Agencia AJN (por Martín Klajnberg).- «¿Cómo debemos responder, como un Estado que lucha por vencer una pandemia mortal, cuando una minoría considerable de nuestros ciudadanos pone en peligro, a sabiendas, su propia vida y, por consiguiente, la del resto de nosotros?», se pregunta en su columna editorial publicada este lunes David Horovitz, editor jefe de The Times of Israel. Esa pregunta, que dominó la agenda política y mediática en las últimas semanas, está latente y exacerbó una grieta que parece profundizarse entre la comunidad ultraortodoxa y el resto de la sociedad israelí.

Desde el comienzo de la pandemia, las violaciones a las restricciones por parte de la comunidad ultraortodoxa fueron noticia en los medios de comunicación en todo el mundo. Y si bien las muestras más masivas de la desobediencia se vio en Israel, donde la población ultraortodoxa representa un 12 por ciento de la población, se reportaron actos contrarios a la normativa por parte de la comunidad religiosa en distintas partes del mundo como Nueva York, Londres y Buenos Aires.

Israel ha captado la atención de la comunidad internacional por su ejemplar campaña de vacunación, que ha alcanzado cifras record, con más de un 35 por ciento de la población, más de tres millones de habitantes, ya habiendo recibido al menos la primera dosis de la vacuna de Pfizer. Sin embargo, los contagios diarios y los casos graves de COVID-19 se mantienen elevados, lo que ha llevado a los funcionarios a debatir la extensión de un cierre nacional que ya lleva un mes, el tercero en lo que va de la pandemia.

En ese contexto, las imágenes difundidas durante el pasado fin de semana de los funerales de dos prominentes rabinos en Jerusalem con miles de personas sin respetar la distancia social ni el uso de tapabocas causaron una fuerte indignación entre la ciudadanía secular, que desde hace un mes permanece en su casa sin poder ir a trabajar ni llevar a sus hijos a las escuelas, que permanecen todavía cerradas.

Sin embargo, la indignación no es nueva, y la grieta entre los ultraortodoxos y la sociedad surgió mucho antes de la pandemia. «Lo que es peor según la queja general es que el resto de Israel financia este perjuicio deliberado hacia ellos mismos, ya que el dinero de los contribuyentes solventa las prestaciones sociales de las que depende en gran medida la comunidad ultraortodoxa. El resto de los israelíes permiten a la comunidad religiosa eludir en gran medida el servicio militar y consiente a los que estudian en lugar de trabajar», señala Horovitz.

Del otro lado de la demonización, están quienes muestran una mirada más compasiva sobre los ortodoxos. Las condiciones de hacinamiento en las que viven los miembros de la comunidad son conocidas, así como lo es su elevada tasa de natalidad, que lleva al común de las familias a tener 10 o 12 hijos. Las condiciones edilicias suelen ser igual o peor que en el resto de las ciudades, lo que a veces implica tener que convivir hasta quince personas en apartamentos de 75 metros cuadrados.

«La sociedad ultraortodoxa se basa, en un sentido importante, en el principio de que gran parte del cuidado de los niños se delega a la comunidad. Los niños pasan la mayor parte de sus horas de vigilia en marcos comunitarios y educativos fuera del hogar, y muchos de ellos sólo regresan a casa al caer el sol o incluso más tarde», explicó en una nota el editorialista israelí Haviv Rettig Gur. «Una familia de doce hijos ve su pequeño apartamento no como un espacio vital destinado a ser utilizado durante el día, sino como poco más que un dormitorio para personas que deben pasar la mayoría del tiempo en otro lugar», agrega.

De esta forma, se puede deducir por qué los cierres resultan más difíciles de cumplir para los religiosos, que en su mayoría no tienen, por costumbre o por elección, conexión a Internet, smartphones o televisión. «En muchos lugares, los padres y las autoridades escolares conspiran para abrir sus escuelas, furtivamente y con pleno conocimiento de los peligros que conlleva, por simple y cruda desesperación», subraya Rettig Gur.

Entre tantos y diversos argumentos, hay uno que queda claro: la pandemia ha agrandado la brecha preexistente entre la comunidad ultraortodoxa y la sociedad secular en Israel. Los estilos y la cultura tan marcadamente distantes parecen haber encontrado su límite en una preocupación mayor que, curiosamente, coincide con uno de los principales preceptos de la religión judía: preservar la vida.

MK