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Opinión: ¿Por qué Irlanda odia a Israel?

El antisemitismo subyacente es sólo una parte de la explicación de la hostilidad irlandesa. Ver el conflicto árabe-israelí únicamente a través de una mirada distorsionada es otra.

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Editorial publicada por Mark Regev en The Jerusalem Post.

Agencia AJN.- Las relaciones entre Dublín y Jerusalem no son especialmente buenas. De todos los Estados miembros de la Unión Europea, Irlanda es probablemente uno de los más críticos/hostiles hacia Israel. Y si esto cambia, probablemente lo hará para peor. Los sondeos muestran que el Sinn Féin, que se encuentra actualmente en la oposición, es probable que aumente su representación en el próximo parlamento, lo que aumenta las posibilidades de que forme parte del gobierno y determine la política exterior de Irlanda.

Se podría esperar que existiera una amistad natural entre la República de Irlanda y el Estado de Israel, ya que ambos son democracias occidentales nacidas en luchas no muy distintas por la independencia.

En la década de 1940, Yitzhak Shamir, que más tarde se convertiría en el séptimo primer ministro de Israel, era un líder del clandestino Lehi (el Grupo Stern) y fue calificado de terrorista por los británicos. Shamir, inspirado por la insurrección armada tras la Primera Guerra Mundial que condujo a la creación del Estado Libre Irlandés, eligió el nombre de Michael como su nombre de guerra, en honor a Michael Collins, del Ejército de la República Irlandesa.

Pero no sólo los judíos sentían afinidad hacia los irlandeses; el sentimiento era mutuo. En marzo de 1945, un escritor de la influyente revista The Bell de Dublín escribió: «Que no se olvide nunca que el pueblo irlandés… ha experimentado todo lo que el pueblo judío de Palestina está sufriendo a causa de los ‘matones’ entrenados, los ‘tarzanes’ armados y los ‘terroristas’ británicos que el poder del Mandato ha impuesto en el país».

En 1950, tras la independencia de Israel, el ministro irlandés de Asuntos Exteriores, Seán MacBride, escribió a su homólogo israelí, Moshe Sharett, que «Irlanda e Israel son naciones antiguas y al mismo tiempo nuevos estados que han alcanzado la libertad tras una larga y dura lucha».

Ese mismo año, la figura republicana preeminente de la Irlanda del siglo XX, Eamon de Valera, entonces líder de la oposición, se convirtió en uno de los primeros estadistas internacionales en visitar el recién nacido Estado judío, cenando en Jerusalem con el primer ministro israelí David Ben-Gurión (en la casa del abuelo del actual presidente Herzog).

Un cínico podría argumentar que la visita de Valera estaba destinada a expiar los pecados del pasado. Bajo su liderazgo, Irlanda se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra Mundial. Tras el suicidio de Hitler en mayo de 1945, y después de las liberaciones aliadas de Buchenwald y Bergen-Belsen en abril, que generaron noticias en todo el mundo sobre el Holocausto, de Valera visitó no obstante la misión diplomática alemana en Dublín para dar el pésame por el fallecimiento del führer. La neutralidad de Irlanda no le obligaba a hacerlo.

En el momento de la visita de Valera a Jerusalem, las relaciones anglo-israelíes aún sufrían la dura acritud que caracterizó el final del Mandato. A Ben-Gurión le preocupaba la intervención militar británica contra Israel en favor de los árabes, que ya se había producido a pequeña escala durante la Guerra de la Independencia de Israel. Sin duda, De Valera estaba encantado de abrazar a un compañero víctima de la «pérfida Albión».

Algunos ven las raíces de la actual antipatía irlandesa por Israel en el tradicional antisemitismo de la Iglesia. El catolicismo ha sido una parte integral de la identidad nacionalista irlandesa, y sólo en la década de 1960 el Concilio Vaticano II absolvió formalmente a los judíos de la culpabilidad en la crucifixión y el antisemitismo teológico que la acompañaba.

En la Irlanda actual la Iglesia ha perdido gran parte de su influencia anterior; se aprobaron referendos con amplias mayorías que permitieron el matrimonio entre personas del mismo sexo (2015) y la derogación de la prohibición constitucional del aborto (2018). Pero la experiencia europea demuestra que la secularización no significa necesariamente que el antisemitismo se disipe; este odio más antiguo simplemente se metamorfosea desde un enfoque de deicidio a sus manifestaciones más modernas.

Una encuesta de 2014 de la ADL sobre el antisemitismo en Irlanda descubrió que el 52% de la población estaba de acuerdo con la afirmación de que «los judíos son más leales a Israel que a este país», el 30% de que «los judíos siguen hablando demasiado de lo que les ocurrió en el Holocausto», el 28% de que «los judíos tienen demasiado poder en el mundo de los negocios», el 27% de que «los judíos se creen mejores que otras personas», el 25% de que «a los judíos no les importa lo que le ocurra a nadie más que a los de su propia religión» y el 21% de que «los judíos tienen demasiado control sobre los asuntos mundiales».

En 2021, el Instituto de Estudios de Seguridad Nacional (INSS) y la Agencia Judía copatrocinaron un informe sobre el antisemitismo europeo. El capítulo sobre Irlanda documentó observaciones extremas contra Israel por parte de parlamentarios irlandeses que revelan un claro fanatismo antijudío, incluido el uso del peyorativo «nazi» al describir al Estado judío, el llamamiento a la destrucción de Israel y la propagación de teorías conspirativas como la de la supuesta responsabilidad del Mossad en la derrota de Jeremy Corbyn en las elecciones británicas de 2019.

El pugnaz movimiento de boicot a Israel en Irlanda acosa activamente a cualquier institución que tenga la temeridad de acoger a figuras culturales israelíes. El resultado: Los artistas, actores, músicos y bailarines de Israel simplemente no son bienvenidos en la república; los ciudadanos de ningún otro país se enfrentan a una discriminación tan sistemática y abierta. (Al parecer, los israelíes son recibidos con más cariño en el Golfo Pérsico que en la Isla Esmeralda).

Sin embargo, el antisemitismo subyacente es sólo una parte de la explicación de la hostilidad irlandesa. Ver el conflicto árabe-israelí únicamente a través de una mirada distorsionada es otra.

Todos los países entienden a Israel a través de su propio prisma nacional. En Estados Unidos resuena con fuerza la idea de una sociedad libre fundada por inmigrantes que huyen de la persecución. Ese ethos puede crear una empatía instintiva con el Estado judío.

En cambio, en gran parte de Europa Occidental la culpa poscolonial es omnipresente. Si los detractores de Israel logran retratar a este país como un implante colonialista, el sentimiento antiisraelí es natural.

En la República de Irlanda, la experiencia histórica irlandesa se traslada en reiteradas ocasiones de forma irreflexiva e incorrecta al conflicto árabe-israelí: los israelíes parecen condenados a desempeñar el papel de los nefastos británicos ocupantes, los palestinos el de los virtuosos irlandeses que luchan por su independencia. Toda evidencia que contradiga esta narrativa simplista se considera superflua, nublada por el paradigma erróneo todopoderoso.

Una vez de vacaciones en Dublín, me uní al «Tour a pie de la Rebelión de 1916». Nuestro grupo siguió los pasos del Alzamiento de Pascua, y el guía estaba deseoso de que no sólo domináramos los hechos, sino que reconociéramos la justicia intrínseca de la lucha de Irlanda por la libertad. La visita parecía estar compuesta en su mayoría por irlandeses estadounidenses, irlandeses canadienses e irlandeses australianos, todos ellos orgullosos de sus raíces familiares y deseosos de reforzar su conexión con la patria.

Esperemos que la opinión pública irlandesa acabe siendo capaz de aceptar que los judíos también tienen derecho a estar justificadamente orgullosos de su herencia y su renacimiento nacional. Si no es así, para acabar con la antipatía de Irlanda puede ser necesario que surja una resistencia sionista que vuelva a volar las comisarías de policía británicas (afortunadamente, no va a ocurrir pronto).

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The New York Times | El nuevo negacionismo de la violación

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Leo Correa/Associated Press

Agencia AJN.- (Por Bret Stephens – The New York Times -NYT-) «El 7 de octubre, Hamás invadió Israel y se filmó cometiendo decenas de atrocidades contra los derechos humanos. Algunas de las imágenes fueron capturadas más tarde por el ejército israelí y proyectadas a cientos de periodistas, entre los que estaba yo’’. El ‘‘sadismo puro y depredador», como lo describió el escritor de Atlantic Graeme Wood, no tiene fondo.

Sin embargo, Hamás niega que sus hombres agredieran sexualmente a israelíes y califica las acusaciones de «mentiras y calumnias contra los palestinos y su resistencia». Y los ‘‘aliados’’ de Hamás en Occidente, la mayoría de ellos autodenominados progresistas, repiten como loros ese negacionismo ante las pruebas contundentes y profundamente investigadas de violaciones generalizadas, documentadas más recientemente en un informe de Naciones Unidas publicado este lunes.

La pregunta interesante es, ¿por qué? ¿Por qué se niegan a creer que Hamás, que masacraba niños en sus camas, tomaba ancianas como rehenes e incineraba familias en sus casas, sea capaz de eso?

Llegaré a eso punto en breve, pero antes vale la pena analizar las formas que adopta este negacionismo. Un método consiste en reconocer, como decía un artículo reciente, que «es posible que se produjeran agresiones sexuales el 7 de octubre», pero nadie demostró realmente que formaran parte de un patrón organizado. Otro consiste en plantear dudas sobre diversos detalles de las historias para sugerir que si hay un solo error, o un testigo cuyo testimonio es incoherente, todo el relato debe ser también falso y deshonesto. Una tercera es tratar cualquier cosa que diga un israelí como intrínsecamente sospechosa.

Y, por último, está la cuestión de que apenas hay testigos de las agresiones. ¿Dónde están las mujeres supuestamente violadas? ¿Por qué no hablan?

La respuesta a esta última pregunta es la más sombría: En su inmensa mayoría, las mujeres que podrían haber hablado están muertas, por la sencilla razón de que cualquier israelí que se acercara lo suficiente a un terrorista como para ser violada estaba lo suficientemente cerca como para ser asesinada. En cuanto a la credibilidad de los testigos israelíes, ¿quién más, aparte de los primeros intervinientes que se encontraron con las víctimas de primera mano, debería ser entrevistado y citado por cualquiera que investigue esto? En los tribunales misóginos de Irán, el testimonio legal de una mujer vale la mitad que el de un hombre. En los rincones de la izquierda que odian a Israel, el valor de los testigos israelíes parece ser aún menor.

Pero son los dos primeros tipos de negacionismo los que en cierto modo resultan más chocantes, porque también son los más hipócritas.

¿No fueron los progresistas quienes, durante la saga de Brett Kavanaugh, subrayaron que las discrepancias ocasionales en la memoria de sucesos traumáticos son absolutamente normales? ¿Y desde cuándo los progresistas insisten en que la carga de la prueba para demostrar un patrón de agresión sexual recae en las víctimas, la mayoría de cuyas voces fueron, en este caso, silenciadas para siempre?

Que rápido pasa la extrema izquierda de «creer a las mujeres» a «creer a Hamás» cuando cambia la identidad de la víctima. Si, Dios no lo quiera, una banda de Proud Boys descendiera sobre Los Ángeles para llevar a cabo el tipo de atrocidades que Hamás llevó a cabo en las comunidades israelíes, estoy bastante seguro de que nadie en la izquierda dedicaría ningún tipo de energía a intentar descubrir quién fue violado, y mucho menos cómo o cuándo.

Es en este clima ideológico cuando nos llega el informe de la ONU. En cierto modo es un hito, aunque sólo sea porque la ONU nunca simpatiza con el Estado judío y fue escandalosamente lenta incluso en darse cuenta de las primeras pruebas de agresiones sexuales. Para cualquiera que mantenga una mente razonablemente abierta pero siga teniendo dudas, el informe señala, entre otros detalles, «al menos dos incidentes de violación de cadáveres de mujeres», «cuerpos encontrados desnudos y/o atados, y en un caso amordazados», e «información clara y convincente de que se produjeron actos de violencia sexual, incluidas violaciones, torturas sexualizadas y tratos crueles, inhumanos y degradantes contra algunas mujeres y niños» durante su estancia como rehenes».

Eso debería ser más que suficiente, pero no lo será. Un amplio y creciente rincón de Occidente se niega a aceptar que la guerra de Israel en Gaza sea una respuesta al mal, o que los israelíes puedan ser víctimas de algún modo. Perturba la narrativa de la guerra en Gaza como un caso de fuertes contra débiles, los colonos y colonialistas israelíes contra víctimas justas e indígenas.

Los críticos honestos de las políticas de Israel pueden plantear serias objeciones al mismo tiempo que reconocen con franqueza las horribles circunstancias que pusieron en marcha esas políticas. Lo que vemos en cambio son críticas deshonestas, que cuestionan deshonestamente esas circunstancias para poder apuntar a la existencia del propio Israel.

La gente seria debería saber en qué consistía la antigua versión del negacionismo antisemita: un flujo constante de minucias fácticas, inversiones lógicas, argumentos falsos presentados de manera sutil, retóricas destinadas a ofuscar y negar el mayor crimen de la historia. También deberían entender el objetivo: al negar las atrocidades del pasado, allanaron el camino para las siguientes. Los actuales negacionistas de las violaciones no son mejores que sus antepasados.

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Hamás construyó túneles bajo la casa de mi familia en Gaza. Ahora está en ruinas

Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, normalizó la violencia y la militarización en Gaza, eliminando las posibilidades de un Estado palestino, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana por los sucesivos gobiernos israelíes que se opusieron.

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Soldados salen el 7 de enero de 2024 de un túnel que Hamás habría utilizado el 7 de octubre para atacar Israel a través del paso fronterizo de Erez, en el norte de Gaza. Noam Galai-Getty Images

Agencia AJN.- (Por Jehad Al-Saftawi – TIME) Pasaron siete años desde que me escapé de mi asediada ciudad de Gaza y vine a Estados Unidos. El Día de Acción de Gracias, mi madre me envió una foto de un árbol caído de cuatro metros en el sur de la Franja, donde mi familia se refugió estas últimas semanas. Diez de mis familiares están de pie sobre la calle, rodeando el árbol, y uno de ellos está cortando sus ramas. Es imposible conseguir gas para cocinar y este árbol es ahora la leña que les permitirá preparar su próxima comida.

Desde los atroces ataques de Hamás a Israel del 7 de octubre -que dejaron unos 1.200 muertos, la mayor matanza masiva de judíos en un solo día desde el Holocausto-, los sistemas que abastecen de alimentos, agua y medicinas a Gaza están en urgente declive mientras Israel lleva a cabo su continuo bombardeo de la Franja como respuesta. Desde entonces murieron al menos 27.000 palestinos, miles de ellos al parecer combatientes de Hamás, y unos 1,7 millones de los 2,3 millones de habitantes de Gaza se vieron desplazados, junto con decenas de miles de israelíes por el continuo lanzamiento de cohetes de Hezbollah en el sur de Líbano. Gran parte de la Franja quedó reducida a escombros. Pero la sensación de desorden y emergencia que reina hoy en el enclave costero se remonta mucho más atrás en el tiempo.

Desde la violenta toma de Gaza de Hamás en 2007, las concurridas y hermosas calles que yo conocía están dominadas por el caos terrorista. Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, Hamás normalizó la violencia y la militarización en todos los aspectos de la vida pública y privada de la Franja. En el proceso, eliminaron las posibilidades de un Estado palestino próspero junto a Israel, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana en medio de sucesivos gobiernos israelíes que trabajaban en contra de ello.

Vivimos en departamento de la familia de mi padre Imad y ahorramos dinero durante casi 18 años hasta que pudimos construir nuestra propia casa en el norte de Gaza. La primera señal de que Hamás estaba construyendo túneles bajo nuestra casa llegó en julio de 2013, mientras se realizaba la construcción. El que pronto sería nuestro nuevo vecino, Um Yazid Salha, se contactó con mi madre Saadia para preguntarle por qué mi hermano Hamza y yo siempre veníamos a la obra después de medianoche.

La obra, de dos plantas, estaba rodeada por un muro y dos puertas. Pero nosotros estábamos todas las noches en el departamento de la familia de mi padre, donde se cierra la puerta con llave a las 10 de la noche. «Nadie entra ni sale después de las 10», le dijo mi madre a Um Yazid.

Al día siguiente fui a la obra con mi madre y Hamza. Tras mirar rápidamente, no encontramos nada raro. Pero cuando examinamos la obra con mayor atención, encontramos varias losas de hormigón abajo de la escalera interior, cada una de unos 2,5 metros de largo. También encontramos una zona con tierra recién removida a la derecha de nuestra casa y del muro que la rodeaba.

Mi hermano Hamza y yo cavamos en esa tierra mientras nuestra madre miraba. Pronto nos encontramos con una puerta de metal cerrada con un candado. No teníamos ni idea de lo que era ni de por qué estaba allí. Hamza y yo volvimos a cubrir rápidamente la zona con tierra y fuimos directamente a la casa de nuestro vecino.

Antes de nuestra visita, Um Yazid nos contó que algunas noches miraba por las ventanas de su edificio de cuatro plantas hacia el muro que rodeaba nuestra casa y veía la llegada de una camioneta. La gente salía del vehículo y colgaba una lona para ocultar lo que estaban haciendo. Um Yazid escuchaba ruidos de carga y descarga y sentía vibraciones de excavación procedentes del terreno vacío que había detrás de nuestra casa. Sospechaba que alguien estaba cavando un túnel.

Al día siguiente de inspeccionar la casa, Um Yazid llamó para decirnos que los hombres habían regresado por la noche. Mi madre no quería que fuera, pero me vestí y fui solo a la casa inacabada. Cuando llegué a la puerta de hierro de la casa, empecé a escuchar el movimiento de las personas que estaban adentro. Toqué la puerta y una persona enmascarada abrió y me pidió que retrocediera un poco. Luego la cerró y me preguntó quién era yo. Desafiante, le dije que era el dueño de la casa. «¿Quién es usted?», le pregunté.

Encontrarnos con hombres enmascarados es algo a lo que estamos acostumbrados en diferentes aspectos de la vida de Gaza. Discutimos. Le dije que mi tío, que era miembro de Hamás y fiscal en su gobierno, les impediría construir un túnel. El hombre de la máscara insistió en que seguirían como querían. Me dijo que no debía tener miedo y que sólo sería una pequeña habitación cerrada que permanecería enterrada bajo tierra. Nadie podría entrar ni salir. Además, me dijo que sólo en el caso de una invasión terrestre israelí en esta zona y el desplazamiento de los residentes se utilizarían estas habitaciones para suministrar armas.

«No queremos vivir encima de un depósito de armas», le dije, justo antes de que me obligara a retirarme.

Las obras continuaron y Um Yazid siguió informándonos de la actividad nocturna. Hamza y yo, que la visitábamos cada pocas semanas, siempre encontrábamos la misma puerta. Nunca estábamos seguros de lo que podíamos hacer o de lo que realmente ocurría detrás de ella. Nuestro tío nos aseguraba que no teníamos nada que temer.

En febrero de 2014 me casé y dejé la casa de mi familia. Ese mismo año, mi madre, Hamza, y mis dos hermanas pequeñas se mudaron a la casa recién terminada. Antes de que lo hicieran, Hamza y yo volvimos a cavar y esta vez no encontramos más que un metro de arena y luego una gran losa de cemento. La cubrimos, creyendo que por fin habían cerrado la «habitación» por insistencia de nuestro tío.

En los años transcurridos desde entonces, mi familia o sus vecinos escuchaban ruidos o movimientos de vez en cuando. A veces se preguntaban si realmente había túneles, si estaban activos. Mi familia tenía demasiado miedo para hablar de esto con alguien, así que era nuestro secreto. Era vergonzoso, aunque sabíamos que nos oponíamos profundamente a lo que Hamás hubiera hecho al otro lado de aquella losa de cemento.

Cuando algo no se dice durante tanto tiempo, empieza a parecer imposible que la verdad llegue a saberse. Siempre esperé que llegara un momento en el que a mi familia y a otras personas como nosotros se les permitiera hablar de esos túneles, de la peligrosa vida que Hamás impuso a los gazatíes. Ahora que estoy decidido a hablar abiertamente de ello, no sé si ni siquiera importa.

Mi familia fue evacuada al sur poco después del 7 de octubre. Meses después, recibimos fotos de nuestra casa y nuestro barrio, ambos en ruinas. Quizá nunca sepa si la casa fue destruida por los ataques israelíes o por los combates entre Hamás e Israel. Pero el resultado es el mismo. Nuestra casa, y demasiadas de nuestra comunidad, fueron arrasadas junto a una historia y unos recuerdos de valor incalculable.

Y este es el legado de Hamás. Empezaron a destruir la casa de mi familia en 2013 cuando construyeron túneles bajo ella. Siguieron amenazando nuestra seguridad durante una década: siempre supimos que podríamos tener que desalojarla en cualquier momento. Siempre temimos la violencia. Los gazatíes merecen un verdadero gobierno palestino que apoye los intereses de sus ciudadanos, no terroristas que lleven a cabo sus propios planes. Hamás no está luchando contra Israel. Están destruyendo Gaza.

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