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Opinión

La última chance para la democracia venezolana

AJN.- América latina debe prepararse para apoyar el cambio que le permita a Venezuela salir de su trágica situación. Por Andrés Malamud, profesor de la Universidad de Lisboa, y Aníbal Pérez-Liñán, profesor de la Universidad de Pittsburgh.

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Treinta mil. Es el número de muertes violentas ocurridas en Venezuela en 2016. Los argentinos comprenden la gravedad de este número. Los informes del Observatorio de Violencia permiten anticipar que en 2017 Venezuela arrebatará a El Salvador el cetro de país más violento del mundo.

No siempre fue así: hacia 1998, cuando Hugo Chávez ganó las elecciones, se registraban «sólo» 4500 homicidios anuales y el mal ejemplo de la región era Colombia. Es cierto que la sociedad venezolana, entonces empobrecida y colérica, ya no era el paraíso democrático de antaño; pero nadie podía imaginar que la pesadilla recién comenzaba.

La historia latinoamericana está surcada de golpes y bancarrotas; y, sin embargo, lo que hoy ocurre en Venezuela es sorprendente. Ni la dictadura cubana ni el colapso argentino de 2001 se le equiparan: en Cuba hay orden público y en la Argentina hubo rebote económico. Ninguno de estos consuelos se yergue en el horizonte venezolano.

La Universidad Católica Andrés Bello estimó el año pasado que el 82% de los venezolanos se encuentran por debajo de la línea de pobreza. En 1998, cuando el colapso del neoliberalismo catapultó a Hugo Chávez a la presidencia, el nivel de pobreza estaba cercano al 50%. El 52% de los venezolanos sufre hoy pobreza extrema; en 1998, la pobreza extrema se hallaba por debajo del 30%.

Las estadísticas apenas pueden resumir las dificultades de la vida diaria. En Venezuela el salario mínimo representa 37 dólares por mes. Conseguir un paquete de arroz en el mercado negro cuesta casi 2 dólares. Una colega, profesora asociada en una de las principales universidades públicas, gana el equivalente de 60 dólares mensuales. «Ese monto alcanza sólo para dos mercados -confiesa-. Hace tiempo que no vivo de mi salario.» El ingreso mensual no alcanza para cubrir los costos de alimentación en más del 90% de los hogares venezolanos. En un estudio reciente, más del 74% de los entrevistados aseguraron que habían perdido peso -más de ocho kilos en promedio- durante el año pasado.

Hace apenas dos años, la mayor parte de las familias tenía acceso al consumo de pollo o carne. Hoy en día, apenas una minoría puede adquirir estos productos de lujo. La leche, el café y los huevos son todavía más difíciles de encontrar. La quinta parte de la población se saltea el desayuno y un tercio come dos veces por día o menos. Los emigrados que regresan del exterior para visitar a sus familias saben qué llevar de regalo: alimentos, medicinas y -cuando el espacio en las valijas lo permite- papel higiénico.

La escasez pone a prueba la cohesión social y los lazos familiares de manera cotidiana. Algunos meses atrás, un buen amigo recibió un preciado regalo: un frasco de Nutella, cuyo valor de mercado equivalía quizás a la mitad de su salario mensual. Esa noche mostró a su familia el trofeo al llegar a casa. Cuando despertó en la mañana, el frasco de Nutella estaba vacío. Durante semanas, en la familia no se dirigieron la palabra. Imaginen los estragos que causaría un frasco de dulce de leche.

Resulta difícil entender cómo el país llegó a esta situación. Venezuela es uno de los principales productores de petróleo del planeta, y disfrutaba de una democracia sólida en los años setenta, cuando América latina estaba oprimida por dictaduras militares. Hoy en día, su vida política ha retrocedido a los años cincuenta. Las elecciones están suspendidas, la gente clama en las calles por la caída del gobierno y los militares se han convertido en el árbitro del juego político. Si los generales anunciaran mañana la decisión de no reprimir al pueblo bolivariano, el gobierno de Maduro colapsaría en cuestión de horas. Es difícil anticipar, sin embargo, quién se beneficiaría con este golpe interno.

Quizá lo más triste es que la lenta agonía de la democracia venezolana se incubó con ayuda del voto popular. El chavismo ganó elecciones durante quince años, sólo comenzó a mostrar cierta debilidad electoral a partir de 2007 y perdió las mayorías nacionales de manera definitiva apenas en 2015. Así como los demócratas comprometidos no dudan en afirmar que los males de la democracia se curan con más democracia, los chavistas comprometidos no dudaron en creer que los males del socialismo del siglo XXI se curaban con más socialismo del siglo XXI. Pero, a diferencia de la democracia liberal, el modelo venezolano no permite la corrección de los errores por medio de la alternancia partidaria.

La experiencia venezolana enseña que los políticos que reciben un cheque en blanco terminan por girar en descubierto contra la cuenta del voto popular. En Bolivia, Evo Morales ganó cómodamente tres elecciones presidenciales, hasta que una estrecha mayoría del electorado rechazó la reelección indefinida en el referéndum del año pasado. Ahora, Morales sostiene que fue derrotado «gracias a las mentiras de la derecha» y busca la manera de deshacer el resultado.

El continuismo no es un vicio exclusivo de la izquierda ni se limita a América latina. En Paraguay, el presidente Cartes buscó una enmienda constitucional que permitiera la reelección, un tabú desde la era de Stroessner. En Turquía, los votantes acaban de apoyar un cambio constitucional que desmantela el sistema parlamentario y permite a Recep Erdogan ser reelegido hasta 2029.

Si a la trágica situación venezolana se llegó por elecciones, la salida también las exige, pero no alcanza con ellas. Las elecciones son condición necesaria pero insuficiente porque el tejido social y la estructura productiva no se reparan en un domingo de urnas.

Para pensar el futuro de Venezuela, las teorías sobre transición democrática se quedan cortas. El legado de la revolución bolivariana se asemeja al de sociedades afectadas por una guerra civil, tal es el grado de destrucción resultante. Por eso, además de negociar las futuras reglas de juego, víctimas y victimarios deberán acordar los límites del castigo a los culpables y la reparación a las víctimas.

En Sudáfrica, el caso emblemático de reconciliación posconflicto, se destacaron tres elementos: un líder aperturista en el gobierno (Frederik de Klerk), un líder moderado en la oposición (Nelson Mandela) y el apoyo masivo de la comunidad internacional. Hay opositores venezolanos que están ansiosos por jugar el rol de Mandela, pero aún no se vislumbra quién sería el De Klerk que liderara el cambio de régimen desde adentro. Tampoco está claro que la comunidad internacional tenga la voluntad, o la capacidad, de sostener un cambio pacífico y la reconstrucción interna del país.

Pese a todo, el liderazgo de Luis Almagro desde la Organización de Estados Americanos (OEA) ofrece pistas para una salida. Las organizaciones subregionales como Unasur, Mercosur y ALBA se han mostrado incapaces, por debilidad o parcialidad, de mediar en el conflicto. En cambio, el coraje visionario del ex canciller de Pepe Mujica logró transformar la OEA en posible catalizador de una nueva ola democratizadora.

Sólo la acción concertada en la OEA puede contrarrestar la potencia avasallante de algunos miembros, como Estados Unidos, y la impotencia paralizante de otros, como Brasil. La región debe prepararse para apoyar el cambio en Venezuela. La gente ya está en las calles. Los moderados del régimen bolivariano tienen hoy, quizás, la última oportunidad para negociar una transición pacífica.

FUENTE: LA NACIÓN

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Opinión | Israel tiene un problema mayor que un grupo de estudiantes despistados

El antisemitismo no sólo está vivo y coleando, sino que está más extendido de lo que se pensaba.

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Por Dan Perry*

Un elemento básico de las noticias israelíes en estos días es un resumen del antisemitismo global y el apoyo a Hamás. Las impactantes manifestaciones en la Universidad de Columbia ocuparon un lugar central esta semana.

Los espectadores podrían concluir que estamos reviviendo la Alemania de los años 30, con el odio a los judíos en espiral mientras las fuerzas de la civilización son derrotadas.

Sin duda, yo mismo me he burlado de los “progresistas” que despliegan narrativas selectivas, ignorantes y retorcidas de descolonización contra Israel. En entrevistas televisivas los he llamado los “idiotas útiles” de la yihad: una versión mucho más estúpida de los originales, intelectuales occidentales que simpatizaban con la (increíblemente) menos vil Unión Soviética.

También me he lamentado de la revelación indiscutible de que el antisemitismo no sólo está vivo y coleando, sino que está más extendido de lo que se pensaba.

Al mismo tiempo, se podría argumentar que mucho de lo que se etiqueta como antisemitismo es simplemente una oposición a la guerra (o tal vez al propio Israel), deliberadamente descarada y ruidosa para desconcertar a los judíos y mover la opinión pública.

Puede que no siempre me guste, pero un defensor de la libertad de expresión no puede impedirlo. También sé que muchos críticos no apoyan las acciones del gobierno israelí, que incluyen una guerra muy defectuosa que ha matado a muchos miles de inocentes y parece carecer de una estrategia.

Para comprender mejor cómo se desglosa el apoyo y la oposición de Estados Unidos a Israel, ofrezco el siguiente desglose de la postura de los estadounidenses al respecto.

Musulmanes estadounidenses pro-Hamás o anticolonialistas progresistas extremos: quizás el 5%.

Muchos de ellos no creen o no les importan las atrocidades del 7 de octubre y esperan que Hamás abrume a Israel sin tener en cuenta el destino de los judíos. Este grupo debe ser monitoreado cuidadosamente ya que sus actividades antiisraelíes y antisionistas apenas enmascaran el hecho de que odian a los judíos, y algunos de ellos son peligrosos.

Progresistas pro palestinos y jóvenes liberales: alrededor del 20%. Este grupo muestra diversos grados de apoyo a los palestinos y está expuesto a información real y falsa que resalta el mal comportamiento israelí en Gaza.

Generalmente les molesta que el dinero de los impuestos estadounidenses se gaste para ayudar a los bombardeos masivos, el hambre y, potencialmente, en su opinión, el genocidio. Israel los ha perdido porque su historia actual es la de una guerra eterna y un castigo a las mujeres y niños palestinos, con extremistas en Israel que quieren matarlos y expulsarlos.

Muchos de ellos están profundamente influidos por la cultura de las redes sociales que hace que todo sea una batalla de narrativas y actualmente Israel está siendo “cancelado” sustancialmente con una iniciativa regional de paz y cooperación que incluya a los palestinos y sea generosa con los civiles mientras continúa luchando agresivamente contra Hamás.

Esto allanaría el camino para una mayor legitimidad para luchar contra Hamás hasta el final, ahora o en el futuro, pero diferenciándolo de cualquier cosa que se parezca a una guerra contra los palestinos.

En cambio, Netanyahu los ahuyentó con políticas escandalosas, incluido el esfuerzo de putinización de 2023, una burlona indiferencia hacia la alianza tradicional de Israel con el Occidente democrático y una obstinada negativa a participar en el plan del día después de la comunidad mundial.

Liberales proisraelíes, incluidos algunos judíos: alrededor del 25%.

Este grupo reconoce el derecho fundamental de Israel a defenderse, no cree que Israel deba tener carta blanca pero definitivamente no apoya a los radicales islámicos y entiende que están locos y hay que tratar con ellos. Pero lamentan que Israel no haya aprovechado las oportunidades para escapar de este ciclo, odian a Netanyahu y sus interminables maquinaciones contra la paz, y no quieren que Israel arrastre a Estados Unidos a una guerra regional o incluso global.

No obstante, todavía apoyan a Israel, distinguen entre el gobierno ignorante y el pueblo israelí, y esperan que Estados Unidos encuentre una manera de empujar a Israel en la dirección correcta, apoyando en gran medida las políticas del presidente Joe Biden.

Conservadores clásicos y “cristianos preocupados”: alrededor del 15%. Estos apoyan en gran medida a Israel, pero están preocupados por las enormes cantidades de dinero, la destrucción y la muerte en Gaza y el riesgo de que Estados Unidos pierda el control.

Algunos de ellos están preocupados por la forma en que se utiliza la tecnología estadounidense para dañar a los palestinos, incluidos los cristianos en Gaza. Puede que Tucker Carlson ya no sea lo que alguna vez fue en términos de influencia, pero debería ser una señal de advertencia cuando lo pierdes, como parece haberle sucedido a Israel.

También hay que recordar que este tipo de conservadores no eran necesariamente proisraelíes. Cuando George W. Bush ganó la Casa Blanca hace 24 años, había una preocupación real de que sus compañeros de viaje fueran tan proempresariales que sólo se preocuparan por los aspectos prácticos y se pusieran del lado de los árabes, aunque sólo fuera por los intereses petroleros que pudieran servir.

La historia, por supuesto, tomó un rumbo diferente.

Republicanos de Trump, evangelistas y judíos de derecha, religiosos y de “un solo tema” (la supervivencia de Israel): alrededor del 35%.

Este grupo presenta un apoyo total a Israel, poco amor o confianza en el Islam y un odio saludable hacia grupos extremistas como Hamás.

Creen que Biden y Estados Unidos nunca deberían sancionar ni limitar a Israel y que el gobierno de Israel (preferiblemente de derecha) debería poder hacer lo que quiera.

La mayoría probablemente apoyaría un acuerdo de paz, dependiendo de los términos, pero están abrumadoramente a favor de la guerra.

Pero este grupo es volátil. Si Donald Trump regresa al poder, no se sabe qué podría hacer.

Si se declara en contra de la guerra con Irán o se vuelve contra Israel por cualquier motivo, gran parte de su culto abandonará a Israel más rápido de lo que usted puede decir «Yahya Sinwar». Esto se debe en parte a que la extrema derecha puede enseñar a los progresistas despistados un par de cosas sobre el verdadero antisemitismo.

Si bien se podría profundizar más y llegar a diferenciaciones más granulares, esta parece una forma razonable de agrupar el cuerpo político, que también se alinea aproximadamente con patrones de votación más amplios en Estados Unidos.

No puedo probar que los desgloses sean exactamente como los he esbozado; por lo tanto, mi mejor estimación se basa en más de medio siglo de seguimiento de la política estadounidense y dos décadas de observar cómo se desmoronaba el espectáculo de fenómenos impulsado por lo digital.

Si se mira con atención, se verá que las cifras que propongo se alinean con las encuestas que muestran que, aunque muchos quieren que la guerra termine, cuando se los empuja a una elección binaria, una gran mayoría de los estadounidenses respalda a Israel, mientras que aproximadamente la mitad de los jóvenes no lo hace.

Es un panorama complejo, no tan sombrío como los catastrofistas y propagandistas podrían hacernos creer. Y en Israel el movimiento es posible. Para entender por qué, consideremos cuán radicalmente cambió la visión del mundo de Estados Unidos con la elección de Donald Trump, como ha demostrado el Pew Research Center y como sabe cualquiera que haya viajado.

Y así como hay versiones muy diferentes de Estados Unidos en función de qué lado logra una victoria electoral, lo mismo ocurre con Israel.

La forma más fácil de cambiar el sentimiento estadounidense es ganar la guerra y buscar la paz regional, en lugar de caer en un descenso hacia la locura que dura décadas.

Y es posible: en gran parte gracias a la fe compartida. Los Estados árabes moderados y los palestinos moderados se unirían a Occidente y a una versión benigna de Israel.

El presidente Biden ha propuesto una versión de esto, que incluiría restaurar la Autoridad Palestina en Gaza y lograr la paz con Arabia Saudita. Netanyahu parece haber rechazado todo esto.

Lo ha hecho principalmente para mantener a la extrema derecha cómoda y segura en su coalición. En opinión de las masas israelíes, también busca prolongar la guerra, porque mientras se pueda decir que hay una guerra, el Primer Ministro Benjamín Netanyahu puede planear retrasar el inevitable ajuste de cuentas hasta el 7 de octubre y su probable defenestración.

Pocas veces una guerra eterna ha servido tanto a un propósito político.

Este camino pone en peligro a los judíos globales y estadounidenses al combinar estar en contra de la guerra con ser antisemita. Y sus defensores están jugando con fuego, ya que la conflagración resultante no perdonará a los pirómanos.

Si incluso una parte de este análisis es correcta, entonces el comportamiento del gobierno podría ser calificado de traición. Visto a través de ese prisma, Israel tiene un problema mayor que un grupo de estudiantes despistados.

Publicado en The Jerusalem Post *Ex editor jefe de The Associated Press en Europa, África y Medio Oriente, ex presidente de la Asociación de Prensa Extranjera en Jerusalem y el autor de dos libros sobre Israel. Siga su boletín informativo en danperry.substack.com.

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Opinión

En el centro de las protestas que recorren las universidades estadounidenses está la exigencia de que dejen de invertir en Israel

Las manifestaciones en las universidades estadounidenses en medio de la guerra entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza dieron una fuerza nueva al movimiento BDS, con estudiantes que piden retirar fondos de empresas que trabajan con Israel e incluso del propio país.

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Los estudiantes que protestan acamparon en los jardines de la Universidad de Columbia de Nueva York, que denominan «zona liberada». (Imagen: AFP)

Agencia AJN.- (Times of Israel) Los estudiantes de un número cada vez mayor de universidades estadounidenses se están reuniendo en campamentos de protesta con una demanda unificada a sus escuelas: Dejar de hacer negocios con Israel o con cualquier empresa que apoye su guerra contra Hamás en Gaza.

Esta exigencia tiene sus raíces en el movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS), una campaña de décadas de antigüedad contra las políticas de Israel hacia los palestinos.

El movimiento obtuvo cada vez más fuerza a medida que la guerra entre Israel y Hamás supera la marca de los seis meses y las historias de sufrimiento en el enclave costero palestino dan lugar a una creciente presión internacional sobre el Estado judío para que ponga fin a los combates.

Inspirados por las protestas en curso y la detención la semana pasada de más de 100 estudiantes en la Universidad de Columbia, estudiantes de Massachusetts a California se reúnen ahora por centenares en los campus, comprometiéndose a no moverse hasta que se cumplan sus demandas.

«Queremos ser visibles», expresó el líder de la protesta en Columbia, Mahmoud Khalil, quien señaló que los estudiantes de la universidad estuvieron presionando por la desinversión de Israel desde 2002.

Khalil advirtió que «la universidad debería hacer algo por lo que estamos pidiendo, por el genocidio que está ocurriendo en Gaza. Deberían dejar de invertir en este genocidio».

Las protestas en el campus comenzaron tras el devastador ataque del 7 de octubre de Hamás contra el sur de Israel, en el que los terroristas mataron a unas 1.200 personas, la mayoría civiles, y tomaron 253 rehenes.

Durante la guerra subsiguiente, Israel mató a más de 34.000 palestinos en la Franja, según el Ministerio de Salud de Gaza, dirigido por el grupo terrorista Hamás, una cifra no verificada que incluye a unos 13.000 hombres armados de Hamás que Israel dice haber matado en combate.

Jerusalem, por su parte, asegura haber eliminado a unos 1.000 terroristas dentro de Israel el 7 de octubre. Además, 261 soldados israelíes murieron desde el comienzo de la ofensiva terrestre de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) en Gaza.

Doscientos sesenta y un soldados de las FDI han muerto en la ofensiva terrestre en Gaza.

¿Qué quieren los estudiantes de las universidades estadounidenses?

Los estudiantes piden que las universidades se desvinculen de las empresas que apoyan los esfuerzos militares de Israel en la Franja y, en algunos casos, del propio Israel.

Las protestas en muchos campus fueron organizadas por coaliciones de grupos estudiantiles, que en ocasiones incluyen secciones locales de organizaciones como Estudiantes por la Justicia en Palestina -que elogió las masacres del 7 de octubre dirigidas por Hamás que iniciaron la guerra- y la antisionista Voz Judía por la Paz.

Estas organizaciones se están agrupando como grupos paraguas, como la Coalición contra el Apartheid del MIT y la Coalición Tahrir de la Universidad de Michigan.

Los grupos actúan en gran medida de forma independiente, aunque hubo cierta coordinación.

Después de que los estudiantes de Columbia formaran su campamento la semana pasada, realizaron una llamada telefónica con otras 200 personas interesadas en iniciar sus propios campamentos.

Sin embargo, en su mayor parte se produjo de forma espontánea, con escasa colaboración entre campus, según los organizadores.

Las reivindicaciones varían de un campus a otro. Entre ellas:

– Dejar de hacer negocios con fabricantes de armamento militar que suministran armas a Israel.

– Dejar de aceptar fondos de investigación de Israel para proyectos que contribuyan a los esfuerzos militares del país.

– Dejar de invertir las dotaciones de las universidades en gestores de fondos que se benefician de empresas o contratistas israelíes.

– Ser más transparentes sobre qué dinero se recibe de Israel y para qué se utiliza.

En este contexto, los gobiernos estudiantiles de algunas universidades aprobaron en las últimas semanas resoluciones que piden el fin de las inversiones y las asociaciones académicas con Israel. Dichas resoluciones fueron aprobadas por los órganos estudiantiles de Columbia, Harvard Law, Rutgers y American University.

¿Cómo están respondiendo las universidades?

Los responsables de varias universidades afirmaron que desean mantener una conversación con los estudiantes y respetar su derecho a protestar.

Al mismo tiempo, también reconocen la preocupación de muchos estudiantes judíos de que algunas de las palabras y acciones de los manifestantes equivalen a antisemitismo, y dicen que ese comportamiento no será tolerado.

 

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