El Estado de Israel fue creado en 1948 sobre la base de una población diversa y heterogénea en términos religiosos, culturales y étnicos, un desafío de integración que todavía hoy, a 60 años, se mantiene vigente en cada decisión política, económica y militar.
Antiguos pobladores, sobrevivientes del Holocausto, inmigrantes europeos, y miembros de comunidades de países islámicos de África del Norte y Medio Oriente, fueron los primeros ciudadanos del Estado más desarrollado en la región, tanto por sus índices económicos como por su poderío militar.
Las diferentes oleadas de inmigrantes que arribaron a la "tierra prometida" provenientes de la Europa de los pogroms, del antisemitismo, y del metódico y feroz régimen nazi, sumados a los que llegaron desde países musulmanes, complejizaron y enriquecieron la conformación de un ser nacional israelí.
De los casi 7.300.000 israelíes que habitan hoy el país, el 75 por ciento son judíos, el 20 árabes, y apenas un 4,5 por ciento pertenece a otras minorías no clasificadas, según datos distribuidos por la Oficina Central de Estadísticas.
A pesar de ser mayoría, la población judía es en la actualidad tan heterogénea como en los tiempos de David Ben Gurion (líder sionista y primer mandatario del Estado hebreo), cuando se firmó el acta de la Independencia en la Palestina del Mandato Británico, aquel 14 de mayo.
Los primeros ciudadanos construyeron un país basado en una organización con ideología socialista a través de los kibbutzim, emprendimientos colectivos y comunales de trabajo compartido y voluntario que crearon un sentimiento de pertenencia nacional.
Los pequeños asentamientos (moshavim) se sumaron al espíritu comunitario de los kibbutzim, al tiempo que comenzaban a desarrollarse las grandes ciudades del país, centros de la investigación y el desarrollo tecnológico.
Desde entonces, nuevas oleadas de inmigrantes fortalecieron la existencia de un Estado delimitado por los conflictos bélicos con sus vecinos, pero dificultaron la integración ideológica y religiosa de las políticas públicas en un estado con diversidad de creencias pero sin separación de la política y la religión.
Las últimas dos décadas del siglo XX encontraron a Israel recibiendo inmigrantes procedentes, por un lado de la ex Unión Soviética y, por el otro, etíopes integrantes de una de las doce tribus "perdidas".
Provenientes de sociedades diferentes, estos nuevos inmigrantes -unos profesionales y con estudios, otros de países atrasados-, encontraron una vez más dificultades para asimilar las prácticas culturales e integrarse a la sociedad israelí.
La construcción de legitimidad se realizó entonces y a lo largo de los 60 años, mediante la fortaleza de una religión común, la expansión de valores sociales –especialmente difundidos en los kibbutzim-, la memoria histórica de un pasado compartido, y la cohesión nacional para enfrentar los desafíos bélicos derivados de su ubicación geográfica.
La conmemoración del 60º aniversario en medio de las duras negociaciones de paz con los palestinos y la oposición que enfrenta Ehud Olmert al interior de su gobierno, también son indicadores de las dificultades para construir consenso en una sociedad multicultural.
El desafío de cara al futuro para uno de los países con un sistema político altamente representativo y plural es mantener la capacidad de construir y desarrollar políticas legítimas, que permitan la sana y rica convivencia de la nación en una de las regiones más conflictivas de la tierra.
LM-GT