Opinión
Guerra en Medio Oriente: el horror de Hamas también deja una lección sobre el precio del populismo
En mi familia crecimos escuchando las historias de judíos indefensos que se escondían de los nazis en el sótano o la despensa, sin nadie que fuese a ayudarlos. El Estado de Israel fue fundado para asegurar que eso no volviera a ocurrir.

Agencia AJN.- (Yuval Noah Harari – La Nación) El autor de “Sapiens: de animales a dioses” señala que hay mucho para criticar sobre la forma en que el gobierno de Netanyahu abandonó todo intento de hacer las paces con los palestinos, aunque ello no justifica las atrocidades del grupo terrorista
Los israelíes todavía estamos tratando de entender lo que nos acaba de pasar. Primero comparamos el desastre de estos días con la guerra de Yom Kippur, en 1973: hace exactamente 50 años, los ejércitos de Egipto y de Siria lanzaron un ataque sorpresa y le infligieron a Israel una seguidilla de derrotas militares, hasta que las Fuerzas de Defensa de Israel lograron reagruparse, recuperaron la iniciativa y dieron vuelta el tablero.
Pero cuando se fueron sumando los horrendos relatos y las imágenes de la masacre de comunidades enteras, nos dimos cuenta de que ésta no se parece en nada a la guerra de Yom Kippur. En los diarios, las redes sociales y las reuniones familiares, la gente lo compara con las horas más oscuras para el pueblo judío, como cuando las unidades móviles de asesinos de las Einsatzgruppen de los nazis rodeaban y asesinaban a los aldeanos judíos durante el Holocausto, o como cuando el Imperio Ruso lanzó los pogromos contra los judíos.
En lo personal, tengo familia y amigos en los kibutz de Be’eri y Kfar Aza, y las historias que me llegan son escalofriantes. En esas dos comunidades, los terroristas de Hamas hicieron lo que quisieron durante horas: iban de casa en casa asesinando sistemáticamente a familias enteras, a los padres delante de los hijos, y tomando rehenes, incluidos bebés y ancianos. Aterrados, algunos sobrevivieron encerrándose en placares y sótanos, desde dónde llamaban desesperadamente al Ejército y la policía, que no llegaron hasta que en la mayoría de los casos ya era demasiado tarde.
Mi tío de 99 años y su esposa de 89 son miembros del kibutz de Be’eri. Todo contacto con ellos se cortó poco después de que Hamas tomó control del kibutz. Se quedaron escondidos en su casa durante horas, mientras escuchaban cómo decenas de terroristas arrasaban y masacraban a todos a su paso. Después me enteré que habían sobrevivido, pero conozco a muchas de las personas que recibieron la peor noticia de sus vidas…
Mi tía y mi tío son dos judíos duros y curtidos: nacidos en Europa del Este en el periodo de entreguerras, ya habían perdido todo su mundo durante el Holocausto. En mi familia crecimos escuchando las historias de judíos indefensos que se escondían de los nazis en el sótano o la despensa, sin nadie que fuese a ayudarlos. El Estado de Israel fue fundado para asegurar que eso no volviera a ocurrir.
¿Entonces por qué ocurrió? ¿Por qué el Estado de Israel estuvo “desaparecido en acción”?
En un plano, los israelíes están pagando el precio de años de hybris (desmesura), durante los cuales nuestros gobiernos y muchos ciudadanos comunes se sintieron tanto más fuertes que los palestinos, que pensaron poder darse el lujo de ignorarlos. Hay mucho para criticar sobre la forma en que Israel abandonó todo intento de hacer las paces con los palestinos y en que ha mantenido a millones de palestinos bajo ocupación durante décadas.
Pero eso no justifica las atrocidades cometidas por Hamas, que de todos modos nunca ha considerado ningún tratado de paz con Israel y ha hecho todo lo posible por sabotear el proceso de paz de Oslo. Quienes dicen querer la paz deben condenar e imponer sanciones a Hamas y exigir la inmediata liberación de todos los rehenes, así como un desarme total de la agrupación terrorista.
Más aún, sin importar qué parte de la culpa le corresponda a Israel, eso tampoco explica la disfunción del Estado israelí. La Historia no tiene moraleja…
Lo que explica la disfunción de Israel, más que cualquier supuesta inmoralidad previa, es el populismo: hace muchos años que Israel es gobernada por un caudillo populista, Benjamin Netanyahu, un genio de las relaciones públicas, pero un incompetente primer ministro. Netanyahu siempre ha puesto su interés personal por encima de los de la nación, y construyó su carrera política dividiendo al país para ponerlo contra sí mismo. Designó funcionarios en puestos claves de gobierno en base a su lealtad más que en sus capacidades, se adjudicó todos los éxitos sin hacerse cargo de ningún fracaso, y siempre pareció poco interesado en escuchar o decir la verdad.
Y la coalición que armó en diciembre de 2022 para seguir en el poder es por lejos la peor, una alianza de fanáticos mesiánicos y oportunistas desvergonzados, que hicieron caso omiso de los muchos problemas de Israel -incluido el deterioro de la situación de seguridad-, para abocarse a un insaciable acaparamiento de poder para ellos mismos. Con ese objetivo, adoptaron políticas en extremo divisivas, esparcieron ultrajantes teorías conspirativas sobre las instituciones del Estado que se oponían a sus políticas, y etiquetaron a las élites de funcionarios del carrera del país como “traidores del Estado Profundo”.
Al gobierno le advirtieron repetidamente sus propias fuerzas de seguridad y numerosos expertos independientes que sus políticas ponían en peligro a Israel y que erosionaban su poder de disuasión en un contexto de creciente amenaza externa. Cuando el jefe del Estado Mayor Conjunto pidió una reunión con Netanyahu para alertarlo sobre las repercusiones de sus políticas para la seguridad del país, el primer ministro se negó a recibirlo. Y cuando el ministro de Defensa, Yoav Gallant, igualmente se decidió a dar la voz de alarma, Netanyahu lo echó. Después tuvo que devolverle el cargo, pero solo por la indignación popular que desató su despido. Son actitudes como esas, repetidas a lo largo de los años, las que hicieron posible la calamidad actual de Israel.
Más allá de lo que cada uno piense sobre Israel y el conflicto palestino-israelí, la forma en que el populismo carcomió al Estado de Israel debería servir de advertencia para el resto de las democracias del mundo.
Israel todavía está a tiempo de rescatarse de una catástrofe. Su poderío militar es decisivamente superior al de Hamas y al de sus otros muchos enemigos. Además, la larga historia de sufrimiento del pueblo judío hoy ha unido a la nación. Las Fuerzas de Defensa de Israel y los organismos del Estado se están recuperando de su shock inicial, y la sociedad civil está más movilizada que nunca, para tapar los baches que dejó la ausencia del Estado. Los israelíes hacen fila durante horas para donar sangre, reciben en sus hogares a los refugiados de la zona de guerra, y donan comida, ropa y otros elementos esenciales.
En esta hora de necesidad, también hacemos un llamado a todos nuestros amigos del mundo para que no nos dejen solos. Es mucho lo que hay para criticar del comportamiento de Israel en el pasado. Ese pasado no puede cambiarse, pero esperemos que cuando hayamos derrotado a Hamas, los israelíes no solo exijamos que el actual gobierno se haga responsable, sino que también dejemos atrás las conspiraciones populistas y las fantasías mesiánicas, y que hagamos un esfuerzo honesto por cumplir los ideales fundacionales de Israel: democracia interna y paz con el mundo.
Yuval Noah Harari es el autor de “Sapiens: de animales a dioses” y “Homo Deus: breve historia del mañana” es profesor de historia en la Universidad Hebrea de Jerusalem.
Artículo original publicado en The Washington Post.
Traducción de Jaime Arrambide.
Opinión
Análisis: Mientras Israel lucha contra Irán, ¿dónde están los aliados terroristas de Teherán en su momento de necesidad?
Teherán desarrolló una red terrorista regional para aislarse de la guerra, pero ahora que está bajo ataque, Hezbollah y otros se sienten demasiado débiles o demasiado intimidados para unirse a la batalla.

Por Nurit Yohanan
Cuando Israel anunció la Operación «León Ascendente» en la madrugada del viernes, marcó la primera vez en más de 50 años que el país declaraba la guerra contra un Estado soberano, en lugar de contra una organización terrorista que opera desde territorio extranjero, Cisjordania o Gaza. Un número considerable de estas organizaciones a las que Israel se ha enfrentado a lo largo de los años fueron y son apoyadas, financiadas o incluso controladas directamente por Irán, el país que ahora se encuentra en la mira de Israel.
Desde la Revolución iraní, el régimen de Teherán ha invertido importantes esfuerzos en difundir su ideología entre las poblaciones chiítas de Medio Oriente, a la vez que ha construido una red de organizaciones terroristas en toda la región, incluyendo grupos suníes.
La Fuerza Quds, una unidad especial del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, se ha centrado en las últimas décadas en apoyar a estas organizaciones mediante ayuda financiera, el suministro de armas y municiones, e incluso entrenamiento, a veces realizado en territorio iraní.
Para Irán, la red terrorista era tanto una proyección de poder como un escudo: los grupos hostigaban continuamente a los dos mayores enemigos de la República Islámica, Estados Unidos e Israel, mientras que este se mantenía aislado de las represalias. Y la existencia de una liga de ejércitos de apoyo, listos para defenderse en caso de guerra, ayudó a disuadir cualquier idea occidental de invasión o cambio de régimen.
Después del 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó un ataque devastador contra Israel, desencadenando la guerra en Gaza, la amplitud del arsenal iraní quedó en evidencia, con grupos respaldados por Teherán, desde el Líbano hasta Yemen, atacando a Israel en lo que el entonces ministro de defensa israelí, Yoav Gallant, denominó una guerra de siete frentes.
Pero ahora que el poder de fuego de Israel se dirige contra el propio Irán, esos aliados desaparecen repentinamente. Algunos, como Hezbollah, se han visto gravemente debilitados por Israel debido a los intentos de respaldar a Hamás. Otros parecen haber sido convencidos por sus países anfitriones para mantenerse al margen de la lucha.
Irán se encuentra ahora en una posición sumamente inusual e incluso peligrosa, obligado a depender principalmente de su propio poder militar en territorio iraní. Hasta ahora, esto ha consistido principalmente en sucesivas rondas de misiles balísticos disparados por la fuerza aérea del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, que han causado gran destrucción, pero han hecho poco por debilitar la potencia de fuego de Israel.
Mientras tanto, Irán ha visto cómo su territorio se ha convertido en un campo de batalla al intentar hacer frente a los ataques israelíes desde Teherán hasta Tabriz, lo que representa una vulnerabilidad estratégica para un país que prefiere dejar que sus aliados hagan el trabajo sucio en territorio extranjero.
Hezbollah, en la cuerda floja
El apoyo de Irán a grupos terroristas en el extranjero se estima en miles de millones de dólares anuales provenientes de las arcas estatales. Esta ayuda ha continuado en los últimos años a pesar de la grave situación económica de Irán, que incluye una devaluación sostenida de la moneda y escasez de energía.
Una buena parte de ese dinero ha ido a parar al grupo terrorista libanés Hezbollah, el principal cliente de Irán.
Sin embargo, tras sufrir grandes pérdidas y una creciente oposición en el Líbano, ahora se encuentra gravemente debilitado y reacio a enfrentarse a Israel.
Hezbollah, fundado en 1983 con el respaldo de Irán, ha sido durante las últimas dos décadas la principal herramienta militar de Irán contra Israel, armado con misiles de largo alcance e incluso armas guiadas de precisión.
Sin embargo, desde que Israel comenzó a atacar dentro de Irán el viernes, lo único que ha lanzado Hezbollah han sido palabras. Esta moderación es aparentemente una consecuencia directa de su guerra con Israel, durante la cual el grupo lanzó ataques casi diarios contra Israel desde octubre de 2023 hasta que acordó un alto el fuego en noviembre de 2024.
En los últimos seis meses de la guerra, y en particular a partir de septiembre, el grupo sufrió importantes reveses militares. Casi todo su alto mando fue eliminado por Israel, incluyendo al líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah.
Justo antes, los ataques israelíes con buscapersonas y walkie-talkies explosivos causaron daños físicos y psicológicos generalizados entre las fuerzas terrestres del grupo. Unas 4.000 personas resultaron heridas en la operación encubierta, según informes libaneses, la gran mayoría de ellas miembros de Hezbollah.
El otrora formidable arsenal de misiles del grupo parece haberse agotado o destruido en gran medida, y Siria ya no es una ruta conveniente para el contrabando.
En octubre de 2024, las Fuerzas de Defensa de Israel estimaron que Hezbollah conservaba menos del 30 por ciento de su potencia de fuego anterior a la guerra.
Incluso después de la firma del alto el fuego, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han continuado sus operaciones regularmente en el Líbano, atacando a operativos de Hezbollah, principalmente en el sur del país. Israel ha atacado edificios en el distrito de Dahiyeh, en Beirut, en dos ocasiones, donde se encuentran plantas de fabricación y almacenamiento de drones, según las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).
Como resultado, Hezbollah se encuentra significativamente debilitado y su capacidad para representar una amenaza para Israel es mucho menor. La organización también se enfrenta a una creciente presión política interna, mientras el país aún se recupera de los fuertes ataques israelíes dirigidos a poner fin a los ataques de Hezbollah.
En los últimos seis meses, dos de los tres principales puestos de liderazgo del Líbano han sido ocupados por figuras consideradas «anti-Hezbollah», entre ellas el primer ministro Nawaf Salam y el presidente Joseph Aoun. Ambos han declarado su intención de desarmar a Hezbollah y afirman que la decisión de ir a la guerra debe recaer en el Estado.
En un discurso reciente con motivo de los primeros 100 días de su gobierno, Salam señaló que el Ejército libanés había desmantelado más de 500 depósitos de armas en el sur del país. Si bien no especificó a quién pertenecían, se cree que eran de Hezbollah
El viernes, horas después del inicio de la operación israelí, Hezbollah emitió un extenso comunicado condenando enérgicamente los ataques israelíes contra Irán, afirmando que Israel “solo entiende el lenguaje de la muerte, el fuego y la destrucción”.
El comunicado no mencionó si respondería ni cuándo, pero un funcionario de Hezbollah declaró a Reuters ese mismo día que el grupo no tomaría represalias por los ataques en Irán.
Las milicias iraquíes ceden ante la presión
Desde la invasión estadounidense de Irak en 2003, Irán ha reforzado las milicias proiraníes y chiítas en el país para profundizar su influencia. Estos grupos atacaron principalmente a Estados Unidos, pero también apuntaron sus armas contra Israel después del 7 de octubre.
La creciente presión interna y externa ha paralizado estas operaciones.
Desde 2014, las milicias en Irak han operado bajo una organización paraguas conocida como las Fuerzas de Movilización Popular, disparando misiles contra las tropas estadounidenses estacionadas en la región y combatiendo al grupo terrorista Estado Islámico cuando esta organización yihadista tomó el control de partes de Irak.
Sin embargo, desde el 7 de octubre, las milicias también han participado en la guerra regional en múltiples frentes contra Israel, aparentemente con el respaldo de Irán. A lo largo de 2023 y 2024, lanzaron drones hacia Israel, principalmente contra los Altos del Golán y, en una ocasión, contra Eilat, al tiempo que atacaban bases estadounidenses en Irak. En octubre de 2024, dos soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel murieron en un ataque con drones lanzado por milicias proiraníes en el norte de los Altos del Golán.
Sin embargo, incluso antes del segundo alto el fuego entre Israel y Hamás en diciembre de 2024, las milicias proiraníes de Irak acordaron detener los ataques contra Estados Unidos e Israel.
Fuente: Times of Israel
Opinión
Israel-Irán: Democracia bajo fuego, dictadura al desnudo

Por Ariel B. Goldgewicht
¿Qué sucede cuando una democracia liberal enfrenta a una dictadura fundamentalista?
No estamos ante una guerra convencional, sino ante un choque de civilizaciones: entre quienes santifican la vida y quienes anhelan la muerte. La guerra entre Israel y el régimen iraní ‘ denominada ´León Ascendente´, no empezó esta semana, pero ahora ha alcanzado un nivel nuevo, un punto de no retorno.
Desde la Revolución Islámica de 1979, Irán ha declarado abiertamente su hostilidad hacia Israel. Durante décadas, ha dirigido esta guerra por medio de terceros (Proxy) el eje chiita: Hezbollah en Líbano, Hamás en Gaza, los hutíes en Yemen, milicias en Siria e Irak, entre otros. Irán ha sido el gran arquitecto del terrorismo moderno en el Medio Oriente, financiado con las inconmensurables riquezas de su petróleo. Su régimen de dictadura absoluta, liderado por los ayatolás, ha sido cómplice de atentados desde Buenos Aires hasta Beirut, dejando una estela de sangre y caos.
Hoy, sin embargo, algo ha cambiado. Por primera vez en la historia, Israel ha atacado directamente a Teherán. ¿Por qué ahora?
La respuesta está en una conjunción de factores. La caída de Hamás y la Yihad Islámica en Gaza, el debilitamiento de Hezbollah en el norte, la caída del régimen de Assad en Siria, el retroceso de los hutíes en Yemen: todos son frentes que el régimen iraní consideraba parte de su estrategia regional de expansión y dominación. Y todos han sido golpeados con fuerza por Israel en los últimos meses.
A esto se suma la presión internacional, el estancamiento ruso en Ucrania —que limita el apoyo logístico de Moscú a Teherán—, y el regreso de una política exterior estadounidense menos indulgente con Irán. La reciente advertencia del Presidente Trump, que impuso un plazo de 60 días para frenar el programa nuclear iraní, coincidió con el momento en que Israel decidió actuar: al día 61, los ataques comenzaron.
Israel no está reaccionando por impulsos ni venganza. Está respondiendo a una amenaza existencial. Porque si el 7 de octubre vimos de lo que es capaz un grupo terrorista armado con cohetes y fusiles, imaginemos lo que podría ocurrir si Irán —un régimen que ejecuta homosexuales, encarcela mujeres por no cubrirse la cabeza, y asesina opositores sin juicio— accediera a armas nucleares. Esa es la línea roja.
En estas horas, Israel vive bajo amenaza constante. El espacio aéreo cerrado, el sistema educativo paralizado, cientos de miles de ciudadanos atrapados fuera del país o confinados en refugios. El Domo de Hierro protege, pero no es infalible. Con un 95% de efectividad, basta una pequeña brecha para que un misil balístico impacte y cause destrucción. Ya lo hemos visto: muertos, heridos y un país en vilo. Pero, imagínese ¿y si esos misiles llevarán cabezas nucleares?
A pesar de todo, Israel no responde con barbarie. Tiene superioridad militar absoluta sobre los cielos de Irán, pero no ataca civiles. Ataca centrifugadoras nucleares, bases militares, centros de comando. Mientras el régimen iraní lanza misiles sobre poblaciones israelíes, Israel busca evitar víctimas inocentes. Porque los ciudadanos iraníes no son enemigos: son rehenes de una teocracia que lleva décadas reprimiéndolos. En esta guerra buscamos aniquilar el proyecto nuclear, pero los ciudadanos civiles inocentes de irán tiene otras esperanzas de este conflicto. Ellos esperan libertad.
En Irán, hoy se cuentan chistes oscuros: “Nadie sabe dónde está el ayatolá!!, excepto Israel”. Y no es sólo humor negro: es símbolo de un régimen que tiembla. La resistencia israelí no busca cambiar el régimen, ni interferir en la autodeterminación de los pueblos. Su único objetivo es impedir que un régimen fundamentalista con aspiraciones mesiánicas tenga capacidad nuclear.
Durante más de dos décadas, Irán ha invertido en cuatro pilares esenciales:
1. Desarrollo nuclear
2. Expansión militar y terrorista del eje chiita
3. Represión social interna —especialmente contra mujeres—
4. Hostilidad contra Israel
Muy poco en salud pública, ni educación, ni infraestructura. Un Estado que produce petróleo como si fuera agua, pero cuyas ciudades sufren apagones diarios, escasez de agua potable y servicios básicos. Toda su riqueza, volcada a la represión y la destrucción con el objetivo principal de consolidar su poder a la fuerza.
Lo que vemos hoy es el colapso de esa estrategia. Un castillo de naipes que se derrumba desde dentro. Como el viejo proverbio del efecto mariposa, la ola de terror del 7 de octubre encendió una cadena de reacciones que ha llevado a la desestabilización de todos los brazos armados de Irán en la región. Aún falta mucho para el final, y el sufrimiento no ha terminado, pero cuando caiga el telón, el mundo podría ser un lugar más seguro. Especialmente para los pueblos que hoy viven oprimidos por dictaduras fundamentalistas.
En pleno siglo XXI, no hay lugar para los extremismos. La historia ha demostrado —y está claro— que cuando las democracias se unen, pueden frenar incluso a las peores amenazas. Que no haya que esperar otro 7 de octubre para despertar. El momento de elegir entre luz y oscuridad, entre libertad y opresión, es ahora.
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