Esperanza, votando el pasado martes.

Mientras tanto, algunos aspectos de su batalla contra el COVID-19 también redujeron su atractivo para ese amplio sector del electorado al que le preocupa que el carácter judío oficial de Israel esté cada vez más determinado por la comunidad ultraortodoxa, que cuenta con un 12%.

Los aliados más leales de Netanyahu han sido durante mucho tiempo los dos partidos ultraortodoxos Shas y Judaísmo Unido de la Torá. Por eso, en lugar de aplicar un sistema de «semáforo», que en ocasiones habría impuesto estrictos cierres en zonas de alto riesgo, ya que muchas de ellas son ultraortodoxas, Netanyahu y sus colegas ministeriales decidieron cerrar todo el país.

Con una deferencia similar a las demandas políticas de los religiosos, en 2017 congeló el llamado compromiso del Muro Occidental -que habría concedido al judaísmo no ortodoxo un punto de apoyo formal en la supervisión de la zona de oración pluralista en el Muro- traicionando un acuerdo negociado solemnemente con los líderes judíos de la diáspora. Asimismo, no defendió la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de principios de este mes, según la cual las conversiones al judaísmo a través de los movimientos reformista y conservador deben considerarse legítimas a efectos de ciudadanía.

Estas posturas, y su mantenimiento de la norma desigual por la que la mayoría de los jóvenes ultraortodoxos están exentos del reclutamiento en las FDI, hacen que Netanyahu sea considerado en general como alguien que está en el bolsillo de los ultraortodoxos. Y así, las filas de los votantes reacios a apoyar a Netanyahu se engrosan con los que ven a Israel, bajo su liderazgo, esclavizado a la creciente coerción religiosa a manos de los ultraortodoxos.

Abajo, pero no fuera

La normalización de los extremistas políticos, el incumplimiento de las promesas, los guiños a la violencia de bajo nivel, la denigración de los opositores… todo esto y más se combinó para negar a Netanyahu la clara victoria que anticipó declaradamente. (En una videollamada filtrada en enero había dicho a los pequeños empresarios que esperaba ganar 40 escaños o más).

Todavía no ha terminado. El Likud es, con mucho, el partido más grande. Cualquier pequeño cambio en la votación podría haberle llevado a él, a sus aliados y a un reticente Bennett a un total ganador de 61; sólo se le escapó la mayoría por poco. Sigue luchando.

El país no se ha vuelto contra él. Más bien está dividido por él, atraído y repelido a la vez por su determinación, su resistencia y su tenacidad.

El Likud lo apoya con firmeza. A diferencia de su rival histórico, el Partido Laborista, no abandona a sus líderes. Menachem Begin fracasó ocho veces antes de ganar unas elecciones. Sus miembros de la Knesset se adhieren a Netanyahu por «una mezcla de admiración y miedo», en palabras de la desilusionada ex ministra del Likud Limor Livnat, sabiendo que sus perspectivas de ascenso están ligadas directamente a su adulancia.

Ahora está buscando desertores en el campo anti-Netanyahu. Está tratando de avergonzar a Bennett para que se una a él, en lugar de asociarse con la izquierda. Al parecer, le ha prometido a Sa’ar la luna, concretamente que dejará la política y le entregará el cargo de primer ministro en tan sólo un año. Sus emisarios están tratando de atraer al más improbable e irónico jugador clave de la historia política israelí: Mansour Abbas de Ra’am, el hombre al que Netanyahu calificó de antisionista y cuyo partido dijo inequívocamente que no podía desempeñar ningún papel en su coalición, ni como miembro formal ni como partidario desde fuera. «No lo haré… Ni hablar», declaró.

Eso, por supuesto, fue antes de las elecciones.

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Mansour Abbas, líder del partido árabe Ra’am.

Ahora depende de los políticos

El electorado ha hablado. Pero las maquinaciones políticas no han hecho más que empezar. Y ninguno de sus rivales puede igualar la experiencia y la astucia de Netanyahu.

Tal vez convenza a un Sa’ar o a un Bennett de que esta vez va en serio cuando promete entregar el poder en sólo un año, o dos, o dos y medio.

Tal vez Abbas, un desconocido y evidentemente valiente jugador de mentalidad independiente que se puso en riesgo político y personal al separarse de la Lista Conjunta y presentarse por separado, llegue a la conclusión de que Netanyahu, en lugar de Lapid, aportará los recursos necesarios para hacer frente a los criminales asesinos de la comunidad árabe, aliviar las restricciones a la construcción y mejorar las condiciones socioeconómicas de sus votantes.

Una vez más, el futuro político de Israel se encuentra en el filo de la navaja.

A diferencia de las tres campañas anteriores, Netanyahu tenía buenas razones para creer que, esta vez, su batalla contra el COVID sería decisiva. El electorado pensaba de otra manera. Equilibró su legítima preocupación de que Israel sería más vulnerable a los enemigos externos cuando se viera privado de Netanyahu, frente a sus razonables temores por la cohesión interna y la resistencia del país bajo su continuo gobierno.

Lo que el electorado, en su aparente sabiduría, hizo en última instancia en las urnas fue exigir a los oponentes de Netanyahu que demostraran que realmente hablaban en serio cuando afirmaban, como lo hicieron día tras día en la campaña, que el primer ministro se ha vuelto hostil a los intereses de Israel.

Los partidos contrarios a Netanyahu tienen todos los escaños de la Knesset que necesitan y más para derrocar al primer ministro, pero tendrán que dejar de lado las ambiciones personales y las diferencias ideológicas fundamentales para hacerlo. Y todos tendrán que estar de acuerdo, y actuar al unísono, en la creencia de que Israel estaría mejor sin Netanyahu, que hace más daño a la nación que bien.

El 23 de marzo, el electorado israelí negó a Netanyahu una victoria absoluta. Pero sólo sus oponentes elegidos pueden condenarlo a la derrota.

Nota escrita por David Horovitz para The Times of Israel. Traducción: AJN

Opinión

Israel se niega a hablar de la inesperada alianza que formó con EE.UU., Jordania, Arabia Saudita, Egipto, EAU y Qatar para defenderse de Irán

La inclusión de Qatar en la lista puede parecer algo sorprendente, teniendo en cuenta que a Doha se la asocia habitualmente con los enemigos de Israel, incluidos Irán y Hamás.

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Agencia AJN.- (Amir Bar Shalom – Times of Israel) Israel se mostró reticente a hablar de la alianza formada el sábado, que lo agrupó con Estados Unidos, Jordania, Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Qatar en una gran sala de guerra conjunta para coordinar los esfuerzos contra los misiles y aviones no tripulados iraníes lanzados hacia el Estado judío.

La inclusión de Qatar en la lista puede generar sorpresa si se tiene en cuenta que a Doha se la asocia habitualmente con los enemigos de Israel, incluyendo a la República Islámica y a Hamás.

Pero los qataríes eran los anfitriones.

La enorme sala de guerra de la base aérea estadounidense de Al Udeid, cerca de Doha, se dedica a proporcionar una visión global del espacio aéreo de la región y del poder aéreo en una zona de responsabilidad que se extiende desde Kazajstán hasta Egipto.

El centro recoge datos de radares y sensores de toda la región y fue allí donde los analistas lograron construir una imagen de lo que contenía el ataque iraní, con Israel recibiendo detalles en tiempo real como si sus funcionarios estuvieran presentes en la sala.

En declaraciones a la web hermana de Times of Israel, Zman Yisrael, una fuente israelí de alto nivel describió el esfuerzo de cooperación como un verdadero avance, marcando la primera vez que la alianza regional operó contra Teherán. No era sólo la primera vez que la alianza operaba abiertamente, también era la primera vez que trabajaban juntos contra Irán.

Es cierto que el esfuerzo de cooperación se mantuvo en discreción, destacando las acciones de Israel, Estados Unidos, Jordania, Gran Bretaña y Francia para derribar la amenaza.

Pero detrás del telón se supo que todos los miembros de la alianza contribuyeron, ya sea compartiendo señales de radar o derribando físicamente los más de 300 drones y misiles iraníes lanzados contra Israel.

Teniendo en cuenta la importancia y delicadeza de la información, no es posible exactamente quién hizo qué, pero se puede aprender mucho sobre esta nueva alianza regional.

El Wall Street Journal, que se convirtió en una especie difusor no oficial de la información israelí, señaló que Arabia Saudita y Qatar recibieron un aviso de Irán sobre el momento del ataque y lo transmitieron, con disgusto, a Israel, en medio de la presión de Estados Unidos.

El informe parece lógico, aunque resulta dudoso que Estados Unidos necesitara presionar a Riad y Doha para que transmitieran la información, ya que a ambos les convenía hacerlo, dadas las posibles consecuencias de no haberlo hecho. Imagínese lo que habría ocurrido, por ejemplo, si Estados Unidos descubriera que estos países conocían los detalles pero no hubieran emitido una advertencia.

Jordania, por ejemplo, fue noticia por su papel en el derribo de los proyectiles y la defensa de Israel, lo que generó que sea atacada por los medios de comunicación iraníes, y la calificación de »traidor» al rey Abdullah por parte de Teherán.

Sin embargo, Arabia Saudita parece haber escapado de la ira de los ayatolás, aunque nadie ignora el papel que desempeñó. Riad no solo prohibió a los aliados utilizar su espacio aéreo, sino que tampoco impidió que los radares estadounidenses instalados en su territorio construyeran una imagen aérea y ayudaran a las interceptaciones.

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Y la República Islámica, que oficialmente sigue alabando el éxito de sus ataques, sabe muy bien que puede haberse pegado un tiro en el pie. En lugar de aprovechar el aislamiento internacional que Jerusalem está sufriendo por la guerra de Gaza y frustrar una alianza regional antiiraní respaldada por Occidente, Teherán consiguió forzar la alianza y darle una salida, considerando lo eficaz que puede ser la cooperación liderada por Estados Unidos.

Pero Irán consiguió establecer nuevas reglas de enfrentamiento en la región, creando un cálculo según el cual cualquier ataque contra un alto cargo o un lugar sensible podría desencadenar una respuesta masiva, con el riesgo de una guerra total y asegurándose de que Israel lo pensará mejor la próxima vez. Al mismo tiempo, desafió a Washington, al ignorar las advertencias de «no hacerlo» del presidente Biden.

A pesar de esto, sus acciones también parecen haber despertado a un gigante dormido que hasta ahora había sido incapaz de reaccionar.

Israel puede alegrarse de estos avances positivos, pero también debe mirar el lado medio vacío del vaso: Si bien tuvo éxito en frustrar el ataque de Irán, pocos políticos considerarán lo ocurrido como una victoria para el Estado judío.

En Medio Oriente la disuasión se construye mediante el ataque, no la defensa. Los sistemas de defensa antiaérea de Israel, por muy exitosos que sean, dan a los dirigentes israelíes un mayor margen de maniobra, pero la capacidad de derribar misiles y aviones no tripulados difícilmente debería considerarse un factor de disuasión importante.

El gobierno y la sociedad israelí están mayoritariamente de acuerdo en la necesidad de una operación ofensiva como respuesta. Lo difícil será encontrar la forma de llevarla a cabo sin romper la frágil estructura de la nueva alianza y sin destruir las relaciones con Estados Unidos, que parecen volver a ser fuertes.

Un par de reuniones del gabinete de guerra israelí celebradas con un día de diferencia muestran la intensidad de las deliberaciones en el país. La acumulación de tensiones puede ser también parte del plan para la respuesta de Jerusalem, con los funcionarios iraníes esperando nerviosos las posibles represalias.

La existencia de informes algo contradictorios sobre la conversación entre Biden y Netanyahu a primera hora del domingo apuntan a la posibilidad de que los estadounidenses entiendan de dónde viene Israel.

Algunas versiones afirman que Biden dijo «no» a una respuesta militar israelí, mientras que otras dicen que se limitó a pedir a Israel que considerara, retrasara y suavizara la medida de represalia.

El doble mensaje sugiere que aunque la Casa Blanca claramente no quiere el tipo de respuesta israelí que podría arrastrar a toda la región a la guerra, también reconoce que cuando se enfrenta a Irán, es necesario algo más.

No es sólo es Irán el que espera ver cómo reacciona Israel. También lo están los miembros de la nueva alianza. Y no sólo miran a Jerusalem, sino también a Estados Unidos.

El margen de acción de Biden es limitado, ya que podría comprar tranquilidad a corto plazo, pero no puede permanecer a mitad de camino indefinidamente.

En algún momento, Estados Unidos tendrá que tomar medidas más contundentes contra Teherán si quiere reforzar la nueva e inesperada alianza y poder actuar con decisión contra el programa nuclear iraní. Tras el ataque de este fin de semana, averiguar cómo hacer frente a las ambiciones nucleares de la República Islámica se convirtió en un problema aún más urgente.

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Opinión

Opinión | ¿Preocupado por un ataque iraní? Eso es exactamente lo que la República Islámica quiere

La semana de amenazas de Irán contra Israel suscita especulaciones en las redes sociales. Las llamadas diplomáticas del ministro de Asuntos Exteriores iraní preceden a una posible acción militar, lo que remarca la confusión estratégica y la guerra psicológica.

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El Líder Supremo de Irán, el ayatolá Ali Khamenei, observa durante una reunión en la exhibición de logros de la Fuerza Aeroespacial del IRGC en Teherán, Irán, 19 de noviembre de 2023. (Crédito de la foto: Office of the Iranian Supreme Leader/West Asia News Agency/Reuters)

Agencia AJN.- (Seth J. Frantzman – The Jerusalem Post) Una semana de amenazas de Irán de atacar Israel generó que las redes sociales se tambaleen de una teoría a otra sobre cuándo puede llegar el supuesto ataque de la República Islámica. Teherán amenazó con «castigar» a Jerusalem desde que acusó a este país del ataque del 1º de abril contra Damasco en el que murió un comandante clave de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC).

En la noche del 10 de abril corrió el rumor de que Irán había cerrado su espacio aéreo y ordenado a los vuelos comerciales que evitaran Teherán.

También se dijo que Irán había probado un misil cerca de Qom y que estaba activando nuevas defensas aéreas. Además, hubo más rumores sobre cómo Irán llevaría a cabo su ataque exactamente a la 1:20 am porque es cuando EE.UU. mató al jefe de la Fuerza Quds del IRGC Qasem Soleimani en el aeropuerto de Bagdad en 2020.

También hubo más revuelo. El ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Amir Abdollahian, llamó a sus homólogos en Irak, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Claramente, esto fue el preludio de las afirmaciones de Irán de que atacaría a Israel. El propio medio iraní Fars News del 11 de abril hizo que las llamadas parecieran rutinarias.

Abdollahian y su homólogo saudí Faisal bin Farhan mantuvieron una conversación telefónica el miércoles durante la cual hicieron referencia a »la necesidad de continuar las consultas entre Teherán y Riad sobre los lazos bilaterales y los acontecimientos regionales e internacionales», informó Fars News.

El alto diplomático iraní también llamó al ministro de Asuntos Exteriores de los EAU, el jeque Abdullah bin Zayed Al Nahyan. El diplomático iraní se refirió a la continuación de los crímenes israelíes en el mes de Ramadán, especialmente durante Eid Al-Fitr, contra el pueblo palestino ayunante en el territorio bloqueado y Cisjordania», agregó Fars News.

Abdollahian también llamó a los ministros Fuad Hussein y Hakan Fidan, de Irak y Turquía, respectivamente.

Análisis de las maniobras estratégicas de Irán

Por un lado, el ministro de Asuntos Exteriores iraní está trabajando horas extras. Los últimos sietes días los pasó en Omán y Siria, donde realizó infinidad de llamadas telefónicas. Sin embargo, el ministro de Asuntos Exteriores iraní rara vez conoce de antemano los planes militares de Irán. El anterior ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Javad Zarif, en ocasiones quedaba al margen de lo que planeaban el IRGC y los mandos militares.

Podría ser que el actual jefe de la diplomacia haya sido informado de que Irán tiene la intención de hacer un gran movimiento esta semana. Es menos probable que sepa mucho al respecto, y más probable que se le haya dicho que apuntale algunas cosas con sus homólogos y los escuche en relación con las opiniones estadounidenses sobre las acciones de Irán. Estados Unidos también está haciendo todo lo posible para que Irán no responda y sumerja a la región en una escalada mayor.

Por lo tanto, la verdadera historia de Irán en los últimos días es que quiere poner a prueba a Israel y también ver la respuesta del Estado judío. La República Islámica trata cada vez más de amenazar a Eilat utilizando, por ejemplo, grupos respaldados por Irán en Irak.

Estos grupos hicieron numerosas afirmaciones sobre el uso de aviones no tripulados para atacar Eilat y otras zonas de Israel. Además, Irán difunde diferentes piezas de propaganda sobre sus supuestas amenazas a Jerusalem, incluyendo videos que circulan online en los que se afirma que Teherán tendría como objetivo el «aeropuerto de Haifa».

¿Qué aeropuerto exactamente? Se trata de un aeropuerto israelí muy famoso situado en Haifa. Las milicias iraquíes también aseguran haber atacado este aeropuerto. ¿Cómo es que Irán y sus milicias inventan historias sobre esto? Porque tienen que inventar historias sobre algo que les ofrezca una negación plausible y que no pueda verificarse.

Es posible que Irán y sus milicias intenten atentar contra Israel. Irán fue construyendo esta narrativa durante la última semana, por lo que bajar los brazos ahora lo haría parecer débil. Sin embargo, a Irán también le gusta sembrar la confusión, y este es uno de sus modus operandi.

Es importante entender que Irán es excelente en generar rumores y que sus medios de comunicación, sus brazos de propaganda y varias cuentas de medios sociales en la región, así como cuentas en Telegram y en otros lugares, saben cómo operativizar la información y utilizarla como arma psicológica.

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