“La onda expansiva ingresó por una claraboya e hizo estragos en el museo, de adentro hacia fuera a modo de implosión, ya que a esa hora recién estábamos abriendo las puertas”, recordó el artista quien trabaja en esa casa de arte desde 1983.
Además agregó a esta agencia: “pudimos recuperar 140 de las 182 piezas destruidas en un museo semidestruido, trabajando en silencio, sin hacer ningún circo y con mucho respeto para con las víctimas de la Embajada”. Agregó que el edificio pudo reabrirse luego de 7 meses pasado el atentado, pero que “aún hoy debemos soportar y luchar contra las consecuencias sociales del antisemitismo”.
Al respecto sentenció: “vivimos doblemente en esos años el dolor, el silencio y las expresiones antisemitas de muchos vecinos de la zona, que venían a proponernos participar en campañas para que nunca más hubiera nada relacionado con lo judío en el barrio, ni siquiera querían colocar una placa recordatoria”, dijo. También se mostró indignado ya que “algunos hasta querían demandar a la embajada para pedir una indemnización por los daños causados”.
El artista opinó que “parece increíble el hecho de que en un país como Argentina, con la tercera comunidad judía más numerosa del mundo, todavía hoy exista un alto nivel de antisemitismo y desde los sectores más influyentes no se haya planteado el manejo de estos temas”, advirtió.
El experto informó que las piezas se restauraron con la colaboración de artistas de otros museos, con la ayuda económica de padrinos, bajo la supervisión del jefe de restauración de la casa.
Destacó también que para el trabajo, se utilizó la técnica que aplicaron en el terremoto de México, por la cual se analizó cada pieza, en base a los daños recibidos y al costo de restauración.
Cabe destacar que la sede del Museo Fernández Blanco se encuentra a una distancia de 50 metros del lugar donde ocurrió el atentado que cobró la vida de 29 personas, entre ellos, mujeres, niños y hasta un sacerdote católico.