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Opinión: »Don’t cry for me Israel» (No llores por mi Israel)

Hasta hoy nuestros jueces de la Corte pueden decidir si una decisión del gobierno es contraria al principio de razonabilidad o sensatez. Hoy nuestros políticos quieren anular este principio. Ellos quieren decidir si algo es razonable o no. La mayoría de un nuevo gobierno no puede destruir lo que se logró construir desde 1948 y violar los derechos de la minoría.

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Por León Amiras*. (Especial para la Agencia AJN):

Recuerdo perfectamente ese día hace exactamente 35 años atrás, cuando me despedí de mis padres, Alberto y Clara Amiras, Z”L, para venir a vivir a estas tierras, y estudiar un Master en leyes constitucionales en la Universidad Hebrea de Jerusalem. Ese era mi sueño, las constituciones son el resultado de largas luchas socio políticas y yo soñaba con ser parte de esto.

Extrañaba mi Argentina, y mas de una vez, al escuchar en un bar, frente al Mar Mediterráneo, tomando un café, la melodía de, Don’t cry for me Argentina”, sentía una profunda tristeza al pensar que mi país nunca logró salir de esas crisis interminables de corrupción e injusticia.

Luego de estudiar muchos años el derecho Constitucional de Argentina en la Universidad Nacional de Córdoba, me sentía orgulloso de poder venir a Jerusalem para aprender y dar mi granito de arena en el fortalecimiento de las leyes constitucionales de Israel, como jurista judío, argentino e israelí.

Recuerdo mi primera impresión al comparar ambos sistemas. En Argentina y otros países de Latinoamérica las leyes y las constituciones existen, pero no se cumplen. Se acatan, pero están ahí, sin vida.

En Israel, con pocas leyes básicas, la Declaración de la Independencia y el trabajo de la Corte Suprema lograba en esos días proteger a sus ciudadanos y, de a poco, construir un sistema jurídico brillante, que hoy tiene solo 75 años de existencia.

Recuerdo siempre por ejemplo el Derecho al Trabajo, que en las constituciones latinoamericanas es algo teórico que no se cumple, lo mismo ocurre con el derecho de igualdad ante la ley, o el derecho a la libertad, tópicos destruidos mas de una vez ante golpes de estado, crisis económicas terribles y corrupción sin límites.

Israel me parecía diferente. Sus jueces, la oralidad del proceso y la informalidad israelí, sus fiscales, la policía de Israel, el respeto a la ley, la división de poderes, y fenómenos políticos que renunciaban al otro día, cuando eran sospechosos de delitos, incluso faltas fiscales simples como tener una cuenta en el exterior o dar un beso sin permiso a su secretaria.

Una armonía envidiable. Siempre le contaba a mis profesores y amigos de Latinoamérica que en Israel las leyes y el sistema funcionaban tan bien. Me encantaba darles copias de decisiones históricas de la Corte Suprema de Israel, firmadas por los jueces, Aharon Barak, o Meir Shamgar, sobre el derecho de las minorías, de las mujeres a servir como pilotos de aviones en el ejército,  o sobre cómo el Poder Ejecutivo no puede hacer lo que quiere, sin respetar principios básicos de un constitución viviente, no escrita, pero muy respetada.

Hasta que llegaron los días de este nuevo gobierno, y hoy tengo ganas de llorar nuevamente ante un estado, al borde de un precipicio político-jurídico-social. Esta vez, por Israel, el país que yo elegí para vivir y formar mi familia y criar a mis hijos.

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León Amiras durante un discurso.

Decenas de miles de israelíes ancianos, mujeres y niños, salieron a manifestarse para proteger  a nuestra democracia y nuestro sistema judicial.

Abogados, hombres de negocios, médicos, militares, maestros, economistas, miembros del servicio secreto, laicos, religiosos, pobres y millonarios, judíos, árabes o cristianos salieron a gritar, para frenar la locura de aniquilar el sueño de todos nosotros: tener un país libre, democrático y ejemplo entre las naciones.

El actual gobierno impulsado por factores muy extremistas de pequeños partidos, presentó un proyecto de revolución judicial, y para muchos de destrucción del sistema democrático.

Estos cambios son una amenaza real a la naturaleza democrática y liberal de Israel.

Y de manera muy general:

Cambios radicales sobre la función del asesor judicial de Gobierno, del fiscal general, de los asesores jurídicos de todos los ministerios del gobierno, y lo más trágico, quitarle a la Corte suprema de Justicia la posibilidad de intervenir ante violaciones de los principios básicos de ley por parte del gobierno o de la Knesset, el Parlamento.

Hasta hoy la Corte Suprema de Justicia de Israel puede anular toda ley legislada por el parlamento si es contraria a las 14  leyes básicas. (Por ejemplo, la ley de Dignidad humana y libertad, la ley de Libertad de ocupación, la ley de tierras de Israel, etc.) Sin embargo, el actual proyecto de reforma judicial presentado por el oficialismo quiere quitarle a la corte esta facultad, o en caso de que la corte decida anular una ley contraria a nuestros principios, permitir al parlamento volver a legislar otra nueva ley, algo así como un ping pong ilógico en el cual el Parlamento y el Poder Ejecutivo, que es quien tiene la mayoría, se queda con la última palabra.

Hasta hoy nuestros jueces de la Corte pueden decidir si una decisión del gobierno es contraria al principio de razonabilidad o sensatez (Ilat hasbirut).

Hoy nuestros políticos quieren anular este principio. Ellos quieren decidir si algo es razonable o no.

Como dijo Menahem Begin: ”Existen jueces en Jerusalem”, y yo confío en ellos, en su lógica, buena fe y sensatez. Algunos son religiosos, otros laicos, algunos de derecha y otros de izquierda, pero todos son hombres de bien que pueden salvar nuestra democracia de aquellos que quieren destruirla. Respeto la democracia y la mayoría, pero no confió en políticos que cumplieron penas por corrupción, otros que están siendo juzgados por delitos muy graves, o muchos que no pagan impuestos y jamás sirvieron en el Ejercito de Defensa de Israel.

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¿Ellos quieren desplazar a nuestros jueces?

La mayoría de un nuevo gobierno no puede destruir lo que se logró construir desde 1948 y violar los derechos de la minoría.

Y para peor, el proyecto quiere cambiar el sistema de elección de los jueces, dejar afuera al Colegio de Abogados de Israel y poner a políticos en el comité de nombramiento. Así como decía el Martin Fierro, ‘‘Hacete amigo del juez’’, o mejor aún, nombrá a tu amigo como juez.

Y esto no se termina acá, el proyecto también intenta cambiar la edad de jubilación de los jueces, para poder jubilarlos más temprano. Además, se presentó una ley para cerrar el Colegio de Abogados de Israel y transformarlo en un departamento estatal.

No podemos olvidarnos de otros proyectos de este gobierno, como el de atacar los nombramientos en la Biblioteca Nacional, cerrar radios y  canales de TV, mezclar religión con política y leyes., y por ejemplo, legislar leyes personales, para que un ministro condenado y expulsado por sentencia pueda volver al cargo de ministro, y decenas de decisiones que transforman a Israel en Hungría, Polonia, o dictaduras carentes de vergüenza.

Como pasa en todo el mundo, el sistema jurídico en Israel no es ideal, necesita cambios y se pueden llevar a cabo reformas judiciales, o modificaciones constitucionales por medio de un estudio profundo de la situación, intentando llegar a un consenso político social, invitando a todos los factores de Israel e incluso de la diáspora, para discutir de qué manera llegamos a una especie de asamblea general constituyente, a decisiones lógicas e inteligentes para que Israel no cambie su rumbo de la democracia a la dictadura.

Si esta reforma sigue adelante por la fuerza, y la Corte Suprema la declara ilegal-anticonstitucional, algunos miembros del gobierno están diciendo que sacarán una ley nueva para formar un Tribunal Constitucional, con nuevos jueces, que estén por arriba de la Corte Suprema. Esto sería trágico.

El pueblo de Israel es muy celoso de su democracia, que casi deja de lado sus temores ante el peligro de una guerra con Irán, el conflicto con los palestinos y el terror de los atentados, para salir a manifestarse con banderas a favor de la libertad.

El pueblo del libro, Am ha Sefer, no permitirá que un gobierno de turno en unos meses decida el futuro de nuestra generación y de las generaciones venideras. Israel no pertenece a la derecha o a la izquierda, a los laicos o a los religiosos. Israel es parte de nosotros y nos costó sangre y sudor lograr lo que se logró en tan poco tiempo.

Dont cry for me Israel, the truth is I never left you…No llores por mi Israel, la verdad es que nunca te dejé, ni te dejaré, esta es mi casa y la de mi pueblo.

 

 

*:León Amiras es vicepresidente del Colegio de Abogados de Israel y ex presidente de la Organización Latinoamericana, España y Portugal en Israel (OLEI).

 

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The New York Times | El nuevo negacionismo de la violación

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Leo Correa/Associated Press

Agencia AJN.- (Por Bret Stephens – The New York Times -NYT-) «El 7 de octubre, Hamás invadió Israel y se filmó cometiendo decenas de atrocidades contra los derechos humanos. Algunas de las imágenes fueron capturadas más tarde por el ejército israelí y proyectadas a cientos de periodistas, entre los que estaba yo’’. El ‘‘sadismo puro y depredador», como lo describió el escritor de Atlantic Graeme Wood, no tiene fondo.

Sin embargo, Hamás niega que sus hombres agredieran sexualmente a israelíes y califica las acusaciones de «mentiras y calumnias contra los palestinos y su resistencia». Y los ‘‘aliados’’ de Hamás en Occidente, la mayoría de ellos autodenominados progresistas, repiten como loros ese negacionismo ante las pruebas contundentes y profundamente investigadas de violaciones generalizadas, documentadas más recientemente en un informe de Naciones Unidas publicado este lunes.

La pregunta interesante es, ¿por qué? ¿Por qué se niegan a creer que Hamás, que masacraba niños en sus camas, tomaba ancianas como rehenes e incineraba familias en sus casas, sea capaz de eso?

Llegaré a eso punto en breve, pero antes vale la pena analizar las formas que adopta este negacionismo. Un método consiste en reconocer, como decía un artículo reciente, que «es posible que se produjeran agresiones sexuales el 7 de octubre», pero nadie demostró realmente que formaran parte de un patrón organizado. Otro consiste en plantear dudas sobre diversos detalles de las historias para sugerir que si hay un solo error, o un testigo cuyo testimonio es incoherente, todo el relato debe ser también falso y deshonesto. Una tercera es tratar cualquier cosa que diga un israelí como intrínsecamente sospechosa.

Y, por último, está la cuestión de que apenas hay testigos de las agresiones. ¿Dónde están las mujeres supuestamente violadas? ¿Por qué no hablan?

La respuesta a esta última pregunta es la más sombría: En su inmensa mayoría, las mujeres que podrían haber hablado están muertas, por la sencilla razón de que cualquier israelí que se acercara lo suficiente a un terrorista como para ser violada estaba lo suficientemente cerca como para ser asesinada. En cuanto a la credibilidad de los testigos israelíes, ¿quién más, aparte de los primeros intervinientes que se encontraron con las víctimas de primera mano, debería ser entrevistado y citado por cualquiera que investigue esto? En los tribunales misóginos de Irán, el testimonio legal de una mujer vale la mitad que el de un hombre. En los rincones de la izquierda que odian a Israel, el valor de los testigos israelíes parece ser aún menor.

Pero son los dos primeros tipos de negacionismo los que en cierto modo resultan más chocantes, porque también son los más hipócritas.

¿No fueron los progresistas quienes, durante la saga de Brett Kavanaugh, subrayaron que las discrepancias ocasionales en la memoria de sucesos traumáticos son absolutamente normales? ¿Y desde cuándo los progresistas insisten en que la carga de la prueba para demostrar un patrón de agresión sexual recae en las víctimas, la mayoría de cuyas voces fueron, en este caso, silenciadas para siempre?

Que rápido pasa la extrema izquierda de «creer a las mujeres» a «creer a Hamás» cuando cambia la identidad de la víctima. Si, Dios no lo quiera, una banda de Proud Boys descendiera sobre Los Ángeles para llevar a cabo el tipo de atrocidades que Hamás llevó a cabo en las comunidades israelíes, estoy bastante seguro de que nadie en la izquierda dedicaría ningún tipo de energía a intentar descubrir quién fue violado, y mucho menos cómo o cuándo.

Es en este clima ideológico cuando nos llega el informe de la ONU. En cierto modo es un hito, aunque sólo sea porque la ONU nunca simpatiza con el Estado judío y fue escandalosamente lenta incluso en darse cuenta de las primeras pruebas de agresiones sexuales. Para cualquiera que mantenga una mente razonablemente abierta pero siga teniendo dudas, el informe señala, entre otros detalles, «al menos dos incidentes de violación de cadáveres de mujeres», «cuerpos encontrados desnudos y/o atados, y en un caso amordazados», e «información clara y convincente de que se produjeron actos de violencia sexual, incluidas violaciones, torturas sexualizadas y tratos crueles, inhumanos y degradantes contra algunas mujeres y niños» durante su estancia como rehenes».

Eso debería ser más que suficiente, pero no lo será. Un amplio y creciente rincón de Occidente se niega a aceptar que la guerra de Israel en Gaza sea una respuesta al mal, o que los israelíes puedan ser víctimas de algún modo. Perturba la narrativa de la guerra en Gaza como un caso de fuertes contra débiles, los colonos y colonialistas israelíes contra víctimas justas e indígenas.

Los críticos honestos de las políticas de Israel pueden plantear serias objeciones al mismo tiempo que reconocen con franqueza las horribles circunstancias que pusieron en marcha esas políticas. Lo que vemos en cambio son críticas deshonestas, que cuestionan deshonestamente esas circunstancias para poder apuntar a la existencia del propio Israel.

La gente seria debería saber en qué consistía la antigua versión del negacionismo antisemita: un flujo constante de minucias fácticas, inversiones lógicas, argumentos falsos presentados de manera sutil, retóricas destinadas a ofuscar y negar el mayor crimen de la historia. También deberían entender el objetivo: al negar las atrocidades del pasado, allanaron el camino para las siguientes. Los actuales negacionistas de las violaciones no son mejores que sus antepasados.

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Hamás construyó túneles bajo la casa de mi familia en Gaza. Ahora está en ruinas

Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, normalizó la violencia y la militarización en Gaza, eliminando las posibilidades de un Estado palestino, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana por los sucesivos gobiernos israelíes que se opusieron.

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Soldados salen el 7 de enero de 2024 de un túnel que Hamás habría utilizado el 7 de octubre para atacar Israel a través del paso fronterizo de Erez, en el norte de Gaza. Noam Galai-Getty Images

Agencia AJN.- (Por Jehad Al-Saftawi – TIME) Pasaron siete años desde que me escapé de mi asediada ciudad de Gaza y vine a Estados Unidos. El Día de Acción de Gracias, mi madre me envió una foto de un árbol caído de cuatro metros en el sur de la Franja, donde mi familia se refugió estas últimas semanas. Diez de mis familiares están de pie sobre la calle, rodeando el árbol, y uno de ellos está cortando sus ramas. Es imposible conseguir gas para cocinar y este árbol es ahora la leña que les permitirá preparar su próxima comida.

Desde los atroces ataques de Hamás a Israel del 7 de octubre -que dejaron unos 1.200 muertos, la mayor matanza masiva de judíos en un solo día desde el Holocausto-, los sistemas que abastecen de alimentos, agua y medicinas a Gaza están en urgente declive mientras Israel lleva a cabo su continuo bombardeo de la Franja como respuesta. Desde entonces murieron al menos 27.000 palestinos, miles de ellos al parecer combatientes de Hamás, y unos 1,7 millones de los 2,3 millones de habitantes de Gaza se vieron desplazados, junto con decenas de miles de israelíes por el continuo lanzamiento de cohetes de Hezbollah en el sur de Líbano. Gran parte de la Franja quedó reducida a escombros. Pero la sensación de desorden y emergencia que reina hoy en el enclave costero se remonta mucho más atrás en el tiempo.

Desde la violenta toma de Gaza de Hamás en 2007, las concurridas y hermosas calles que yo conocía están dominadas por el caos terrorista. Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, Hamás normalizó la violencia y la militarización en todos los aspectos de la vida pública y privada de la Franja. En el proceso, eliminaron las posibilidades de un Estado palestino próspero junto a Israel, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana en medio de sucesivos gobiernos israelíes que trabajaban en contra de ello.

Vivimos en departamento de la familia de mi padre Imad y ahorramos dinero durante casi 18 años hasta que pudimos construir nuestra propia casa en el norte de Gaza. La primera señal de que Hamás estaba construyendo túneles bajo nuestra casa llegó en julio de 2013, mientras se realizaba la construcción. El que pronto sería nuestro nuevo vecino, Um Yazid Salha, se contactó con mi madre Saadia para preguntarle por qué mi hermano Hamza y yo siempre veníamos a la obra después de medianoche.

La obra, de dos plantas, estaba rodeada por un muro y dos puertas. Pero nosotros estábamos todas las noches en el departamento de la familia de mi padre, donde se cierra la puerta con llave a las 10 de la noche. «Nadie entra ni sale después de las 10», le dijo mi madre a Um Yazid.

Al día siguiente fui a la obra con mi madre y Hamza. Tras mirar rápidamente, no encontramos nada raro. Pero cuando examinamos la obra con mayor atención, encontramos varias losas de hormigón abajo de la escalera interior, cada una de unos 2,5 metros de largo. También encontramos una zona con tierra recién removida a la derecha de nuestra casa y del muro que la rodeaba.

Mi hermano Hamza y yo cavamos en esa tierra mientras nuestra madre miraba. Pronto nos encontramos con una puerta de metal cerrada con un candado. No teníamos ni idea de lo que era ni de por qué estaba allí. Hamza y yo volvimos a cubrir rápidamente la zona con tierra y fuimos directamente a la casa de nuestro vecino.

Antes de nuestra visita, Um Yazid nos contó que algunas noches miraba por las ventanas de su edificio de cuatro plantas hacia el muro que rodeaba nuestra casa y veía la llegada de una camioneta. La gente salía del vehículo y colgaba una lona para ocultar lo que estaban haciendo. Um Yazid escuchaba ruidos de carga y descarga y sentía vibraciones de excavación procedentes del terreno vacío que había detrás de nuestra casa. Sospechaba que alguien estaba cavando un túnel.

Al día siguiente de inspeccionar la casa, Um Yazid llamó para decirnos que los hombres habían regresado por la noche. Mi madre no quería que fuera, pero me vestí y fui solo a la casa inacabada. Cuando llegué a la puerta de hierro de la casa, empecé a escuchar el movimiento de las personas que estaban adentro. Toqué la puerta y una persona enmascarada abrió y me pidió que retrocediera un poco. Luego la cerró y me preguntó quién era yo. Desafiante, le dije que era el dueño de la casa. «¿Quién es usted?», le pregunté.

Encontrarnos con hombres enmascarados es algo a lo que estamos acostumbrados en diferentes aspectos de la vida de Gaza. Discutimos. Le dije que mi tío, que era miembro de Hamás y fiscal en su gobierno, les impediría construir un túnel. El hombre de la máscara insistió en que seguirían como querían. Me dijo que no debía tener miedo y que sólo sería una pequeña habitación cerrada que permanecería enterrada bajo tierra. Nadie podría entrar ni salir. Además, me dijo que sólo en el caso de una invasión terrestre israelí en esta zona y el desplazamiento de los residentes se utilizarían estas habitaciones para suministrar armas.

«No queremos vivir encima de un depósito de armas», le dije, justo antes de que me obligara a retirarme.

Las obras continuaron y Um Yazid siguió informándonos de la actividad nocturna. Hamza y yo, que la visitábamos cada pocas semanas, siempre encontrábamos la misma puerta. Nunca estábamos seguros de lo que podíamos hacer o de lo que realmente ocurría detrás de ella. Nuestro tío nos aseguraba que no teníamos nada que temer.

En febrero de 2014 me casé y dejé la casa de mi familia. Ese mismo año, mi madre, Hamza, y mis dos hermanas pequeñas se mudaron a la casa recién terminada. Antes de que lo hicieran, Hamza y yo volvimos a cavar y esta vez no encontramos más que un metro de arena y luego una gran losa de cemento. La cubrimos, creyendo que por fin habían cerrado la «habitación» por insistencia de nuestro tío.

En los años transcurridos desde entonces, mi familia o sus vecinos escuchaban ruidos o movimientos de vez en cuando. A veces se preguntaban si realmente había túneles, si estaban activos. Mi familia tenía demasiado miedo para hablar de esto con alguien, así que era nuestro secreto. Era vergonzoso, aunque sabíamos que nos oponíamos profundamente a lo que Hamás hubiera hecho al otro lado de aquella losa de cemento.

Cuando algo no se dice durante tanto tiempo, empieza a parecer imposible que la verdad llegue a saberse. Siempre esperé que llegara un momento en el que a mi familia y a otras personas como nosotros se les permitiera hablar de esos túneles, de la peligrosa vida que Hamás impuso a los gazatíes. Ahora que estoy decidido a hablar abiertamente de ello, no sé si ni siquiera importa.

Mi familia fue evacuada al sur poco después del 7 de octubre. Meses después, recibimos fotos de nuestra casa y nuestro barrio, ambos en ruinas. Quizá nunca sepa si la casa fue destruida por los ataques israelíes o por los combates entre Hamás e Israel. Pero el resultado es el mismo. Nuestra casa, y demasiadas de nuestra comunidad, fueron arrasadas junto a una historia y unos recuerdos de valor incalculable.

Y este es el legado de Hamás. Empezaron a destruir la casa de mi familia en 2013 cuando construyeron túneles bajo ella. Siguieron amenazando nuestra seguridad durante una década: siempre supimos que podríamos tener que desalojarla en cualquier momento. Siempre temimos la violencia. Los gazatíes merecen un verdadero gobierno palestino que apoye los intereses de sus ciudadanos, no terroristas que lleven a cabo sus propios planes. Hamás no está luchando contra Israel. Están destruyendo Gaza.

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