Opinión
El plan anti-inflacionario de Israel y la necesidad de la unidad nacional
En la década del 80, el laborismo y el Likud llevaron adelante un plan de estabilización que sentó las bases del estado moderno.

Por Mariano Caucino*
Acaso como consecuencia de las urgencias de la necesidad, en los años 80 los principales dirigentes políticos de Israel decidieron poner en marcha un plan anti-inflacionario que sentó las bases del estado moderno y pujante de nuestros días.
Corría el año 1984 cuando una elección prácticamente empatada determinó que los dos principales partidos políticos consiguieran un número casi equivalente de asientos en la Knesset (Parlamento) obligando a sus líderes a conformar un gobierno de unidad nacional.
Uniendo lo útil con lo conveniente, el laborismo y el Likud (derecha) decidieron un acuerdo de rotación en el cargo de Primer Ministro. Reservando las carteras clave de Defensa y Relaciones Exteriores para los jefes del partido político que no ocupaba la titularidad del gobierno.
Pero para entonces la economía estaba descontrolada. La inflación anualizada se acercaba a la escandalosa cifra de 400 por ciento. El déficit fiscal alcanzaba el quince por ciento del Producto Bruto y el país se asomaba peligrosamente al default de su deuda pública.
Las exigencias de la política exterior, la necesaria expansión de los gastos de defensa y la crisis energética de los años 70 habían determinado un exponencial aumento del peso del gasto público sobre el PBI.
La hora pondría a Shimon Peres frente a un desafío histórico. En el verano de ese año, el laborista había alcanzado el acuerdo de rotación por el cual serviría como premier durante la primera mitad del mandato de cuatro años y sería sucedido por quien hasta entonces había sido líder de la oposición en el último bienio.
Fue entonces cuando Peres y sus socios encontraron que la necesidad podía brindar una oportunidad de resolver el persistente drama económico del país. Un equipo de economistas liderados por quien sería gobernador del Banco de Israel (Banco Central), Michael Bruno, pondrían en marcha el llamado “Programa Económico de Estabilización”. El mismo contemplaba una drástica reducción del déficit fiscal a través de una decidida reducción de los subsidios, una devaluación de la moneda local (Shekel) de un 20 por ciento y un congelamiento de precios, salarios y la tasa de cambio. Una brusca elevación de la tasa de interés puso en riesgo la posibilidad de hundir al país en una profunda recesión y un aumento del desempleo.
El programa tenía todos los componentes como para ser altamente impopular. Pero Peres era un hábil negociador. Y mediante un acuerdo con la Histadrut (la mayor central obrera) lograría que los salarios se ajustaran de acuerdo con un sistema controlado de incrementos homologado con las metas de inflación.
Peres se garantizaría la asistencia fundamental del gobierno de los Estados Unidos. A la vez que la Administración Reagan firmaría en 1985 el primer acuerdo de libre comercio con Israel y vería con buenos ojos que un grupo de economistas norteamericanos -entre los que se destacaría Stanley Fischer- pasase a asesorar a su gobierno.
El momento decisivo tendría lugar el 1 de julio de 1985, cuando Peres empleó todo su poder de persuasión durante una interminable reunión de gabinete que se extendió durante casi veinte horas hasta lograr que los ministros aprobaran su ambicioso pero controvertido programa anti-inflacionario. Aquel día lograría que los propios ministros del Likud acompañaran su política. Uno de ellos era nada menos que quien sería su sucesor, Yitzhak Shamir, quien entonces ocupaba la cartera de Relaciones Exteriores.
El programa implicaba un paquete de medidas tendientes a recuperar la economía del país y que abrirían las puertas al Israel moderno de nuestros días, a través de un abandono de las rigideces del modelo colectivista cuasi-socialista de los los años 50 y 60. Una política no exenta de dificultades. Al extremo que entrañaba nada menos que adoptar la dolorosa medida de sacrificar el fomento a los tradicionales kibutz.
Un socialista como Peres había comprendido la gravedad de la situación. El alza de los precios se había espiralizado y se deslizaba peligrosamente a la hiperinflación. El déficit del gobierno debía ser reducido drásticamente. Cuatro de los cinco principales bancos del país habían sido nacionalizados y las reservas internacionales se acercaban a cero. El país necesitaba abandonar el intervencionismo estatal y desregular el funcionamiento de su economía.
El programa tendría un éxito extraordinario. En pocos meses la inflación se reduciría al 20 por ciento anual y el desempleo subiría pero en una proporción infinitamente menor a la esperada (poco más de un punto entre 1984 y 1986).
El triunfo de la política anti-inflacionaria terminaría de consolidarse cuando en 1986 Peres fue reemplazado por Shamir, en cumplimiento del acuerdo de rotación en el cargo de Primer Ministro. El líder del Likud había comprendido que la lucha contra la inflación debía tomarse como una política de Estado. En la década siguiente se ubicó por debajo del 10 por ciento. Y nunca más superó el cinco por ciento.
Stanley Fischer -quien luego sería titular del Banco Central israelí- explicó años más tarde que el programa israelí había tenido la audacia de combinar inteligentemente elementos ortodoxos y heterodoxos. Por caso, había reunido políticas fiscales de recortes de gastos con congelamientos de precios.
Casi cuatro décadas después de poner en marcha su programa de estabilización y crecimiento, Israel es hoy uno de los países más pujantes del mundo. Y pese a su reducida población y su difícil contexto geopolítico, se ha elevado entre las naciones más desarrolladas, dinámicas e innovadoras del mundo actual.
Cuando tuve el honor de servir a mi país como embajador en Israel durante el gobierno del Presidente Mauricio Macri pude comprobar el orgullo que la clase dirigente israelí tiene por la capacidad de encontrar acuerdos a pesar de las diferencias. Una habilidad frecuentemente alcanzada en las áreas cruciales del manejo económico y en materia de Defensa.
Mientras tanto, con dolor advierto cómo entre nosotros podemos estar tan lejos de ese espíritu de unidad ante la adversidad. Y cómo no podemos superar el triste espectáculo al que asistimos, en el que peleas y disputas por minúsculas motivaciones nos hunden día a día. A menudo fabricando problemas donde no los hay y atándonos irracionalmente al estancamiento y la postración.
De pronto atrapados por una pasión mal entendida que clausura la búsqueda de fórmulas de entendimiento para superar el dramático presente y revertir el camino de decadencia al que no podemos resignarnos.
*Especialista en relaciones internacionales. Ex embajador en Israel y Costa Rica.
Fuente: Infobae
Opinión
Análisis: Mientras Israel lucha contra Irán, ¿dónde están los aliados terroristas de Teherán en su momento de necesidad?
Teherán desarrolló una red terrorista regional para aislarse de la guerra, pero ahora que está bajo ataque, Hezbollah y otros se sienten demasiado débiles o demasiado intimidados para unirse a la batalla.

Por Nurit Yohanan
Cuando Israel anunció la Operación «León Ascendente» en la madrugada del viernes, marcó la primera vez en más de 50 años que el país declaraba la guerra contra un Estado soberano, en lugar de contra una organización terrorista que opera desde territorio extranjero, Cisjordania o Gaza. Un número considerable de estas organizaciones a las que Israel se ha enfrentado a lo largo de los años fueron y son apoyadas, financiadas o incluso controladas directamente por Irán, el país que ahora se encuentra en la mira de Israel.
Desde la Revolución iraní, el régimen de Teherán ha invertido importantes esfuerzos en difundir su ideología entre las poblaciones chiítas de Medio Oriente, a la vez que ha construido una red de organizaciones terroristas en toda la región, incluyendo grupos suníes.
La Fuerza Quds, una unidad especial del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, se ha centrado en las últimas décadas en apoyar a estas organizaciones mediante ayuda financiera, el suministro de armas y municiones, e incluso entrenamiento, a veces realizado en territorio iraní.
Para Irán, la red terrorista era tanto una proyección de poder como un escudo: los grupos hostigaban continuamente a los dos mayores enemigos de la República Islámica, Estados Unidos e Israel, mientras que este se mantenía aislado de las represalias. Y la existencia de una liga de ejércitos de apoyo, listos para defenderse en caso de guerra, ayudó a disuadir cualquier idea occidental de invasión o cambio de régimen.
Después del 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó un ataque devastador contra Israel, desencadenando la guerra en Gaza, la amplitud del arsenal iraní quedó en evidencia, con grupos respaldados por Teherán, desde el Líbano hasta Yemen, atacando a Israel en lo que el entonces ministro de defensa israelí, Yoav Gallant, denominó una guerra de siete frentes.
Pero ahora que el poder de fuego de Israel se dirige contra el propio Irán, esos aliados desaparecen repentinamente. Algunos, como Hezbollah, se han visto gravemente debilitados por Israel debido a los intentos de respaldar a Hamás. Otros parecen haber sido convencidos por sus países anfitriones para mantenerse al margen de la lucha.
Irán se encuentra ahora en una posición sumamente inusual e incluso peligrosa, obligado a depender principalmente de su propio poder militar en territorio iraní. Hasta ahora, esto ha consistido principalmente en sucesivas rondas de misiles balísticos disparados por la fuerza aérea del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, que han causado gran destrucción, pero han hecho poco por debilitar la potencia de fuego de Israel.
Mientras tanto, Irán ha visto cómo su territorio se ha convertido en un campo de batalla al intentar hacer frente a los ataques israelíes desde Teherán hasta Tabriz, lo que representa una vulnerabilidad estratégica para un país que prefiere dejar que sus aliados hagan el trabajo sucio en territorio extranjero.
Hezbollah, en la cuerda floja
El apoyo de Irán a grupos terroristas en el extranjero se estima en miles de millones de dólares anuales provenientes de las arcas estatales. Esta ayuda ha continuado en los últimos años a pesar de la grave situación económica de Irán, que incluye una devaluación sostenida de la moneda y escasez de energía.
Una buena parte de ese dinero ha ido a parar al grupo terrorista libanés Hezbollah, el principal cliente de Irán.
Sin embargo, tras sufrir grandes pérdidas y una creciente oposición en el Líbano, ahora se encuentra gravemente debilitado y reacio a enfrentarse a Israel.
Hezbollah, fundado en 1983 con el respaldo de Irán, ha sido durante las últimas dos décadas la principal herramienta militar de Irán contra Israel, armado con misiles de largo alcance e incluso armas guiadas de precisión.
Sin embargo, desde que Israel comenzó a atacar dentro de Irán el viernes, lo único que ha lanzado Hezbollah han sido palabras. Esta moderación es aparentemente una consecuencia directa de su guerra con Israel, durante la cual el grupo lanzó ataques casi diarios contra Israel desde octubre de 2023 hasta que acordó un alto el fuego en noviembre de 2024.
En los últimos seis meses de la guerra, y en particular a partir de septiembre, el grupo sufrió importantes reveses militares. Casi todo su alto mando fue eliminado por Israel, incluyendo al líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah.
Justo antes, los ataques israelíes con buscapersonas y walkie-talkies explosivos causaron daños físicos y psicológicos generalizados entre las fuerzas terrestres del grupo. Unas 4.000 personas resultaron heridas en la operación encubierta, según informes libaneses, la gran mayoría de ellas miembros de Hezbollah.
El otrora formidable arsenal de misiles del grupo parece haberse agotado o destruido en gran medida, y Siria ya no es una ruta conveniente para el contrabando.
En octubre de 2024, las Fuerzas de Defensa de Israel estimaron que Hezbollah conservaba menos del 30 por ciento de su potencia de fuego anterior a la guerra.
Incluso después de la firma del alto el fuego, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han continuado sus operaciones regularmente en el Líbano, atacando a operativos de Hezbollah, principalmente en el sur del país. Israel ha atacado edificios en el distrito de Dahiyeh, en Beirut, en dos ocasiones, donde se encuentran plantas de fabricación y almacenamiento de drones, según las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).
Como resultado, Hezbollah se encuentra significativamente debilitado y su capacidad para representar una amenaza para Israel es mucho menor. La organización también se enfrenta a una creciente presión política interna, mientras el país aún se recupera de los fuertes ataques israelíes dirigidos a poner fin a los ataques de Hezbollah.
En los últimos seis meses, dos de los tres principales puestos de liderazgo del Líbano han sido ocupados por figuras consideradas «anti-Hezbollah», entre ellas el primer ministro Nawaf Salam y el presidente Joseph Aoun. Ambos han declarado su intención de desarmar a Hezbollah y afirman que la decisión de ir a la guerra debe recaer en el Estado.
En un discurso reciente con motivo de los primeros 100 días de su gobierno, Salam señaló que el Ejército libanés había desmantelado más de 500 depósitos de armas en el sur del país. Si bien no especificó a quién pertenecían, se cree que eran de Hezbollah
El viernes, horas después del inicio de la operación israelí, Hezbollah emitió un extenso comunicado condenando enérgicamente los ataques israelíes contra Irán, afirmando que Israel “solo entiende el lenguaje de la muerte, el fuego y la destrucción”.
El comunicado no mencionó si respondería ni cuándo, pero un funcionario de Hezbollah declaró a Reuters ese mismo día que el grupo no tomaría represalias por los ataques en Irán.
Las milicias iraquíes ceden ante la presión
Desde la invasión estadounidense de Irak en 2003, Irán ha reforzado las milicias proiraníes y chiítas en el país para profundizar su influencia. Estos grupos atacaron principalmente a Estados Unidos, pero también apuntaron sus armas contra Israel después del 7 de octubre.
La creciente presión interna y externa ha paralizado estas operaciones.
Desde 2014, las milicias en Irak han operado bajo una organización paraguas conocida como las Fuerzas de Movilización Popular, disparando misiles contra las tropas estadounidenses estacionadas en la región y combatiendo al grupo terrorista Estado Islámico cuando esta organización yihadista tomó el control de partes de Irak.
Sin embargo, desde el 7 de octubre, las milicias también han participado en la guerra regional en múltiples frentes contra Israel, aparentemente con el respaldo de Irán. A lo largo de 2023 y 2024, lanzaron drones hacia Israel, principalmente contra los Altos del Golán y, en una ocasión, contra Eilat, al tiempo que atacaban bases estadounidenses en Irak. En octubre de 2024, dos soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel murieron en un ataque con drones lanzado por milicias proiraníes en el norte de los Altos del Golán.
Sin embargo, incluso antes del segundo alto el fuego entre Israel y Hamás en diciembre de 2024, las milicias proiraníes de Irak acordaron detener los ataques contra Estados Unidos e Israel.
Fuente: Times of Israel
Opinión
Israel-Irán: Democracia bajo fuego, dictadura al desnudo

Por Ariel B. Goldgewicht
¿Qué sucede cuando una democracia liberal enfrenta a una dictadura fundamentalista?
No estamos ante una guerra convencional, sino ante un choque de civilizaciones: entre quienes santifican la vida y quienes anhelan la muerte. La guerra entre Israel y el régimen iraní ‘ denominada ´León Ascendente´, no empezó esta semana, pero ahora ha alcanzado un nivel nuevo, un punto de no retorno.
Desde la Revolución Islámica de 1979, Irán ha declarado abiertamente su hostilidad hacia Israel. Durante décadas, ha dirigido esta guerra por medio de terceros (Proxy) el eje chiita: Hezbollah en Líbano, Hamás en Gaza, los hutíes en Yemen, milicias en Siria e Irak, entre otros. Irán ha sido el gran arquitecto del terrorismo moderno en el Medio Oriente, financiado con las inconmensurables riquezas de su petróleo. Su régimen de dictadura absoluta, liderado por los ayatolás, ha sido cómplice de atentados desde Buenos Aires hasta Beirut, dejando una estela de sangre y caos.
Hoy, sin embargo, algo ha cambiado. Por primera vez en la historia, Israel ha atacado directamente a Teherán. ¿Por qué ahora?
La respuesta está en una conjunción de factores. La caída de Hamás y la Yihad Islámica en Gaza, el debilitamiento de Hezbollah en el norte, la caída del régimen de Assad en Siria, el retroceso de los hutíes en Yemen: todos son frentes que el régimen iraní consideraba parte de su estrategia regional de expansión y dominación. Y todos han sido golpeados con fuerza por Israel en los últimos meses.
A esto se suma la presión internacional, el estancamiento ruso en Ucrania —que limita el apoyo logístico de Moscú a Teherán—, y el regreso de una política exterior estadounidense menos indulgente con Irán. La reciente advertencia del Presidente Trump, que impuso un plazo de 60 días para frenar el programa nuclear iraní, coincidió con el momento en que Israel decidió actuar: al día 61, los ataques comenzaron.
Israel no está reaccionando por impulsos ni venganza. Está respondiendo a una amenaza existencial. Porque si el 7 de octubre vimos de lo que es capaz un grupo terrorista armado con cohetes y fusiles, imaginemos lo que podría ocurrir si Irán —un régimen que ejecuta homosexuales, encarcela mujeres por no cubrirse la cabeza, y asesina opositores sin juicio— accediera a armas nucleares. Esa es la línea roja.
En estas horas, Israel vive bajo amenaza constante. El espacio aéreo cerrado, el sistema educativo paralizado, cientos de miles de ciudadanos atrapados fuera del país o confinados en refugios. El Domo de Hierro protege, pero no es infalible. Con un 95% de efectividad, basta una pequeña brecha para que un misil balístico impacte y cause destrucción. Ya lo hemos visto: muertos, heridos y un país en vilo. Pero, imagínese ¿y si esos misiles llevarán cabezas nucleares?
A pesar de todo, Israel no responde con barbarie. Tiene superioridad militar absoluta sobre los cielos de Irán, pero no ataca civiles. Ataca centrifugadoras nucleares, bases militares, centros de comando. Mientras el régimen iraní lanza misiles sobre poblaciones israelíes, Israel busca evitar víctimas inocentes. Porque los ciudadanos iraníes no son enemigos: son rehenes de una teocracia que lleva décadas reprimiéndolos. En esta guerra buscamos aniquilar el proyecto nuclear, pero los ciudadanos civiles inocentes de irán tiene otras esperanzas de este conflicto. Ellos esperan libertad.
En Irán, hoy se cuentan chistes oscuros: “Nadie sabe dónde está el ayatolá!!, excepto Israel”. Y no es sólo humor negro: es símbolo de un régimen que tiembla. La resistencia israelí no busca cambiar el régimen, ni interferir en la autodeterminación de los pueblos. Su único objetivo es impedir que un régimen fundamentalista con aspiraciones mesiánicas tenga capacidad nuclear.
Durante más de dos décadas, Irán ha invertido en cuatro pilares esenciales:
1. Desarrollo nuclear
2. Expansión militar y terrorista del eje chiita
3. Represión social interna —especialmente contra mujeres—
4. Hostilidad contra Israel
Muy poco en salud pública, ni educación, ni infraestructura. Un Estado que produce petróleo como si fuera agua, pero cuyas ciudades sufren apagones diarios, escasez de agua potable y servicios básicos. Toda su riqueza, volcada a la represión y la destrucción con el objetivo principal de consolidar su poder a la fuerza.
Lo que vemos hoy es el colapso de esa estrategia. Un castillo de naipes que se derrumba desde dentro. Como el viejo proverbio del efecto mariposa, la ola de terror del 7 de octubre encendió una cadena de reacciones que ha llevado a la desestabilización de todos los brazos armados de Irán en la región. Aún falta mucho para el final, y el sufrimiento no ha terminado, pero cuando caiga el telón, el mundo podría ser un lugar más seguro. Especialmente para los pueblos que hoy viven oprimidos por dictaduras fundamentalistas.
En pleno siglo XXI, no hay lugar para los extremismos. La historia ha demostrado —y está claro— que cuando las democracias se unen, pueden frenar incluso a las peores amenazas. Que no haya que esperar otro 7 de octubre para despertar. El momento de elegir entre luz y oscuridad, entre libertad y opresión, es ahora.
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