Opinión
El acuerdo del siglo. Por Atilio Molteni*
Los delegados de Trump (Jared Kushner y Janson Greenblatt) comenzaron a recorrer Oriente Medio para presentar un plan que él considera como el “Acuerdo del Siglo”.
El 11 de junio, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, pronunció un discurso ante los delegados de 26 países que concurrieron al Foro Global del American Jewish Committee, celebrado por primera vez en Jerusalén al cumplirse 112 años de su existencia. Ahí sostuvo que las relaciones de Israel con los países árabes estaban mejorando más de lo imaginable y sugirió que se propone ayudar a lograr la paz con los palestinos.
El pasado fin de semana los delegados del presidente Donald Trump, su yerno Jared Kushner y Janson Greenblatt, su asistente especial para las negociaciones internacionales, comenzaron a recorrer Oriente Medio para presentar un plan que él considera como el “Acuerdo del Siglo”. El documento parece formular soluciones para los temas principales de la disputa sobre el estatus final: fronteras, seguridad, refugiados y Jerusalén.
Varios de los predecesores de Trump en la Casa Blanca ya habían intentado mediar en uno de los problemas internacionales que hasta ahora demostró ser insoluble. Barack Obama lanzó una iniciativa para resolverlo en nueve meses. A pesar de varios viajes a la región del entonces secretario de Estado, John Kerry, para motorizar a las partes, no tuvo éxito, pues no estaban políticamente preparadas para suscribir un acuerdo de paz. En diciembre de 2016, después de la elección de Trump, el Gobierno de Obama se abstuvo (pero no vetó) la resolución 2.334 del Consejo de Seguridad, que reafirma la ilegalidad de los asentamientos israelíes, decisión que fue muy criticada por el presidente electo y por Netanyahu.
Hoy, en cambio, existe un mayor entendimiento entre Estados Unidos, Israel y algunos de los países sunnitas del Golfo, como Arabia Saudita y los Estados Arabes Unidos, motorizados por su oposición a Irán, a quien consideran el peligro común. Para alcanzar un resultado positivo entre israelíes y palestinos, es necesario superar problemas que surgieron en las negociaciones previas, y otros que caracterizan a la situación política de las partes.
Entre los primeros, el tema territorial ya pudo estar resuelto en 2007, cuando el entonces primer ministro israelí, Ehud Olmert, ofreció la casi totalidad de lo pretendido por los palestinos, y un intercambio de territorios para asimilar a Israel los grandes bloques de asentamientos. También propuso que Jerusalén Oriental fuera la capital del nuevo Estado. Pero el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, no lo aceptó por la relevancia que se daba a los restantes temas de un acuerdo final. Hoy la situación de Jerusalén se complicó, por el traslado de la Embajada norteamericana de Tel Aviv a esa ciudad.
Cabe recordar que la ANP fue creada por los denominados “Acuerdos de Oslo”, que comenzaron con la “Declaración de Principios” firmada el 13 de septiembre de 1993 en Washington, el primer compromiso formal entre el Estado judío y la Organización de Liberación de Palestina (OLP). En diversos acuerdos luego se estableció un sistema de autogobierno palestino en Ramallah y un plazo para negociar las cuestiones de fondo, que se fue extendiendo hasta el presente.
En cuanto a los refugiados, los palestinos sostienen que tienen el derecho a regresar a sus hogares originales en el territorio israelí, de los que se fugaron desde la guerra de 1948 y ello se transmitió a sus sucesores. La posición de Israel es que con la creación del nuevo Estado Palestino, los que se encuentren en tal situación podrán integrarse a él. En cambio, si se les permite regresar a su territorio, el eventual “derecho al retorno” afectaría las bases de un Estado judío democrático, ya que los palestinos los superarían en número y se volverían una amenaza demográfica. De allí la posición que defiende Netanyahu, de que éstos deben reconocer a Israel como tal y cualquier acuerdo tendría que incluir una cláusula que acepte el fin de todos los conflictos entre las partes. En cuanto a la seguridad, la pretensión de Israel es que los palestinos admitan un Estado desmilitarizado, el control del valle del Río Jordán y de su espacio aéreo.
Pero el principal negociador palestino, que es Saeb Erekat, ya ha dicho que la actual Administración norteamericana está haciendo campaña por Israel y no tiene en cuenta las aspiraciones palestinas y sus derechos humanos, que se reflejaron en las negociaciones anteriores, y en el que tácitamente supone que la paz tiene tanto valor que éstos deberían aceptar compromisos que implican la renuncia de sus derechos políticos. De allí la relevancia que se otorga a los Estados árabes mencionados, para lograr que la ANP regrese a la mesa de negociaciones y acepte que Estados Unidos es el principal interlocutor para alcanzar soluciones realistas y comprensivas, a pesar de que es el principal aliado de Israel desde los años sesenta.
La situación de los palestinos se agravó cuando Hamas ganó las elecciones legislativas del 25 de enero de 2006 y desalojó a la ANP de Gaza, con lo que las bases del conflicto israelí palestino dieron un giro total. Con ello se fortaleció un protagonista que incorporó al conflicto el componente desestabilizador de la religión, algo que contrasta con el laicismo de Abbas y sus seguidores. La respuesta de Israel fue acentuar el aislamiento de la Franja y luego hacer tres operaciones militares de distinto carácter como respuesta a las acciones terroristas de Hamas.
En enero último comenzaron demostraciones masivas en la frontera de Gaza, que fueron motorizadas por la crisis humanitaria que existe allí. Una interpretación es que los dirigentes de Hamas, que siempre agitan las banderas de la resistencia, buscaron evadir su responsabilidad y volcarla hacia Israel a través de que sus habitantes rompieran las barreras y volvieran al lugar de sus antepasados, mientras se proponía utilizar internacionalmente la reacción israelí como prueba de su responsabilidad. En cambio, Netanyahu supone que la crisis es consecuencia de que Hamas utiliza el dinero para construir túneles y otras acciones terroristas, lo que acentúa los problemas de la población. Las alternativas serían el lanzamiento de una nueva operación militar, esta vez para acabar con el Gobierno de Hamas o para hallar medios más efectivos de ayuda humanitaria.
Como consecuencia de todo esto, el nuevo plan de Trump deberá enfrentar una situación en la que israelíes y palestinos construyeron relatos totalmente diversos de sus argumentos, los que son inherentes a su ideología, religión y experiencia, forjados en muchos años de conflicto, lo que obviamente dificulta el lograr la paz. Al mirar los fracasos del pasado, ninguno de ellos parecen tener demasiada fe en un proceso diplomático.
*Ex embajador de Argentina en Israel
Fuente: eleconomista.com.ar
Opinión
The New York Times | El nuevo negacionismo de la violación
Agencia AJN.- (Por Bret Stephens – The New York Times -NYT-) «El 7 de octubre, Hamás invadió Israel y se filmó cometiendo decenas de atrocidades contra los derechos humanos. Algunas de las imágenes fueron capturadas más tarde por el ejército israelí y proyectadas a cientos de periodistas, entre los que estaba yo’’. El ‘‘sadismo puro y depredador», como lo describió el escritor de Atlantic Graeme Wood, no tiene fondo.
Sin embargo, Hamás niega que sus hombres agredieran sexualmente a israelíes y califica las acusaciones de «mentiras y calumnias contra los palestinos y su resistencia». Y los ‘‘aliados’’ de Hamás en Occidente, la mayoría de ellos autodenominados progresistas, repiten como loros ese negacionismo ante las pruebas contundentes y profundamente investigadas de violaciones generalizadas, documentadas más recientemente en un informe de Naciones Unidas publicado este lunes.
La pregunta interesante es, ¿por qué? ¿Por qué se niegan a creer que Hamás, que masacraba niños en sus camas, tomaba ancianas como rehenes e incineraba familias en sus casas, sea capaz de eso?
Llegaré a eso punto en breve, pero antes vale la pena analizar las formas que adopta este negacionismo. Un método consiste en reconocer, como decía un artículo reciente, que «es posible que se produjeran agresiones sexuales el 7 de octubre», pero nadie demostró realmente que formaran parte de un patrón organizado. Otro consiste en plantear dudas sobre diversos detalles de las historias para sugerir que si hay un solo error, o un testigo cuyo testimonio es incoherente, todo el relato debe ser también falso y deshonesto. Una tercera es tratar cualquier cosa que diga un israelí como intrínsecamente sospechosa.
Y, por último, está la cuestión de que apenas hay testigos de las agresiones. ¿Dónde están las mujeres supuestamente violadas? ¿Por qué no hablan?
La respuesta a esta última pregunta es la más sombría: En su inmensa mayoría, las mujeres que podrían haber hablado están muertas, por la sencilla razón de que cualquier israelí que se acercara lo suficiente a un terrorista como para ser violada estaba lo suficientemente cerca como para ser asesinada. En cuanto a la credibilidad de los testigos israelíes, ¿quién más, aparte de los primeros intervinientes que se encontraron con las víctimas de primera mano, debería ser entrevistado y citado por cualquiera que investigue esto? En los tribunales misóginos de Irán, el testimonio legal de una mujer vale la mitad que el de un hombre. En los rincones de la izquierda que odian a Israel, el valor de los testigos israelíes parece ser aún menor.
Pero son los dos primeros tipos de negacionismo los que en cierto modo resultan más chocantes, porque también son los más hipócritas.
¿No fueron los progresistas quienes, durante la saga de Brett Kavanaugh, subrayaron que las discrepancias ocasionales en la memoria de sucesos traumáticos son absolutamente normales? ¿Y desde cuándo los progresistas insisten en que la carga de la prueba para demostrar un patrón de agresión sexual recae en las víctimas, la mayoría de cuyas voces fueron, en este caso, silenciadas para siempre?
Que rápido pasa la extrema izquierda de «creer a las mujeres» a «creer a Hamás» cuando cambia la identidad de la víctima. Si, Dios no lo quiera, una banda de Proud Boys descendiera sobre Los Ángeles para llevar a cabo el tipo de atrocidades que Hamás llevó a cabo en las comunidades israelíes, estoy bastante seguro de que nadie en la izquierda dedicaría ningún tipo de energía a intentar descubrir quién fue violado, y mucho menos cómo o cuándo.
Es en este clima ideológico cuando nos llega el informe de la ONU. En cierto modo es un hito, aunque sólo sea porque la ONU nunca simpatiza con el Estado judío y fue escandalosamente lenta incluso en darse cuenta de las primeras pruebas de agresiones sexuales. Para cualquiera que mantenga una mente razonablemente abierta pero siga teniendo dudas, el informe señala, entre otros detalles, «al menos dos incidentes de violación de cadáveres de mujeres», «cuerpos encontrados desnudos y/o atados, y en un caso amordazados», e «información clara y convincente de que se produjeron actos de violencia sexual, incluidas violaciones, torturas sexualizadas y tratos crueles, inhumanos y degradantes contra algunas mujeres y niños» durante su estancia como rehenes».
Eso debería ser más que suficiente, pero no lo será. Un amplio y creciente rincón de Occidente se niega a aceptar que la guerra de Israel en Gaza sea una respuesta al mal, o que los israelíes puedan ser víctimas de algún modo. Perturba la narrativa de la guerra en Gaza como un caso de fuertes contra débiles, los colonos y colonialistas israelíes contra víctimas justas e indígenas.
Los críticos honestos de las políticas de Israel pueden plantear serias objeciones al mismo tiempo que reconocen con franqueza las horribles circunstancias que pusieron en marcha esas políticas. Lo que vemos en cambio son críticas deshonestas, que cuestionan deshonestamente esas circunstancias para poder apuntar a la existencia del propio Israel.
La gente seria debería saber en qué consistía la antigua versión del negacionismo antisemita: un flujo constante de minucias fácticas, inversiones lógicas, argumentos falsos presentados de manera sutil, retóricas destinadas a ofuscar y negar el mayor crimen de la historia. También deberían entender el objetivo: al negar las atrocidades del pasado, allanaron el camino para las siguientes. Los actuales negacionistas de las violaciones no son mejores que sus antepasados.
Opinión
Hamás construyó túneles bajo la casa de mi familia en Gaza. Ahora está en ruinas
Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, normalizó la violencia y la militarización en Gaza, eliminando las posibilidades de un Estado palestino, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana por los sucesivos gobiernos israelíes que se opusieron.
Agencia AJN.- (Por Jehad Al-Saftawi – TIME) Pasaron siete años desde que me escapé de mi asediada ciudad de Gaza y vine a Estados Unidos. El Día de Acción de Gracias, mi madre me envió una foto de un árbol caído de cuatro metros en el sur de la Franja, donde mi familia se refugió estas últimas semanas. Diez de mis familiares están de pie sobre la calle, rodeando el árbol, y uno de ellos está cortando sus ramas. Es imposible conseguir gas para cocinar y este árbol es ahora la leña que les permitirá preparar su próxima comida.
Desde los atroces ataques de Hamás a Israel del 7 de octubre -que dejaron unos 1.200 muertos, la mayor matanza masiva de judíos en un solo día desde el Holocausto-, los sistemas que abastecen de alimentos, agua y medicinas a Gaza están en urgente declive mientras Israel lleva a cabo su continuo bombardeo de la Franja como respuesta. Desde entonces murieron al menos 27.000 palestinos, miles de ellos al parecer combatientes de Hamás, y unos 1,7 millones de los 2,3 millones de habitantes de Gaza se vieron desplazados, junto con decenas de miles de israelíes por el continuo lanzamiento de cohetes de Hezbollah en el sur de Líbano. Gran parte de la Franja quedó reducida a escombros. Pero la sensación de desorden y emergencia que reina hoy en el enclave costero se remonta mucho más atrás en el tiempo.
Desde la violenta toma de Gaza de Hamás en 2007, las concurridas y hermosas calles que yo conocía están dominadas por el caos terrorista. Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, Hamás normalizó la violencia y la militarización en todos los aspectos de la vida pública y privada de la Franja. En el proceso, eliminaron las posibilidades de un Estado palestino próspero junto a Israel, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana en medio de sucesivos gobiernos israelíes que trabajaban en contra de ello.
Vivimos en departamento de la familia de mi padre Imad y ahorramos dinero durante casi 18 años hasta que pudimos construir nuestra propia casa en el norte de Gaza. La primera señal de que Hamás estaba construyendo túneles bajo nuestra casa llegó en julio de 2013, mientras se realizaba la construcción. El que pronto sería nuestro nuevo vecino, Um Yazid Salha, se contactó con mi madre Saadia para preguntarle por qué mi hermano Hamza y yo siempre veníamos a la obra después de medianoche.
La obra, de dos plantas, estaba rodeada por un muro y dos puertas. Pero nosotros estábamos todas las noches en el departamento de la familia de mi padre, donde se cierra la puerta con llave a las 10 de la noche. «Nadie entra ni sale después de las 10», le dijo mi madre a Um Yazid.
Al día siguiente fui a la obra con mi madre y Hamza. Tras mirar rápidamente, no encontramos nada raro. Pero cuando examinamos la obra con mayor atención, encontramos varias losas de hormigón abajo de la escalera interior, cada una de unos 2,5 metros de largo. También encontramos una zona con tierra recién removida a la derecha de nuestra casa y del muro que la rodeaba.
Mi hermano Hamza y yo cavamos en esa tierra mientras nuestra madre miraba. Pronto nos encontramos con una puerta de metal cerrada con un candado. No teníamos ni idea de lo que era ni de por qué estaba allí. Hamza y yo volvimos a cubrir rápidamente la zona con tierra y fuimos directamente a la casa de nuestro vecino.
Antes de nuestra visita, Um Yazid nos contó que algunas noches miraba por las ventanas de su edificio de cuatro plantas hacia el muro que rodeaba nuestra casa y veía la llegada de una camioneta. La gente salía del vehículo y colgaba una lona para ocultar lo que estaban haciendo. Um Yazid escuchaba ruidos de carga y descarga y sentía vibraciones de excavación procedentes del terreno vacío que había detrás de nuestra casa. Sospechaba que alguien estaba cavando un túnel.
Al día siguiente de inspeccionar la casa, Um Yazid llamó para decirnos que los hombres habían regresado por la noche. Mi madre no quería que fuera, pero me vestí y fui solo a la casa inacabada. Cuando llegué a la puerta de hierro de la casa, empecé a escuchar el movimiento de las personas que estaban adentro. Toqué la puerta y una persona enmascarada abrió y me pidió que retrocediera un poco. Luego la cerró y me preguntó quién era yo. Desafiante, le dije que era el dueño de la casa. «¿Quién es usted?», le pregunté.
Encontrarnos con hombres enmascarados es algo a lo que estamos acostumbrados en diferentes aspectos de la vida de Gaza. Discutimos. Le dije que mi tío, que era miembro de Hamás y fiscal en su gobierno, les impediría construir un túnel. El hombre de la máscara insistió en que seguirían como querían. Me dijo que no debía tener miedo y que sólo sería una pequeña habitación cerrada que permanecería enterrada bajo tierra. Nadie podría entrar ni salir. Además, me dijo que sólo en el caso de una invasión terrestre israelí en esta zona y el desplazamiento de los residentes se utilizarían estas habitaciones para suministrar armas.
«No queremos vivir encima de un depósito de armas», le dije, justo antes de que me obligara a retirarme.
Las obras continuaron y Um Yazid siguió informándonos de la actividad nocturna. Hamza y yo, que la visitábamos cada pocas semanas, siempre encontrábamos la misma puerta. Nunca estábamos seguros de lo que podíamos hacer o de lo que realmente ocurría detrás de ella. Nuestro tío nos aseguraba que no teníamos nada que temer.
En febrero de 2014 me casé y dejé la casa de mi familia. Ese mismo año, mi madre, Hamza, y mis dos hermanas pequeñas se mudaron a la casa recién terminada. Antes de que lo hicieran, Hamza y yo volvimos a cavar y esta vez no encontramos más que un metro de arena y luego una gran losa de cemento. La cubrimos, creyendo que por fin habían cerrado la «habitación» por insistencia de nuestro tío.
En los años transcurridos desde entonces, mi familia o sus vecinos escuchaban ruidos o movimientos de vez en cuando. A veces se preguntaban si realmente había túneles, si estaban activos. Mi familia tenía demasiado miedo para hablar de esto con alguien, así que era nuestro secreto. Era vergonzoso, aunque sabíamos que nos oponíamos profundamente a lo que Hamás hubiera hecho al otro lado de aquella losa de cemento.
Cuando algo no se dice durante tanto tiempo, empieza a parecer imposible que la verdad llegue a saberse. Siempre esperé que llegara un momento en el que a mi familia y a otras personas como nosotros se les permitiera hablar de esos túneles, de la peligrosa vida que Hamás impuso a los gazatíes. Ahora que estoy decidido a hablar abiertamente de ello, no sé si ni siquiera importa.
Mi familia fue evacuada al sur poco después del 7 de octubre. Meses después, recibimos fotos de nuestra casa y nuestro barrio, ambos en ruinas. Quizá nunca sepa si la casa fue destruida por los ataques israelíes o por los combates entre Hamás e Israel. Pero el resultado es el mismo. Nuestra casa, y demasiadas de nuestra comunidad, fueron arrasadas junto a una historia y unos recuerdos de valor incalculable.
Y este es el legado de Hamás. Empezaron a destruir la casa de mi familia en 2013 cuando construyeron túneles bajo ella. Siguieron amenazando nuestra seguridad durante una década: siempre supimos que podríamos tener que desalojarla en cualquier momento. Siempre temimos la violencia. Los gazatíes merecen un verdadero gobierno palestino que apoye los intereses de sus ciudadanos, no terroristas que lleven a cabo sus propios planes. Hamás no está luchando contra Israel. Están destruyendo Gaza.
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