Opinión
El Gobierno salva al juez Rafecas del juicio político
(Por Julio Blanck).- Hoy pedirá en la Magistratura sólo una sanción menor para el juez que rechazó la denuncia de Nisman contra Cristina.
(Por Julio Blanck).-Hoy el Gobierno formalizará su voluntad de no promover juicio político al juez Daniel Rafecas, por haber cerrado dos veces la denuncia del fiscal Alberto Nisman contra Cristina Kirchner sin ordenar una sola medida de prueba.
Es un giro drástico en la posición del oficialismo. Y una fisura al interior de Cambiemos. De hecho, el representante del Poder Ejecutivo en el Consejo de la Magistratura, Juan Bautista Mahiques, presentará hoy un dictamen alternativo al del senador radical Angel Rozas, también integrante de ese cuerpo, quien ya acusó a Rafecas y pidió enviarlo a un jury de enjuiciamiento que lo destituya del cargo.
Mahiques responde directamente a Mauricio Macri. No hay dos lecturas posibles del cambio de postura ante Rafecas: es una decisión del Presidente, que para resolver asuntos institucionales de la Justicia escucha sobre todo a su jefe de asesores, José Torello, y al ministro Germán Garavano.
Si el dictamen de Mahiques consigue respaldo suficiente y Rafecas esquiva el juicio político, quedaría abierto el camino para que este juez cambie de funciones. Pretende un puesto como Defensor General adjunto y se presentará al concurso para cubrir el cargo.
El sendero por recorrer es controvertido y sinuoso, pero el Gobierno entiende que con una salida no traumática de Rafecas podrá seguir depurando el estratégico fuero federal. Otra cuestión es qué tiempos le insume y qué costos le provoca este modo de operar sobre la Justicia.
Nisman había denunciado a Cristina, junto al ex canciller Héctor Timerman y otros sujetos, por encubrimiento de dirigentes de Irán en el atentado a la AMIA. Ese delito habría sido la consecuencia buscada del pacto que el kirchnerismo firmó en 2013 con el gobierno de Teherán. Nisman apareció muerto cuatro días después de aquella denuncia.
Con el cambio de gobierno y después de dos años de dormir bajo la presión del kirchnerismo, la denuncia de Nisman tomó impulso en los tribunales. El juez Claudio Bonadio procesó a Cristina, Timerman y compañía. Los acusó de encubrimiento y traición a la Patria. La Cámara Federal confirmó el procesamiento. Cristina pidió este lunes ser enviada cuanto antes a juicio oral para demostrar su inocencia.
El Gobierno sigue sosteniendo su desacuerdo con Rafecas por la forma en que cerró la denuncia de Nisman. Pero la razón para salvarlo del juicio político es el principio de que un juez no debe ser condenado por el contenido de sus fallos.
La excepción es que exista el delito de prevaricato, por el cual el magistrado dicta a sabiendas una resolución injusta. Ese límite difuso fue transitado a todo riesgo por Rafecas. Todavía hoy sus detractores, e incluso colegas suyos en los tribunales de Comodoro Py, opinan que se dejó llevar por un “razonamiento político” -o directamente por una simpatía o una obediencia política- cerrando el camino para enjuiciar a Cristina.
Pero en las oficinas del Gobierno reconocen que la defensa que ejerció Rafecas ante la Magistratura, con una exposición de más de tres horas en diciembre pasado, fue de una consistencia jurídica muy respetable, superior a los argumentos del radical Rozas para acusarlo.
Rafecas usó también cierta dosis de picardía política. Recordó que, al igual que con la denuncia de Nisman, también había cerrado sin tomar prueba dos casos que afectaban al actual gobierno. Uno es la firma de un tratado comercial por 1.000 millones de dólares con Qatar, donde intervino la vicepresidenta Gabriela Michetti. El otro, una denuncia por el uso intensivo de Lebacs, colocaciones financieras con altísimo interés, que apuntaba a Macri, al titular del Banco Central Federico Sturzenegger y al entonces ministro Alfonso Prat Gay.
Colegas de Rafecas dicen que esa misma picardía le faltó para tramitar la denuncia de Nisman. “Podía haber ordenado algunas pruebas y después cerrar el caso, entonces nadie le habría reprochado nada”, dijeron a Clarín. Toda una definición acerca de cómo suelen actuar algunos jueces.
Según fuentes oficiales, la comunidad judía y la diputada Elisa Carrió -una voz poderosa de Cambiemos también en asuntos judiciales- conocieron de antemano la decisión sobre Rafecas y sus argumentos. Y parecen acompañarla con discreción.
Caso curioso: en su momento Carrió firmó uno de los tres pedidos de juicio político a Rafecas. ¿De verdad habrá cambiado de postura alguien como ella, que suele ser irreductible cuando destina sus anatemas?
Otro que pidió el juicio político a Rafecas fue el actual diputado macrista Waldo Wolff, quien entonces era vicepresidente de la DAIA. Enterado de la decisión de su gobierno de salvar a Rafecas, Wolff se limitó a señalar: “que cada uno haga lo que tenga que hacer”.
Es otro caso curioso: el dictamen que hoy presentará Mahiques descarta el enjuiciamiento de Rafecas pero en cambio propone sancionarlo por “falta de decoro”. Es por la virtual amenaza que el juez le hizo a Wolff después de que éste lo criticara por haber rechazado la denuncia de Nisman. El mismo Rafecas admitió en sede judicial que tuvo con el entonces dirigente comunitario una conversación telefónica en términos “ásperos y difíciles”.
El caso es seguido con atención por los jueces federales. No es que Rafecas tenga un millón de amigos en Comodoro Py, ni que sus colegas estén interesados especialmente por su suerte. Están preocupados, en realidad, por la de ellos mismos. Porque lo que se está revelando es el juego de Macri sobre los tribunales en la segunda parte de su actual mandato.
A la Justicia no le gusta que otros poderes del Estado anden hurgando en sus métodos y decisiones. Eso es justamente lo que hace, por imperio constitucional, el Consejo de la Magistratura. Pero a la vez, los jueces reconocen que como parte de un cambio de época la Magistratura está “saliendo de la lógica kirchnerista de la caza de brujas”, según definió un magistrado de muy alto perfil.
Desde ese punto de vista, adquiere especial relevancia la acción de Mahiques como representante del Poder Ejecutivo. La suerte quiso que, por sorteo público, este funcionario sea instructor de denuncias contra Bonadio, blanco favorito de los ultra K por su sucesión de fallos contra Cristina, y contra la camarista de Casación Ana María Figueroa, considerada de alta cercanía con el kirchnerismo.
La Magistratura cerró esta semana dos denuncias contra Bonadio. Y Mahiques lleva la acusación que Carlos Beraldi, abogado de Cristina, planteó contra el juez por haberla procesado en el caso del dólar futuro. Es una denuncia por el contenido de un fallo. Si se mantiene la doctrina Rafecas, Bonadio debería zafar.
La camarista Figueroa, que integra el máximo tribunal penal, está acusada de recibir dádivas de parte del entonces ministro Julio De Vido. Su primer denunciante fue Juan Carlos Gemignani, colega suyo en Casación. Después se sumó Guillermo Lipera, titular del Colegio Público de Abogados. El destino de esta denuncia parece ser el juicio político. El Gobierno cree que en ese caso la doctora Figueroa podría optar por una renuncia elegante antes de llegar a la destitución.
Es un paso de doble efecto: evita el escarnio público y preserva la jubilación.
Fuente: Clarín.
Opinión
The New York Times | El nuevo negacionismo de la violación
Agencia AJN.- (Por Bret Stephens – The New York Times -NYT-) «El 7 de octubre, Hamás invadió Israel y se filmó cometiendo decenas de atrocidades contra los derechos humanos. Algunas de las imágenes fueron capturadas más tarde por el ejército israelí y proyectadas a cientos de periodistas, entre los que estaba yo’’. El ‘‘sadismo puro y depredador», como lo describió el escritor de Atlantic Graeme Wood, no tiene fondo.
Sin embargo, Hamás niega que sus hombres agredieran sexualmente a israelíes y califica las acusaciones de «mentiras y calumnias contra los palestinos y su resistencia». Y los ‘‘aliados’’ de Hamás en Occidente, la mayoría de ellos autodenominados progresistas, repiten como loros ese negacionismo ante las pruebas contundentes y profundamente investigadas de violaciones generalizadas, documentadas más recientemente en un informe de Naciones Unidas publicado este lunes.
La pregunta interesante es, ¿por qué? ¿Por qué se niegan a creer que Hamás, que masacraba niños en sus camas, tomaba ancianas como rehenes e incineraba familias en sus casas, sea capaz de eso?
Llegaré a eso punto en breve, pero antes vale la pena analizar las formas que adopta este negacionismo. Un método consiste en reconocer, como decía un artículo reciente, que «es posible que se produjeran agresiones sexuales el 7 de octubre», pero nadie demostró realmente que formaran parte de un patrón organizado. Otro consiste en plantear dudas sobre diversos detalles de las historias para sugerir que si hay un solo error, o un testigo cuyo testimonio es incoherente, todo el relato debe ser también falso y deshonesto. Una tercera es tratar cualquier cosa que diga un israelí como intrínsecamente sospechosa.
Y, por último, está la cuestión de que apenas hay testigos de las agresiones. ¿Dónde están las mujeres supuestamente violadas? ¿Por qué no hablan?
La respuesta a esta última pregunta es la más sombría: En su inmensa mayoría, las mujeres que podrían haber hablado están muertas, por la sencilla razón de que cualquier israelí que se acercara lo suficiente a un terrorista como para ser violada estaba lo suficientemente cerca como para ser asesinada. En cuanto a la credibilidad de los testigos israelíes, ¿quién más, aparte de los primeros intervinientes que se encontraron con las víctimas de primera mano, debería ser entrevistado y citado por cualquiera que investigue esto? En los tribunales misóginos de Irán, el testimonio legal de una mujer vale la mitad que el de un hombre. En los rincones de la izquierda que odian a Israel, el valor de los testigos israelíes parece ser aún menor.
Pero son los dos primeros tipos de negacionismo los que en cierto modo resultan más chocantes, porque también son los más hipócritas.
¿No fueron los progresistas quienes, durante la saga de Brett Kavanaugh, subrayaron que las discrepancias ocasionales en la memoria de sucesos traumáticos son absolutamente normales? ¿Y desde cuándo los progresistas insisten en que la carga de la prueba para demostrar un patrón de agresión sexual recae en las víctimas, la mayoría de cuyas voces fueron, en este caso, silenciadas para siempre?
Que rápido pasa la extrema izquierda de «creer a las mujeres» a «creer a Hamás» cuando cambia la identidad de la víctima. Si, Dios no lo quiera, una banda de Proud Boys descendiera sobre Los Ángeles para llevar a cabo el tipo de atrocidades que Hamás llevó a cabo en las comunidades israelíes, estoy bastante seguro de que nadie en la izquierda dedicaría ningún tipo de energía a intentar descubrir quién fue violado, y mucho menos cómo o cuándo.
Es en este clima ideológico cuando nos llega el informe de la ONU. En cierto modo es un hito, aunque sólo sea porque la ONU nunca simpatiza con el Estado judío y fue escandalosamente lenta incluso en darse cuenta de las primeras pruebas de agresiones sexuales. Para cualquiera que mantenga una mente razonablemente abierta pero siga teniendo dudas, el informe señala, entre otros detalles, «al menos dos incidentes de violación de cadáveres de mujeres», «cuerpos encontrados desnudos y/o atados, y en un caso amordazados», e «información clara y convincente de que se produjeron actos de violencia sexual, incluidas violaciones, torturas sexualizadas y tratos crueles, inhumanos y degradantes contra algunas mujeres y niños» durante su estancia como rehenes».
Eso debería ser más que suficiente, pero no lo será. Un amplio y creciente rincón de Occidente se niega a aceptar que la guerra de Israel en Gaza sea una respuesta al mal, o que los israelíes puedan ser víctimas de algún modo. Perturba la narrativa de la guerra en Gaza como un caso de fuertes contra débiles, los colonos y colonialistas israelíes contra víctimas justas e indígenas.
Los críticos honestos de las políticas de Israel pueden plantear serias objeciones al mismo tiempo que reconocen con franqueza las horribles circunstancias que pusieron en marcha esas políticas. Lo que vemos en cambio son críticas deshonestas, que cuestionan deshonestamente esas circunstancias para poder apuntar a la existencia del propio Israel.
La gente seria debería saber en qué consistía la antigua versión del negacionismo antisemita: un flujo constante de minucias fácticas, inversiones lógicas, argumentos falsos presentados de manera sutil, retóricas destinadas a ofuscar y negar el mayor crimen de la historia. También deberían entender el objetivo: al negar las atrocidades del pasado, allanaron el camino para las siguientes. Los actuales negacionistas de las violaciones no son mejores que sus antepasados.
Opinión
Hamás construyó túneles bajo la casa de mi familia en Gaza. Ahora está en ruinas
Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, normalizó la violencia y la militarización en Gaza, eliminando las posibilidades de un Estado palestino, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana por los sucesivos gobiernos israelíes que se opusieron.
Agencia AJN.- (Por Jehad Al-Saftawi – TIME) Pasaron siete años desde que me escapé de mi asediada ciudad de Gaza y vine a Estados Unidos. El Día de Acción de Gracias, mi madre me envió una foto de un árbol caído de cuatro metros en el sur de la Franja, donde mi familia se refugió estas últimas semanas. Diez de mis familiares están de pie sobre la calle, rodeando el árbol, y uno de ellos está cortando sus ramas. Es imposible conseguir gas para cocinar y este árbol es ahora la leña que les permitirá preparar su próxima comida.
Desde los atroces ataques de Hamás a Israel del 7 de octubre -que dejaron unos 1.200 muertos, la mayor matanza masiva de judíos en un solo día desde el Holocausto-, los sistemas que abastecen de alimentos, agua y medicinas a Gaza están en urgente declive mientras Israel lleva a cabo su continuo bombardeo de la Franja como respuesta. Desde entonces murieron al menos 27.000 palestinos, miles de ellos al parecer combatientes de Hamás, y unos 1,7 millones de los 2,3 millones de habitantes de Gaza se vieron desplazados, junto con decenas de miles de israelíes por el continuo lanzamiento de cohetes de Hezbollah en el sur de Líbano. Gran parte de la Franja quedó reducida a escombros. Pero la sensación de desorden y emergencia que reina hoy en el enclave costero se remonta mucho más atrás en el tiempo.
Desde la violenta toma de Gaza de Hamás en 2007, las concurridas y hermosas calles que yo conocía están dominadas por el caos terrorista. Hamás se mueve por una postura ideológica originada en el concepto de aniquilar el Estado de Israel y sustituirlo por uno palestino islámico. En su empeño por hacerlo realidad, Hamás normalizó la violencia y la militarización en todos los aspectos de la vida pública y privada de la Franja. En el proceso, eliminaron las posibilidades de un Estado palestino próspero junto a Israel, aunque la perspectiva de que lo hubiera parecía cada vez más lejana en medio de sucesivos gobiernos israelíes que trabajaban en contra de ello.
Vivimos en departamento de la familia de mi padre Imad y ahorramos dinero durante casi 18 años hasta que pudimos construir nuestra propia casa en el norte de Gaza. La primera señal de que Hamás estaba construyendo túneles bajo nuestra casa llegó en julio de 2013, mientras se realizaba la construcción. El que pronto sería nuestro nuevo vecino, Um Yazid Salha, se contactó con mi madre Saadia para preguntarle por qué mi hermano Hamza y yo siempre veníamos a la obra después de medianoche.
La obra, de dos plantas, estaba rodeada por un muro y dos puertas. Pero nosotros estábamos todas las noches en el departamento de la familia de mi padre, donde se cierra la puerta con llave a las 10 de la noche. «Nadie entra ni sale después de las 10», le dijo mi madre a Um Yazid.
Al día siguiente fui a la obra con mi madre y Hamza. Tras mirar rápidamente, no encontramos nada raro. Pero cuando examinamos la obra con mayor atención, encontramos varias losas de hormigón abajo de la escalera interior, cada una de unos 2,5 metros de largo. También encontramos una zona con tierra recién removida a la derecha de nuestra casa y del muro que la rodeaba.
Mi hermano Hamza y yo cavamos en esa tierra mientras nuestra madre miraba. Pronto nos encontramos con una puerta de metal cerrada con un candado. No teníamos ni idea de lo que era ni de por qué estaba allí. Hamza y yo volvimos a cubrir rápidamente la zona con tierra y fuimos directamente a la casa de nuestro vecino.
Antes de nuestra visita, Um Yazid nos contó que algunas noches miraba por las ventanas de su edificio de cuatro plantas hacia el muro que rodeaba nuestra casa y veía la llegada de una camioneta. La gente salía del vehículo y colgaba una lona para ocultar lo que estaban haciendo. Um Yazid escuchaba ruidos de carga y descarga y sentía vibraciones de excavación procedentes del terreno vacío que había detrás de nuestra casa. Sospechaba que alguien estaba cavando un túnel.
Al día siguiente de inspeccionar la casa, Um Yazid llamó para decirnos que los hombres habían regresado por la noche. Mi madre no quería que fuera, pero me vestí y fui solo a la casa inacabada. Cuando llegué a la puerta de hierro de la casa, empecé a escuchar el movimiento de las personas que estaban adentro. Toqué la puerta y una persona enmascarada abrió y me pidió que retrocediera un poco. Luego la cerró y me preguntó quién era yo. Desafiante, le dije que era el dueño de la casa. «¿Quién es usted?», le pregunté.
Encontrarnos con hombres enmascarados es algo a lo que estamos acostumbrados en diferentes aspectos de la vida de Gaza. Discutimos. Le dije que mi tío, que era miembro de Hamás y fiscal en su gobierno, les impediría construir un túnel. El hombre de la máscara insistió en que seguirían como querían. Me dijo que no debía tener miedo y que sólo sería una pequeña habitación cerrada que permanecería enterrada bajo tierra. Nadie podría entrar ni salir. Además, me dijo que sólo en el caso de una invasión terrestre israelí en esta zona y el desplazamiento de los residentes se utilizarían estas habitaciones para suministrar armas.
«No queremos vivir encima de un depósito de armas», le dije, justo antes de que me obligara a retirarme.
Las obras continuaron y Um Yazid siguió informándonos de la actividad nocturna. Hamza y yo, que la visitábamos cada pocas semanas, siempre encontrábamos la misma puerta. Nunca estábamos seguros de lo que podíamos hacer o de lo que realmente ocurría detrás de ella. Nuestro tío nos aseguraba que no teníamos nada que temer.
En febrero de 2014 me casé y dejé la casa de mi familia. Ese mismo año, mi madre, Hamza, y mis dos hermanas pequeñas se mudaron a la casa recién terminada. Antes de que lo hicieran, Hamza y yo volvimos a cavar y esta vez no encontramos más que un metro de arena y luego una gran losa de cemento. La cubrimos, creyendo que por fin habían cerrado la «habitación» por insistencia de nuestro tío.
En los años transcurridos desde entonces, mi familia o sus vecinos escuchaban ruidos o movimientos de vez en cuando. A veces se preguntaban si realmente había túneles, si estaban activos. Mi familia tenía demasiado miedo para hablar de esto con alguien, así que era nuestro secreto. Era vergonzoso, aunque sabíamos que nos oponíamos profundamente a lo que Hamás hubiera hecho al otro lado de aquella losa de cemento.
Cuando algo no se dice durante tanto tiempo, empieza a parecer imposible que la verdad llegue a saberse. Siempre esperé que llegara un momento en el que a mi familia y a otras personas como nosotros se les permitiera hablar de esos túneles, de la peligrosa vida que Hamás impuso a los gazatíes. Ahora que estoy decidido a hablar abiertamente de ello, no sé si ni siquiera importa.
Mi familia fue evacuada al sur poco después del 7 de octubre. Meses después, recibimos fotos de nuestra casa y nuestro barrio, ambos en ruinas. Quizá nunca sepa si la casa fue destruida por los ataques israelíes o por los combates entre Hamás e Israel. Pero el resultado es el mismo. Nuestra casa, y demasiadas de nuestra comunidad, fueron arrasadas junto a una historia y unos recuerdos de valor incalculable.
Y este es el legado de Hamás. Empezaron a destruir la casa de mi familia en 2013 cuando construyeron túneles bajo ella. Siguieron amenazando nuestra seguridad durante una década: siempre supimos que podríamos tener que desalojarla en cualquier momento. Siempre temimos la violencia. Los gazatíes merecen un verdadero gobierno palestino que apoye los intereses de sus ciudadanos, no terroristas que lleven a cabo sus propios planes. Hamás no está luchando contra Israel. Están destruyendo Gaza.
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