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Opinión

La emotiva ceremonia de la Casa Blanca comienza a relegitimar una pequeña y preciosa palabra: Paz. Por David Horovitz*

Agencia AJN.- 26 años después del tratado entre Israel y Jordania, toda una generación de israelíes y árabes es testigo de algo que simplemente nunca había visto antes.

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Agencia AJN.- «En toda la historia de Israel, sólo ha habido anteriormente dos acuerdos de este tipo. Ahora hemos logrado dos en un solo mes. Y hay más por seguir», dijo el Presidente de los Estados Unidos Donald Trump cerca del comienzo de sus declaraciones ante las cientos de personas que asistieron a la ceremonia en la Casa Blanca, y a un número incalculable de personas en todo el mundo, viendo el martes como Israel establecía relaciones simultáneamente con los Emiratos Árabes Unidos y con Bahrein.

Nuestro primer acuerdo de paz, que ha hecho temblar la tierra, se produjo en 1979, cuando el Presidente de Egipto, Anwar Sadat, tras restaurar el respeto de su país por sí mismo en la guerra de 1973 después la humillación que sufrió en 1967 con la Guerra de los Seis Días, hizo añicos tres décadas de intransigente hostilidad árabe hacia el hecho mismo de la existencia de Israel firmando los Acuerdos de Camp David con el primer ministro israelí Menachem Begin.

Y entonces llegó… nada.

Israel había querido creer que después de Egipto, las puertas de la normalización se abrirían. En cambio, Egipto fue boicoteado por el resto del mundo árabe por su crimen de legitimar a Israel, y Sadat fue pronto abatido a tiros.

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Los Acuerdos de Camp David firmados en 1979 por Menachem Beguin (derecha), el norteamericano Jimmy Carter (centro) y el egipcio Anwar Sadat (izquierda).

Sólo 15 años más tarde, en 1994, el Rey Hussein de Jordania se atrevió a convertirse en nuestro segundo socio de paz pleno, liberado para reconocer públicamente su alianza oculta con Israel, luego de que el primer ministro Itzjak Rabin prometiera tratar de resolver el conflicto palestino y estrechara cautelosamente la mano de Yasser Arafat en el césped de la Casa Blanca un año antes.

Y entonces llegó… nada. Nada, esta vez, durante un cuarto de siglo completo.

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El Rey Hussein de Jordania (derecha) con Bill Clinton (centro) e Itzjak Rabin (izquierda).

Hasta la «doble boda» del martes.

Y así, cuando Trump señaló que estaba supervisando la duplicación de toda la historia de alianzas de paz de Israel, también le estaba diciendo a toda una generación de israelíes y de árabes – una generación que simplemente nunca antes ha sido testigo de tal ceremonia – que, sí, la paz israelí-árabe es realmente posible. Puede lograrse aquí y ahora. No es algo que haya sucedido un par de veces hace mucho tiempo y luego se haya congelado, volviéndose una remota chance sólo para los soñadores.

Y es de esperar que no sea algo que, después de haberse logrado ostensiblemente, se desintegre en conflictos y derramamiento de sangre, como fue el caso del «proceso de paz» israelí-palestino y el estratégico ataque terrorista palestino de la Segunda Intifada.

Por una vez, «dejemos de lado todo cinismo», dijo el Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, en su discurso. Y durante unas pocas horas, en medio de una pandemia, e incluso cuando Hamas trató de estropear el espectáculo con el lanzamiento de cohetes desde Gaza, todo lo relacionado con la ceremonia nos animó a hacer precisamente eso.

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Lo que Netanyahu llamó «el pulso de la historia» fue tangible en la calidez de las interacciones separadas entre Trump, los dos ministros de Relaciones Exteriores de los países del Golfo, y Netanyahu que precedieron al evento principal. Si la ampliación del círculo de la paz del martes fue insuficiente, Trump garantizó a Netanyahu que «cinco o seis» otros estados están esperando en la fila. «Francamente, podríamos haberlos tenido aquí hoy», dijo, pero eso habría sido una falta de respeto a los Emiratos Árabes Unidos, que habían mostrado el valor de ser el primero, y a Bahrein, que había estado tan decidido a unirse a la fiesta.

«El pulso de la historia» también fue tangible en el contenido de todos los discursos de los dirigentes – sus compromisos individuales declarados con una paz genuina y duradera entre nuestros pueblos – y en la sinceridad y calidez con que formularon sus observaciones. Fue tangible en los momentos poco notorios, como cuando el ministro de Relaciones Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos, Abdullah Al Nahyan, tras completar su discurso, se dirigió a donde estaba Netanyahu y, con la atención centrada en otra parte, se sonrieron e intercambiaron algunas palabras.

O cuando todo el mundo -y especialmente la alegre estrella del espectáculo Al Nahyan- se rió de buena gana de las complejidades logísticas que inevitablemente surgen cuando dos o cuatro dirigentes firman y/o son testigos de tres acuerdos.

Si el tratado de paz de Egipto con Israel fue el primer paso vital hacia la aceptación del renacimiento del Israel moderno en la antigua patria de los judíos, la ceremonia del martes puede llegar a significar nuestra tardía aceptación por parte de aquellos más lejanos que, como señaló Trump, durante décadas se han alimentado de mentiras y falsedades sobre Israel, y especialmente de la aparente intolerancia religiosa.

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Los palestinos siguen ausentes, por supuesto, guiados en la Ribera Occidental por el Presidente Mahmoud Abbas en lo que parece ser una alianza cada vez más profunda con los terroristas de Hamas que gobiernan Gaza. Aún así, el presidente de los Estados Unidos que negoció estos acuerdos sigue siendo insistentemente optimista en que, como dijo a la prensa durante su sesión en el Despacho Oval con Netanyahu, «en el momento adecuado, ellos también se unirán».

«Estamos aquí esta tarde para cambiar el curso de la historia», dijo Trump al principio de su discurso. «Después de décadas de división y conflicto, marcamos el amanecer de un nuevo Medio Oriente», continuó, y «gracias al gran coraje de los líderes de estos tres países, damos un gran paso hacia un futuro en el que las personas de todos los credos y orígenes vivan juntos en paz y prosperidad».

Trump presentó estas alucinantes afirmaciones en tonos que eran casi reales. Estos nuevos aliados de la paz «van a trabajar juntos; son amigos», dijo, como si esto fuera lo más normal del mundo.

Pero para toda una generación, 26 años después de que cualquiera de nosotros viera algo parecido, la ceremonia del martes fue todo menos normal. Fue, más bien, sin precedentes, sorprendente y alentadora. Por una vez en el torturado contexto de Israel y el conflicto árabe, fue un placer dejar todo el cinismo a un lado.

Después de 26 años, la ceremonia del martes relegitimó tentativamente esa pequeña y preciosa palabra: Paz.

*editor fundador de The Times of Israel.

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The New York Times | El nuevo negacionismo de la violación

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Leo Correa/Associated Press

Agencia AJN.- (Por Bret Stephens – The New York Times -NYT-) «El 7 de octubre, Hamás invadió Israel y se filmó cometiendo decenas de atrocidades contra los derechos humanos. Algunas de las imágenes fueron capturadas más tarde por el ejército israelí y proyectadas a cientos de periodistas, entre los que estaba yo’’. El ‘‘sadismo puro y depredador», como lo describió el escritor de Atlantic Graeme Wood, no tiene fondo.

Sin embargo, Hamás niega que sus hombres agredieran sexualmente a israelíes y califica las acusaciones de «mentiras y calumnias contra los palestinos y su resistencia». Y los ‘‘aliados’’ de Hamás en Occidente, la mayoría de ellos autodenominados progresistas, repiten como loros ese negacionismo ante las pruebas contundentes y profundamente investigadas de violaciones generalizadas, documentadas más recientemente en un informe de Naciones Unidas publicado este lunes.

La pregunta interesante es, ¿por qué? ¿Por qué se niegan a creer que Hamás, que masacraba niños en sus camas, tomaba ancianas como rehenes e incineraba familias en sus casas, sea capaz de eso?

Llegaré a eso punto en breve, pero antes vale la pena analizar las formas que adopta este negacionismo. Un método consiste en reconocer, como decía un artículo reciente, que «es posible que se produjeran agresiones sexuales el 7 de octubre», pero nadie demostró realmente que formaran parte de un patrón organizado. Otro consiste en plantear dudas sobre diversos detalles de las historias para sugerir que si hay un solo error, o un testigo cuyo testimonio es incoherente, todo el relato debe ser también falso y deshonesto. Una tercera es tratar cualquier cosa que diga un israelí como intrínsecamente sospechosa.

Y, por último, está la cuestión de que apenas hay testigos de las agresiones. ¿Dónde están las mujeres supuestamente violadas? ¿Por qué no hablan?

La respuesta a esta última pregunta es la más sombría: En su inmensa mayoría, las mujeres que podrían haber hablado están muertas, por la sencilla razón de que cualquier israelí que se acercara lo suficiente a un terrorista como para ser violada estaba lo suficientemente cerca como para ser asesinada. En cuanto a la credibilidad de los testigos israelíes, ¿quién más, aparte de los primeros intervinientes que se encontraron con las víctimas de primera mano, debería ser entrevistado y citado por cualquiera que investigue esto? En los tribunales misóginos de Irán, el testimonio legal de una mujer vale la mitad que el de un hombre. En los rincones de la izquierda que odian a Israel, el valor de los testigos israelíes parece ser aún menor.

Pero son los dos primeros tipos de negacionismo los que en cierto modo resultan más chocantes, porque también son los más hipócritas.

¿No fueron los progresistas quienes, durante la saga de Brett Kavanaugh, subrayaron que las discrepancias ocasionales en la memoria de sucesos traumáticos son absolutamente normales? ¿Y desde cuándo los progresistas insisten en que la carga de la prueba para demostrar un patrón de agresión sexual recae en las víctimas, la mayoría de cuyas voces fueron, en este caso, silenciadas para siempre?

Que rápido pasa la extrema izquierda de «creer a las mujeres» a «creer a Hamás» cuando cambia la identidad de la víctima. Si, Dios no lo quiera, una banda de Proud Boys descendiera sobre Los Ángeles para llevar a cabo el tipo de atrocidades que Hamás llevó a cabo en las comunidades israelíes, estoy bastante seguro de que nadie en la izquierda dedicaría ningún tipo de energía a intentar descubrir quién fue violado, y mucho menos cómo o cuándo.

Es en este clima ideológico cuando nos llega el informe de la ONU. En cierto modo es un hito, aunque sólo sea porque la ONU nunca simpatiza con el Estado judío y fue escandalosamente lenta incluso en darse cuenta de las primeras pruebas de agresiones sexuales. Para cualquiera que mantenga una mente razonablemente abierta pero siga teniendo dudas, el informe señala, entre otros detalles, «al menos dos incidentes de violación de cadáveres de mujeres», «cuerpos encontrados desnudos y/o atados, y en un caso amordazados», e «información clara y convincente de que se produjeron actos de violencia sexual, incluidas violaciones, torturas sexualizadas y tratos crueles, inhumanos y degradantes contra algunas mujeres y niños» durante su estancia como rehenes».

Eso debería ser más que suficiente, pero no lo será. Un amplio y creciente rincón de Occidente se niega a aceptar que la guerra de Israel en Gaza sea una respuesta al mal, o que los israelíes puedan ser víctimas de algún modo. Perturba la narrativa de la guerra en Gaza como un caso de fuertes contra débiles, los colonos y colonialistas israelíes contra víctimas justas e indígenas.

Los críticos honestos de las políticas de Israel pueden plantear serias objeciones al mismo tiempo que reconocen con franqueza las horribles circunstancias que pusieron en marcha esas políticas. Lo que vemos en cambio son críticas deshonestas, que cuestionan deshonestamente esas circunstancias para poder apuntar a la existencia del propio Israel.

La gente seria debería saber en qué consistía la antigua versión del negacionismo antisemita: un flujo constante de minucias fácticas, inversiones lógicas, argumentos falsos presentados de manera sutil, retóricas destinadas a ofuscar y negar el mayor crimen de la historia. También deberían entender el objetivo: al negar las atrocidades del pasado, allanaron el camino para las siguientes. Los actuales negacionistas de las violaciones no son mejores que sus antepasados.

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Opinión

Hamás construyó túneles bajo la casa de mi familia en Gaza. Ahora está en ruinas

Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, normalizó la violencia y la militarización en Gaza, eliminando las posibilidades de un Estado palestino, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana por los sucesivos gobiernos israelíes que se opusieron.

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Soldados salen el 7 de enero de 2024 de un túnel que Hamás habría utilizado el 7 de octubre para atacar Israel a través del paso fronterizo de Erez, en el norte de Gaza. Noam Galai-Getty Images

Agencia AJN.- (Por Jehad Al-Saftawi – TIME) Pasaron siete años desde que me escapé de mi asediada ciudad de Gaza y vine a Estados Unidos. El Día de Acción de Gracias, mi madre me envió una foto de un árbol caído de cuatro metros en el sur de la Franja, donde mi familia se refugió estas últimas semanas. Diez de mis familiares están de pie sobre la calle, rodeando el árbol, y uno de ellos está cortando sus ramas. Es imposible conseguir gas para cocinar y este árbol es ahora la leña que les permitirá preparar su próxima comida.

Desde los atroces ataques de Hamás a Israel del 7 de octubre -que dejaron unos 1.200 muertos, la mayor matanza masiva de judíos en un solo día desde el Holocausto-, los sistemas que abastecen de alimentos, agua y medicinas a Gaza están en urgente declive mientras Israel lleva a cabo su continuo bombardeo de la Franja como respuesta. Desde entonces murieron al menos 27.000 palestinos, miles de ellos al parecer combatientes de Hamás, y unos 1,7 millones de los 2,3 millones de habitantes de Gaza se vieron desplazados, junto con decenas de miles de israelíes por el continuo lanzamiento de cohetes de Hezbollah en el sur de Líbano. Gran parte de la Franja quedó reducida a escombros. Pero la sensación de desorden y emergencia que reina hoy en el enclave costero se remonta mucho más atrás en el tiempo.

Desde la violenta toma de Gaza de Hamás en 2007, las concurridas y hermosas calles que yo conocía están dominadas por el caos terrorista. Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, Hamás normalizó la violencia y la militarización en todos los aspectos de la vida pública y privada de la Franja. En el proceso, eliminaron las posibilidades de un Estado palestino próspero junto a Israel, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana en medio de sucesivos gobiernos israelíes que trabajaban en contra de ello.

Vivimos en departamento de la familia de mi padre Imad y ahorramos dinero durante casi 18 años hasta que pudimos construir nuestra propia casa en el norte de Gaza. La primera señal de que Hamás estaba construyendo túneles bajo nuestra casa llegó en julio de 2013, mientras se realizaba la construcción. El que pronto sería nuestro nuevo vecino, Um Yazid Salha, se contactó con mi madre Saadia para preguntarle por qué mi hermano Hamza y yo siempre veníamos a la obra después de medianoche.

La obra, de dos plantas, estaba rodeada por un muro y dos puertas. Pero nosotros estábamos todas las noches en el departamento de la familia de mi padre, donde se cierra la puerta con llave a las 10 de la noche. «Nadie entra ni sale después de las 10», le dijo mi madre a Um Yazid.

Al día siguiente fui a la obra con mi madre y Hamza. Tras mirar rápidamente, no encontramos nada raro. Pero cuando examinamos la obra con mayor atención, encontramos varias losas de hormigón abajo de la escalera interior, cada una de unos 2,5 metros de largo. También encontramos una zona con tierra recién removida a la derecha de nuestra casa y del muro que la rodeaba.

Mi hermano Hamza y yo cavamos en esa tierra mientras nuestra madre miraba. Pronto nos encontramos con una puerta de metal cerrada con un candado. No teníamos ni idea de lo que era ni de por qué estaba allí. Hamza y yo volvimos a cubrir rápidamente la zona con tierra y fuimos directamente a la casa de nuestro vecino.

Antes de nuestra visita, Um Yazid nos contó que algunas noches miraba por las ventanas de su edificio de cuatro plantas hacia el muro que rodeaba nuestra casa y veía la llegada de una camioneta. La gente salía del vehículo y colgaba una lona para ocultar lo que estaban haciendo. Um Yazid escuchaba ruidos de carga y descarga y sentía vibraciones de excavación procedentes del terreno vacío que había detrás de nuestra casa. Sospechaba que alguien estaba cavando un túnel.

Al día siguiente de inspeccionar la casa, Um Yazid llamó para decirnos que los hombres habían regresado por la noche. Mi madre no quería que fuera, pero me vestí y fui solo a la casa inacabada. Cuando llegué a la puerta de hierro de la casa, empecé a escuchar el movimiento de las personas que estaban adentro. Toqué la puerta y una persona enmascarada abrió y me pidió que retrocediera un poco. Luego la cerró y me preguntó quién era yo. Desafiante, le dije que era el dueño de la casa. «¿Quién es usted?», le pregunté.

Encontrarnos con hombres enmascarados es algo a lo que estamos acostumbrados en diferentes aspectos de la vida de Gaza. Discutimos. Le dije que mi tío, que era miembro de Hamás y fiscal en su gobierno, les impediría construir un túnel. El hombre de la máscara insistió en que seguirían como querían. Me dijo que no debía tener miedo y que sólo sería una pequeña habitación cerrada que permanecería enterrada bajo tierra. Nadie podría entrar ni salir. Además, me dijo que sólo en el caso de una invasión terrestre israelí en esta zona y el desplazamiento de los residentes se utilizarían estas habitaciones para suministrar armas.

«No queremos vivir encima de un depósito de armas», le dije, justo antes de que me obligara a retirarme.

Las obras continuaron y Um Yazid siguió informándonos de la actividad nocturna. Hamza y yo, que la visitábamos cada pocas semanas, siempre encontrábamos la misma puerta. Nunca estábamos seguros de lo que podíamos hacer o de lo que realmente ocurría detrás de ella. Nuestro tío nos aseguraba que no teníamos nada que temer.

En febrero de 2014 me casé y dejé la casa de mi familia. Ese mismo año, mi madre, Hamza, y mis dos hermanas pequeñas se mudaron a la casa recién terminada. Antes de que lo hicieran, Hamza y yo volvimos a cavar y esta vez no encontramos más que un metro de arena y luego una gran losa de cemento. La cubrimos, creyendo que por fin habían cerrado la «habitación» por insistencia de nuestro tío.

En los años transcurridos desde entonces, mi familia o sus vecinos escuchaban ruidos o movimientos de vez en cuando. A veces se preguntaban si realmente había túneles, si estaban activos. Mi familia tenía demasiado miedo para hablar de esto con alguien, así que era nuestro secreto. Era vergonzoso, aunque sabíamos que nos oponíamos profundamente a lo que Hamás hubiera hecho al otro lado de aquella losa de cemento.

Cuando algo no se dice durante tanto tiempo, empieza a parecer imposible que la verdad llegue a saberse. Siempre esperé que llegara un momento en el que a mi familia y a otras personas como nosotros se les permitiera hablar de esos túneles, de la peligrosa vida que Hamás impuso a los gazatíes. Ahora que estoy decidido a hablar abiertamente de ello, no sé si ni siquiera importa.

Mi familia fue evacuada al sur poco después del 7 de octubre. Meses después, recibimos fotos de nuestra casa y nuestro barrio, ambos en ruinas. Quizá nunca sepa si la casa fue destruida por los ataques israelíes o por los combates entre Hamás e Israel. Pero el resultado es el mismo. Nuestra casa, y demasiadas de nuestra comunidad, fueron arrasadas junto a una historia y unos recuerdos de valor incalculable.

Y este es el legado de Hamás. Empezaron a destruir la casa de mi familia en 2013 cuando construyeron túneles bajo ella. Siguieron amenazando nuestra seguridad durante una década: siempre supimos que podríamos tener que desalojarla en cualquier momento. Siempre temimos la violencia. Los gazatíes merecen un verdadero gobierno palestino que apoye los intereses de sus ciudadanos, no terroristas que lleven a cabo sus propios planes. Hamás no está luchando contra Israel. Están destruyendo Gaza.

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