Opinión
¿Por qué romper el silencio? Por Amos Oz*
Agencia AJN.- En la nación judía siempre ha habido muchos valientes dispuestos a denunciar las distorsiones sociales y las injusticias.

Agencia AJN.- A menudo me pregunto por qué organizaciones [israelíes] como Romper el Silencio, B’Tselem y Paz Ahora suscitan sentimientos de miedo, rabia y hostilidad en tantas personas. No solo gente de extrema derecha, sino también otros que se consideran en el centro del espectro político. Esa hostilidad no puede explicarse solo diciendo que todos los que se oponen a Romper el Silencio son racistas. Ni que están intentando callar nuestras voces; la gran mayoría de nuestros adversarios no lo hace. Ni siquiera podemos decir que todos nuestros oponentes odian a los árabes, porque, en su mayor parte, no es así.
¿Cuál es el problema entonces? Muy sencillo: la gente quiere sentirse a gusto consigo misma, y Romper el Silencio se lo impide. La gente quiere que el Estado de Israel tenga una buena imagen y, a su juicio, Romper el Silencio y B’Tselem hacen que la tenga mala. Es algo completamente humano. No tenemos por qué despreciar la necesidad natural del ser humano de sentirse bien.
Es muy comprensible que la mayoría de los israelíes sienta bochorno e incomodidad cuando el Estado de Israel no tiene una buena imagen.
Creen, equivocadamente, que los que promueven esa mala imagen son los que denuncian las distorsiones morales del país, del Gobierno y del Ejército. Les cuesta aceptar que el Estado de Israel, a veces, da muy mala imagen, no por culpa de los que denuncian esas distorsiones morales, sino por culpa de los que incurren en ellas.
Una de las maravillas secretas de la tradición judía, una de las razones de que el pueblo judío no haya sido erradicado después de miles de años, mientras que otras naciones más grandes han desaparecido, es que en la nación judía siempre ha habido muchos valientes dispuestos a romper el silencio y a luchar para curar la degeneración moral y denunciar las distorsiones sociales y las injusticias.
Amo Israel por su larga tradición de acalorados debates internos y búsqueda de la justicia
Podemos empezar por hablar del profeta Natán, el ejemplo por antonomasia de lo que es romper el silencio, y de cómo ensució la fama del rey David, el autor de los salmos, el antepasado del futuro Mesías. Aquel pequeño profeta se alzó y dijo al mundo —y a las futuras generaciones— que David había asesinado mediante artimañas y engaños a un hombre inocente, solo porque quería acostarse con su mujer.
El profeta Jeremías, el profeta Amos y otros profetas también censuraron sin piedad a la familia real, a los ministros, a los grandes de su época, y muchas veces al pueblo en general, a toda la nación: mancillaron nuestro país, sin la menor duda.
No tuvieron miedo de llamar a la injusticia, injusticia, y al derramamiento de sangre inocente, derramamiento de sangre inocente. Nunca se detuvieron a preguntarse si estaban proporcionando excusas a los que odiaban a Israel.
En sus poemas, Hayim Nahman Bialik arrojó fuego y azufre sobre los dirigentes, los funcionarios y toda la nación judía. También Nathan Alterman y S. Yizhar rompieron el silencio y nunca vacilaron a la hora de condenar la injusticia y los asesinatos cometidos por los soldados de las Fuerzas Armadas israelíes, ni siquiera durante las celebraciones y la euforia que siguieron a la gran victoria en la guerra de los Seis Días. Lo mismo que A. B. Yehoshua, Hanoch Levin, David Grossman, Yitzhak Laor, Meir Shalev y una larga lista.
Todos los que odian a Romper el Silencio deberían reflexionar sobre una cosa, al menos por un instante: que la fortaleza moral no es un lujo ni un mero adorno.
La fortaleza moral es necesaria para la supervivencia de una nación, una sociedad y una persona.
La fortaleza moral no es una especie de joya que guardamos en la caja fuerte y que nos ponemos solo en los días buenos para tener un aspecto mejor. La fortaleza moral no es una mercancía producida para la exportación, que se guarda en un cajón, por lo menos hasta que termine la guerra, hasta que vuelva la normalidad y el país viva 40 años de paz, de forma que solo entonces podremos blandir nuestra reluciente grandeza moral, exhibirla en el pecho y revelar al mundo lo maravillosos que somos.
No. La fortaleza moral, especialmente en tiempos de guerra, es tan urgente como los primeros auxilios en un campo de batalla. El papel del acusador, a veces, es similar al del médico o el enfermero: su labor es como la del médico que abre un absceso y extrae el pus, para que no se extienda ni contamine todo el cuerpo.
No debemos menospreciar a quienes desean sentirse bien. Pero quizá convendría familiarizarlos con algo que sabe casi el mundo entero, salvo los que quieren acallar la crítica aquí, en Israel: que una de las pocas razones por las que los israelíes pueden seguir sintiéndose un poco bien consigo mismos y ante otros países es que tenemos Romper el Silencio, B’Tselem y Paz Ahora, que hay una lucha permanente para alcanzar la justicia social y que seguimos teniendo una prensa más o menos libre o, por lo menos, seguimos peleando para mantenerla. Y sigue habiendo libertad de expresión, cada vez más amenazada, pero sigue habiéndola. Estas son las cosas que dan una buena imagen de Israel. Estas son las cosas que permiten que Israel siga teniendo defensores en todo el mundo, gente que todavía nos mira con esperanza e incluso admiración.
A pesar de la fealdad y de la injusticia, a pesar de la ocupación y la explotación de los pobres y desfavorecidos de la sociedad israelí, yo sigo amando Israel. Lo amo incluso en los momentos en los que no puedo soportarlo. Lo amo por su larga tradición de acalorados debates internos y búsqueda de la justicia. Es una tradición que ahora está en peligro, es cierto, pero que se mantiene viva.
Cuánta gente dice: “Muy bien, pero ¿por qué no podemos resolver nuestras diferencias discretamente? ¿Por qué tenemos que hacerlo ante los ojos de todo ese mundo hostil?”. Pues bien, porque los tiempos han cambiado, y los “ojos del mundo” ya no lo son. Atrás quedan los días en los que uno podía susurrar algo en la cocina sin que todo el mundo se enterara de todo al día siguiente. Al contrario: cualquier esfuerzo por enterrar la vergüenza, disimular el crimen u ocultar la injusticia acabará acumulando pus, tarde o temprano, y estallará en la cara de los ocultadores con el doble o el triple de intensidad.
Es beneficioso abrir las heridas lo antes posible, delante de la nación y delante del mundo, no solo por las víctimas, sino por el bien de todos. Por el bien de la sociedad israelí. Incluso por el bien de la imagen de Israel en la comunidad internacional.
A veces —no siempre, pero a veces—, en la historia, algunos a los que la mayoría de su pueblo calificaba de traidores acabaron, con el paso de los años, siendo considerados maestros. No siempre; no todo el que alguna vez ha sido llamado traidor puede estar seguro de que al cabo de uno o dos siglos le van a dar las gracias y a aplaudir. Pero ha habido ocasiones en las que las futuras generaciones se pusieron de parte de los acusadores y de quienes rompían el silencio.
Se pusieron de parte del profeta Jeremías, que dijo a los hijos de Jerusalén, ya fueran reyes o plebeyos: “No creáis que vuestro eterno aliado es verdaderamente vuestro eterno aliado, porque de pronto puede no ser de fiar. Cuidaos y no os emborrachéis de poder”.
Los contemporáneos de Jeremías le despreciaban. Le llamaron “izquierdista” y “traidor”, y las autoridades lo arrojaron a un pozo. Sin embargo, hoy, el pueblo de Israel recuerda con afecto a Jeremías, no a sus acusadores.
La historia de la aventura sionista empieza con Benjamin Ze’ev Herzl, el visionario que concibió el Estado judío, el hombre al que incluso el movimiento de extrema derecha Im Tirtzu —cuyos miembros critican a los de Romper el Silencio— honró, al utilizar unas famosas palabras suyas como nombre (Im Tirtzu significa “si lo quieres”). Quizá se olvidan de que fue Herzl quien, en determinado momento, desesperado, pensó en Uganda como alternativa a Israel para acoger la patria judía, y soportó que muchos de sus contemporáneos le llamaran traidor por ello.
David Ben-Gurión, el fundador del Estado judío, el hombre que, aunque apretando los dientes, estuvo de acuerdo con dividir la tierra de Israel entre dos naciones y crear dos Estados, fue un traidor para algunos.
Menahem Begin, que se retiró del Sinaí a cambio de que hubiera paz, fue un traidor para los miembros de su movimiento, que le acusaron de traicionar las ideas del partido y las del propio sionismo.
Simon Peres e Isaac Rabin, que le dieron la mano a Yasir Arafat e intentaron lograr un acuerdo para acabar con el conflicto entre Israel y los palestinos, fueron calificados de traidores por muchos. Los pintaron llevando kufiya [pañuelo palestino], dieron permiso para derramar su sangre, decretaron el asesinato de Rabin y santificaron ese asesinato.
Por su parte, también Anuar el Sadat, que fue a Jerusalén, habló ante la Knesset y firmó la paz con Israel, fue y es considerado un traidor por millones de árabes, y también él fue asesinado solo por haberse atrevido a romper el consenso de aquel momento.
A Ariel Sharon, cuyas excavadoras arrasaron los asentamientos judíos de Gaza que él mismo había aprobado, también le representaron con una kufiya y le llamaron traidor.
La lista de personas calificadas de traidoras por su propio pueblo es interminable. Si la comparamos con la lista de los políticos, líderes e intelectuales a quienes nunca llamaron traidores los suyos, no hay la menor duda de que es más respetable la primera que la segunda.
Es evidente que los ciudadanos tienen una deuda mucho mayor con aquellos que rompieron el silencio que con todos los que callaron, que mantuvieron en la línea oficial y echaron perfume por encima.
Romper el silencio no es necesariamente un asunto de izquierdas o de derechas. Al contrario. También en la izquierda israelí sigue habiendo silencios que deberían romperse de una vez por todas.
Casi cualquier afirmación nueva y desafiante es una forma de romper el silencio. El legado judío, desde la época de los profetas, ha pasado de generación en generación sobre los hombros de los valientes que se atrevieron a romper el silencio. Los judíos tenemos una larga tradición que nos ha enseñado que todo el mundo tiene el derecho e incluso el deber de censurar al pueblo y a sus dirigentes, a los ricos y a los sacerdotes, y a todos los que derraman sangre inocente.
Nuestra tradición nos permite incluso despotricar contra Dios. Existen acusaciones contra Dios desde los tiempos de la Biblia.
¿Y entonces? ¿El Ejército israelí es el único que tiene inmunidad eterna y absoluta? ¿Acaso es más sagrado que Dios? ¿Qué nos ha pasado?
No estoy diciendo que, un día, la historia vea a los activistas de Romper el Silencio como descendientes de los profetas: puede que sí y puede que no. El tiempo dirá. Pero lo que sí podemos asegurar en estos momentos es que quienes arrojan piedras son descendientes de quienes tiraron piedras contra los profetas de Israel.
*Amos Oz (Jerusalén, 1939) es escritor israelí, autor de ‘Una historia de amor y oscuridad’ y ‘Queridos fanáticos’ (ambos en Siruela), entre otras obras.
Opinión
Análisis: Mientras Israel lucha contra Irán, ¿dónde están los aliados terroristas de Teherán en su momento de necesidad?
Teherán desarrolló una red terrorista regional para aislarse de la guerra, pero ahora que está bajo ataque, Hezbollah y otros se sienten demasiado débiles o demasiado intimidados para unirse a la batalla.

Por Nurit Yohanan
Cuando Israel anunció la Operación «León Ascendente» en la madrugada del viernes, marcó la primera vez en más de 50 años que el país declaraba la guerra contra un Estado soberano, en lugar de contra una organización terrorista que opera desde territorio extranjero, Cisjordania o Gaza. Un número considerable de estas organizaciones a las que Israel se ha enfrentado a lo largo de los años fueron y son apoyadas, financiadas o incluso controladas directamente por Irán, el país que ahora se encuentra en la mira de Israel.
Desde la Revolución iraní, el régimen de Teherán ha invertido importantes esfuerzos en difundir su ideología entre las poblaciones chiítas de Medio Oriente, a la vez que ha construido una red de organizaciones terroristas en toda la región, incluyendo grupos suníes.
La Fuerza Quds, una unidad especial del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, se ha centrado en las últimas décadas en apoyar a estas organizaciones mediante ayuda financiera, el suministro de armas y municiones, e incluso entrenamiento, a veces realizado en territorio iraní.
Para Irán, la red terrorista era tanto una proyección de poder como un escudo: los grupos hostigaban continuamente a los dos mayores enemigos de la República Islámica, Estados Unidos e Israel, mientras que este se mantenía aislado de las represalias. Y la existencia de una liga de ejércitos de apoyo, listos para defenderse en caso de guerra, ayudó a disuadir cualquier idea occidental de invasión o cambio de régimen.
Después del 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó un ataque devastador contra Israel, desencadenando la guerra en Gaza, la amplitud del arsenal iraní quedó en evidencia, con grupos respaldados por Teherán, desde el Líbano hasta Yemen, atacando a Israel en lo que el entonces ministro de defensa israelí, Yoav Gallant, denominó una guerra de siete frentes.
Pero ahora que el poder de fuego de Israel se dirige contra el propio Irán, esos aliados desaparecen repentinamente. Algunos, como Hezbollah, se han visto gravemente debilitados por Israel debido a los intentos de respaldar a Hamás. Otros parecen haber sido convencidos por sus países anfitriones para mantenerse al margen de la lucha.
Irán se encuentra ahora en una posición sumamente inusual e incluso peligrosa, obligado a depender principalmente de su propio poder militar en territorio iraní. Hasta ahora, esto ha consistido principalmente en sucesivas rondas de misiles balísticos disparados por la fuerza aérea del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, que han causado gran destrucción, pero han hecho poco por debilitar la potencia de fuego de Israel.
Mientras tanto, Irán ha visto cómo su territorio se ha convertido en un campo de batalla al intentar hacer frente a los ataques israelíes desde Teherán hasta Tabriz, lo que representa una vulnerabilidad estratégica para un país que prefiere dejar que sus aliados hagan el trabajo sucio en territorio extranjero.
Hezbollah, en la cuerda floja
El apoyo de Irán a grupos terroristas en el extranjero se estima en miles de millones de dólares anuales provenientes de las arcas estatales. Esta ayuda ha continuado en los últimos años a pesar de la grave situación económica de Irán, que incluye una devaluación sostenida de la moneda y escasez de energía.
Una buena parte de ese dinero ha ido a parar al grupo terrorista libanés Hezbollah, el principal cliente de Irán.
Sin embargo, tras sufrir grandes pérdidas y una creciente oposición en el Líbano, ahora se encuentra gravemente debilitado y reacio a enfrentarse a Israel.
Hezbollah, fundado en 1983 con el respaldo de Irán, ha sido durante las últimas dos décadas la principal herramienta militar de Irán contra Israel, armado con misiles de largo alcance e incluso armas guiadas de precisión.
Sin embargo, desde que Israel comenzó a atacar dentro de Irán el viernes, lo único que ha lanzado Hezbollah han sido palabras. Esta moderación es aparentemente una consecuencia directa de su guerra con Israel, durante la cual el grupo lanzó ataques casi diarios contra Israel desde octubre de 2023 hasta que acordó un alto el fuego en noviembre de 2024.
En los últimos seis meses de la guerra, y en particular a partir de septiembre, el grupo sufrió importantes reveses militares. Casi todo su alto mando fue eliminado por Israel, incluyendo al líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah.
Justo antes, los ataques israelíes con buscapersonas y walkie-talkies explosivos causaron daños físicos y psicológicos generalizados entre las fuerzas terrestres del grupo. Unas 4.000 personas resultaron heridas en la operación encubierta, según informes libaneses, la gran mayoría de ellas miembros de Hezbollah.
El otrora formidable arsenal de misiles del grupo parece haberse agotado o destruido en gran medida, y Siria ya no es una ruta conveniente para el contrabando.
En octubre de 2024, las Fuerzas de Defensa de Israel estimaron que Hezbollah conservaba menos del 30 por ciento de su potencia de fuego anterior a la guerra.
Incluso después de la firma del alto el fuego, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han continuado sus operaciones regularmente en el Líbano, atacando a operativos de Hezbollah, principalmente en el sur del país. Israel ha atacado edificios en el distrito de Dahiyeh, en Beirut, en dos ocasiones, donde se encuentran plantas de fabricación y almacenamiento de drones, según las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).
Como resultado, Hezbollah se encuentra significativamente debilitado y su capacidad para representar una amenaza para Israel es mucho menor. La organización también se enfrenta a una creciente presión política interna, mientras el país aún se recupera de los fuertes ataques israelíes dirigidos a poner fin a los ataques de Hezbollah.
En los últimos seis meses, dos de los tres principales puestos de liderazgo del Líbano han sido ocupados por figuras consideradas «anti-Hezbollah», entre ellas el primer ministro Nawaf Salam y el presidente Joseph Aoun. Ambos han declarado su intención de desarmar a Hezbollah y afirman que la decisión de ir a la guerra debe recaer en el Estado.
En un discurso reciente con motivo de los primeros 100 días de su gobierno, Salam señaló que el Ejército libanés había desmantelado más de 500 depósitos de armas en el sur del país. Si bien no especificó a quién pertenecían, se cree que eran de Hezbollah
El viernes, horas después del inicio de la operación israelí, Hezbollah emitió un extenso comunicado condenando enérgicamente los ataques israelíes contra Irán, afirmando que Israel “solo entiende el lenguaje de la muerte, el fuego y la destrucción”.
El comunicado no mencionó si respondería ni cuándo, pero un funcionario de Hezbollah declaró a Reuters ese mismo día que el grupo no tomaría represalias por los ataques en Irán.
Las milicias iraquíes ceden ante la presión
Desde la invasión estadounidense de Irak en 2003, Irán ha reforzado las milicias proiraníes y chiítas en el país para profundizar su influencia. Estos grupos atacaron principalmente a Estados Unidos, pero también apuntaron sus armas contra Israel después del 7 de octubre.
La creciente presión interna y externa ha paralizado estas operaciones.
Desde 2014, las milicias en Irak han operado bajo una organización paraguas conocida como las Fuerzas de Movilización Popular, disparando misiles contra las tropas estadounidenses estacionadas en la región y combatiendo al grupo terrorista Estado Islámico cuando esta organización yihadista tomó el control de partes de Irak.
Sin embargo, desde el 7 de octubre, las milicias también han participado en la guerra regional en múltiples frentes contra Israel, aparentemente con el respaldo de Irán. A lo largo de 2023 y 2024, lanzaron drones hacia Israel, principalmente contra los Altos del Golán y, en una ocasión, contra Eilat, al tiempo que atacaban bases estadounidenses en Irak. En octubre de 2024, dos soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel murieron en un ataque con drones lanzado por milicias proiraníes en el norte de los Altos del Golán.
Sin embargo, incluso antes del segundo alto el fuego entre Israel y Hamás en diciembre de 2024, las milicias proiraníes de Irak acordaron detener los ataques contra Estados Unidos e Israel.
Fuente: Times of Israel
Opinión
Israel-Irán: Democracia bajo fuego, dictadura al desnudo

Por Ariel B. Goldgewicht
¿Qué sucede cuando una democracia liberal enfrenta a una dictadura fundamentalista?
No estamos ante una guerra convencional, sino ante un choque de civilizaciones: entre quienes santifican la vida y quienes anhelan la muerte. La guerra entre Israel y el régimen iraní ‘ denominada ´León Ascendente´, no empezó esta semana, pero ahora ha alcanzado un nivel nuevo, un punto de no retorno.
Desde la Revolución Islámica de 1979, Irán ha declarado abiertamente su hostilidad hacia Israel. Durante décadas, ha dirigido esta guerra por medio de terceros (Proxy) el eje chiita: Hezbollah en Líbano, Hamás en Gaza, los hutíes en Yemen, milicias en Siria e Irak, entre otros. Irán ha sido el gran arquitecto del terrorismo moderno en el Medio Oriente, financiado con las inconmensurables riquezas de su petróleo. Su régimen de dictadura absoluta, liderado por los ayatolás, ha sido cómplice de atentados desde Buenos Aires hasta Beirut, dejando una estela de sangre y caos.
Hoy, sin embargo, algo ha cambiado. Por primera vez en la historia, Israel ha atacado directamente a Teherán. ¿Por qué ahora?
La respuesta está en una conjunción de factores. La caída de Hamás y la Yihad Islámica en Gaza, el debilitamiento de Hezbollah en el norte, la caída del régimen de Assad en Siria, el retroceso de los hutíes en Yemen: todos son frentes que el régimen iraní consideraba parte de su estrategia regional de expansión y dominación. Y todos han sido golpeados con fuerza por Israel en los últimos meses.
A esto se suma la presión internacional, el estancamiento ruso en Ucrania —que limita el apoyo logístico de Moscú a Teherán—, y el regreso de una política exterior estadounidense menos indulgente con Irán. La reciente advertencia del Presidente Trump, que impuso un plazo de 60 días para frenar el programa nuclear iraní, coincidió con el momento en que Israel decidió actuar: al día 61, los ataques comenzaron.
Israel no está reaccionando por impulsos ni venganza. Está respondiendo a una amenaza existencial. Porque si el 7 de octubre vimos de lo que es capaz un grupo terrorista armado con cohetes y fusiles, imaginemos lo que podría ocurrir si Irán —un régimen que ejecuta homosexuales, encarcela mujeres por no cubrirse la cabeza, y asesina opositores sin juicio— accediera a armas nucleares. Esa es la línea roja.
En estas horas, Israel vive bajo amenaza constante. El espacio aéreo cerrado, el sistema educativo paralizado, cientos de miles de ciudadanos atrapados fuera del país o confinados en refugios. El Domo de Hierro protege, pero no es infalible. Con un 95% de efectividad, basta una pequeña brecha para que un misil balístico impacte y cause destrucción. Ya lo hemos visto: muertos, heridos y un país en vilo. Pero, imagínese ¿y si esos misiles llevarán cabezas nucleares?
A pesar de todo, Israel no responde con barbarie. Tiene superioridad militar absoluta sobre los cielos de Irán, pero no ataca civiles. Ataca centrifugadoras nucleares, bases militares, centros de comando. Mientras el régimen iraní lanza misiles sobre poblaciones israelíes, Israel busca evitar víctimas inocentes. Porque los ciudadanos iraníes no son enemigos: son rehenes de una teocracia que lleva décadas reprimiéndolos. En esta guerra buscamos aniquilar el proyecto nuclear, pero los ciudadanos civiles inocentes de irán tiene otras esperanzas de este conflicto. Ellos esperan libertad.
En Irán, hoy se cuentan chistes oscuros: “Nadie sabe dónde está el ayatolá!!, excepto Israel”. Y no es sólo humor negro: es símbolo de un régimen que tiembla. La resistencia israelí no busca cambiar el régimen, ni interferir en la autodeterminación de los pueblos. Su único objetivo es impedir que un régimen fundamentalista con aspiraciones mesiánicas tenga capacidad nuclear.
Durante más de dos décadas, Irán ha invertido en cuatro pilares esenciales:
1. Desarrollo nuclear
2. Expansión militar y terrorista del eje chiita
3. Represión social interna —especialmente contra mujeres—
4. Hostilidad contra Israel
Muy poco en salud pública, ni educación, ni infraestructura. Un Estado que produce petróleo como si fuera agua, pero cuyas ciudades sufren apagones diarios, escasez de agua potable y servicios básicos. Toda su riqueza, volcada a la represión y la destrucción con el objetivo principal de consolidar su poder a la fuerza.
Lo que vemos hoy es el colapso de esa estrategia. Un castillo de naipes que se derrumba desde dentro. Como el viejo proverbio del efecto mariposa, la ola de terror del 7 de octubre encendió una cadena de reacciones que ha llevado a la desestabilización de todos los brazos armados de Irán en la región. Aún falta mucho para el final, y el sufrimiento no ha terminado, pero cuando caiga el telón, el mundo podría ser un lugar más seguro. Especialmente para los pueblos que hoy viven oprimidos por dictaduras fundamentalistas.
En pleno siglo XXI, no hay lugar para los extremismos. La historia ha demostrado —y está claro— que cuando las democracias se unen, pueden frenar incluso a las peores amenazas. Que no haya que esperar otro 7 de octubre para despertar. El momento de elegir entre luz y oscuridad, entre libertad y opresión, es ahora.
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